En
aquel tiempo se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron:
- Maestro, ¿por qué son tan
complicadas las lecturas del Adviento? Unas prometen tu venida, otras hablan de
tu vuelta al fin del mundo.
Jesús les dijo:
- La Iglesia en tiempo del Adviento
se parece a la esposa de un astronauta que debió partir para una misión secreta,
de duración desconocida. Apenas había despegado el cohete espacial, sus hijos
le preguntaron: «¿Cuándo volverá papá?». Ella, para tranquilizarlos, les dijo: «Muy
pronto. Papá volverá muy pronto». Pasaron días, semanas, meses. Los niños
repetían la misma pregunta y ella les
daba la misma respuesta: «Papá volverá muy pronto». Ensayaron
canciones e idearon infinidad de fiestas para recibirlo. Pero pasó el primer
año, el tercero, el décimo, y papá no volvía. Entonces la madre los reunió y
les dijo: «En vez preparar una fiesta para celebrar la vuelta de papá vamos a
celebrar su cumpleaños».
Jesús los miró fijamente, seguro de
que no lo habían entendido.
- Al principio, durante muchos años, la Iglesia hablaba continuamente de mi vuelta, la anunciaba como la cosa más segura. Cuando vio que yo no volvía, se buscaron las explicaciones más diversas para justificarlo. Al final, ya que no podían celebrar mi segunda venida, decidió celebrar la primera.
* * *
Los textos bíblicos del Adviento han
sido repartidos de tal manera en los cuatro domingos que recuerdan a una
complicada novela de ciencia ficción.
Imagina a una señora joven, que dará
a luz dentro de un mes. Ella, su marido, su familia, sus amistades, solo
piensan en lo poco que falta para el parto, tranquilos, porque los médicos han
garantizado que irá bien.
Pero supongamos que ese niño no es
un niño cualquiera. Su nacimiento ha sido anunciado muchos antes de que sus
padres se conocieran, siglos antes, y a propósito de él se han formulado la
esperanzas e ilusiones más maravillosas.
Naturalmente, ese niño no comenzará
a desarrollar su actividad a los dos días: deberá prepararse, pasarán años. Y
cuando comience a actuar en público se depositarán en él nuevas esperanzas, a
veces muy distintas de las antiguas.
La historia no termina aquí. Ese
niño, hecho ya un hombre, muere. Sin embargo, no desaparece por completo. Su
familia está convencida de que volverá pronto.
En breve resumen, esta es la
historia de Jesús, que abarca cuatro etapas muy distintas: 1) la esperanza
depositada en él antes de nacer; 2) el nacimiento; 3) su actividad pública; 4)
su vuelta al final de la historia.
Si estos temas se expusieran en
orden cronológico no representarían gran problema, y se podrían seguir con
facilidad. Sin embargo, la liturgia de los domingos de Adviento une los cuatro
momentos, salta de uno a otro, y puede crear en el cristiano una sensación de profundo
desconcierto.
El
Adviento no pretende prepararnos durante cuatro domingos a recordar
románticamente un hecho pasado (la primera venida del Señor), sino ayudarnos a
comprender ese acontecimiento y recordarnos el encuentro definitivo con el
Señor (segunda venida).
Domingo 1º
de Adviento
Súplica, admiración, vigilancia
Para vivir el espíritu del Adviento, la liturgia nos sugiere tres actitudes: súplica (1ª lectura), admiración ante los bienes recibidos (2ª lectura) y vigilancia (evangelio).
Suplica (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7)
La primera lectura nos sitúa unos cinco siglos antes de la venida de Jesús, cuando la situación en Jerusalén y Judá dejaba mucho que desear desde todos los puntos de vista: político, social, religioso. El pueblo de Israel se ve como un trapo sucio, un árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería muy distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a los independentistas, a los banqueros, al FMI, a los Presidentes de las grandes potencias, se reúne en asamblea litúrgica y entona una lamentación.
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es «nuestro libertador». ¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas. Descendiste y las montañas se estremecieron. Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en é1. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos de antiguo seremos salvados. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado; todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano.
Las palabras del pueblo ofrecen un
curioso contraste al hablar de Dios. A veces destaca sus rasgos positivos: es
«nuestro padre», «nuestro redentor», «sales al encuentro del que practica la
justicia», «somos todos obra de tu mano». Otras se queja de que «nos extravías
de tus caminos y endureces nuestro corazón», «estabas airado y nosotros
fracasamos», «nos ocultabas tu rostro». Pero el pueblo reconoce que la culpa no
es de Dios, sino suya: «todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño
manchado, nuestras culpas nos arrebataban como el viento, nadie invocaba tu
nombre, ni se esforzaba por aferrarse a ti».
¿Cuál es la solución?
Sorprendentemente, que Dios se convierta: «vuelve por amor a tus siervos»,
«ojalá rasgases el cielo y descendieses», «aparta nuestras culpas». Los
profetas anteriores (Amós, Isaías, Jeremías…) habían concedido gran importancia
a la conversión, al hecho de que el pueblo volviese a Dios y cambiase su forma
de actuar. Quienes rezan esta lamentación no confían en ellos mismos. Debe ser
Dios quien vuelva y, como buen alfarero, moldee una nueva vasija.
En el contexto del Adviento, la frase que más llama la atención y ha motivado la inclusión de este texto en la liturgia es: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!». Aunque el profeta piensa en la venida de Dios, la liturgia nos hace pensar en la venida de Jesús. Pero ese recuerdo debe ir acompañado del reconocimiento de nuestra debilidad y de la necesidad de ser salvados
Admiración por los bienes recibidos (1 Corintios 1,3-9)
La respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el pueblo en la lectura de Isaías, aunque de modo distinto. Dios Padre no rasga el cielo, no sale a nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y desde el momento en el que lo aceptamos, nuestra vida cambia por completo.
Hermanos: A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Pablo habla de nuestro pasado, futuro y
presente.
En el pasado, Dios nos
ha enriquecido en todo; nos ha llamado a participar de la vida de su Hijo, Jesucristo.
La imagen es potente y extraña. Recuerda a la experiencia de un hijo con su
madre, de la que recibe la vida. Pero esa relación vital no termina cuando se
corta el cordón umbilical, perdura siempre.
Con respecto al futuro,
aguardamos la manifestación de Jesucristo, la segunda y definitiva venida del
Señor, tema esencial para los primeros cristianos y que debería serlo para
nosotros en este tiempo de Adviento.
En el presente, «no
carecemos de nada». Cuando tanta gente se lamenta, a veces con razón, de las
muchas cosas de que carece, estas palabras pueden resultar casi hirientes: «No
carecéis de ningún don». Buen momento, este del Adviento, para pensar en qué
cosas valoramos: si las materiales, que a menudo faltan, o la riqueza
espiritual que proporciona Jesús.
Esta enseñanza de Pablo no se produce en un contexto de fría reflexión teológica, sino de oración y acción de gracias al pensar en sus cristianos de Corinto, la más complicada y problemática de sus comunidades.
Vigilancia (Marcos 13, 33-37)
No deja de ser irónico que precisamente el evangelio no hable de Dios Padre ni de Jesús. Se centra en nosotros, en la actitud que debemos tener: «vigilad», «velad», «velad». Tres veces la misma orden en pocas líneas. Porque el Adviento no solo pretende recordar la venida del Señor, sino también prepararnos para el encuentro final con Él.
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!
La actividad pública de Jesús termina
con un discurso sobre el fin del mundo y su segunda venida, que no está
dirigido a todos los discípulos, como sugiere la introducción del evangelio de
hoy, sino solo a los cuatro primeros llamados por Jesús: Pedro, Santiago, Juan
y Andrés (Mc 13,3-37). Jesús ha dicho poco antes que de los grandes edificios
del templo no quedará piedra sobre piedra. Para estos cuatro, el fin del templo
de Jerusalén equivale al fin del mundo, y desean saber cuándo ocurrirá y qué
señales lo precederán. Un tema que a nosotros nos parece más propio de los
Testigos de Jehová, pero que creaba enorme preocupación en las primeras
comunidades cristianas. El discurso responde a estas cuestiones, pero termina
con esta exhortación a la vigilancia, que la liturgia, con pleno sentido,
aplica a todos los discípulos y a todos nosotros.
¿En qué consiste la vigilancia? Se
sugiere con muy pocas palabras: «dio a cada uno de sus criados su tarea». Esa
es, en parte, la misión del Adviento: reflexionar sobre la propia tarea
recibida de Dios y examinar si la cumplimos debidamente.