Una foto impactante
Hace
unas semanas reenvié el correo de un misionero claretiano con una foto terrible
de cristianos quemados dentro de una iglesia (la que no fue aceptada por
Facebook). Muchos me han comentado lo que les impactó. Pero me temo que todos,
y yo el primero, nos olvidamos de ella al poco tiempo. ¿Quién puede decir que,
desde que vio esa foto, está clamando a Dios día y noche para que salve a esas
comunidades perseguidas?
El
evangelio de este domingo te ayudará a comprender mejor el problema.
Un enfoque distinto de la oración
Los
cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy
acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos.
Igual que muchos cristianos actuales, sólo se acordaban de santa Bárbara cuando
truena.
Lucas
se esforzó por inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel,
María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza
y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en
todos los momentos importantes de su vida.
El
comienzo del evangelio de este domingo (Lucas 18, 1-8) parece formar parte de
la misma tendencia: “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. Sin
embargo, el final nos depara una gran sorpresa.
En
aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar
siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
‒ Había
un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
‒ Hazme
justicia frente a mi adversario.
Por
algún tiempo se negó, pero después se dijo:
‒ Aunque
ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando,
le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.
Y
el Señor añadió:
‒ Fijaos
en lo que dice el juez injusto; pues Dios…
Interrumpe
la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues
Dios, ¿no escuchará a los quienes le
suplican continuamente, sin desanimarse?
Sin
embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras: Pues
Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.
El
acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que
pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena,
ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis
muy grave.
Los elegidos que gritan día y
noche
Recordemos
que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. Algunas fechas
ayudan a comprender mejor el texto.
Año
62: Asesinato de Santiago, hermano del Señor.
Año
64: Nerón incendia Roma. Culpa a los cristianos y más tarde tiene una
persecución en la que mueren, entre otros muchos, según la tradición, Pedro y
Pablo.
Año
66: los judíos se rebelan contra Roma. La comunidad cristiana de Jerusalén, en
desacuerdo con la rebelión y la guerra, huye a Pella.
Año
70: los romanos conquistan Jerusalén y destruyen el templo.
Años
81: sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y
promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un
tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su religión”.
En
este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad
grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia
frente a las injusticias de sus perseguidores.
Sin
embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: Pero, cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
La venida del Hijo del Hombre
¿A
qué viene esta referencia al momento final de la historia, que parece fuera de
sitio? Para comprenderla conviene leer el largo discurso de Jesús que sitúa
Lucas inmediatamente antes de la parábola de la viuda y el juez (Lc 17,20-37). Algunos
pasajes de ese discurso parecen escritos teniendo en cuenta lo ocurrido el año
79, cuando el Vesubio entró en erupción arrasando las ciudades de Pompeya y
Herculano. Muchos cristianos debieron ver este hecho como un signo precursor
del fin del mundo y de la vuelta de Jesús. Ese mismo tema lo recoge Lucas al
final de la parábola para relacionar la oración en medio de las persecuciones con
la segunda venida de Jesús.
La fe de una oración perseverante
El
tema de la vuelta del Señor es esencial para entender el evangelio de Lucas,
aunque subraya que nadie sabe el día ni la hora, y que es absurdo perderse en
cálculos inútiles. Lo importante es que el cristiano no pierda de vista el
futuro, la meta final de la historia, que culminará con la vuelta de Jesús y el
final de las persecuciones injustas.
Pero
esa no era entonces la actitud habitual de los cristianos, ni tampoco ahora. Lo
habitual es vivir el presente, sin pensar en el futuro, y mucho menos en el
futuro definitivo, que nos resulta, hoy día, mucho más lejano que a los hombres
del siglo I.
Eso
es lo que quiere evitar el evangelio cuando termina desafiándonos: Pero, cuando
venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Que nuestra fe
no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a
Dios día y noche.
* * *
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (17,
8-13), propone las mismas ideas aunque de forma que a muchos puede resultar
políticamente incorrecta. Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a
los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra
Prometida. Una persecución parecida a la que sufrieron los cristianos por parte
de Roma. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a
Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene
las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja,
son derrotados. Pero a los judíos nunca le faltan ideas prácticas para
solucionar el problema. Lee el texto.
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:
‒ Escoge
unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie
en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.
Hizo
Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur
subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía
Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos,
sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se
sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así
sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a
su tropa, a filo de espada.
Este
texto se ha elegido porque va en la línea de orar siempre sin desanimarse
que intenta inculcar el evangelio. Pero la idea de usar la oración para matar
amalecitas no parece la más evangélica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario