Giotto, Presentación de Jesús en el templo
Este
año 2020, el 4º domingo del Tiempo Ordinario cede el puesto a la fiesta de la
Presentación del Señor en el templo, que es también la fiesta de la purificación
de María. El primer aspecto recuerda que Dios es el autor de la vida, y se
simboliza con la ofrenda del primogénito, de acuerdo con la ley contenida en
Éxodo 13,11-18. El segundo recuerda que la mujer, al dar a luz a un nuevo ser vivo,
ha estado en contacto con algo misterioso; ha quedado «impura», aunque no en el sentido de haber hecho algo malo o haber contraído
una mancha; tiene que purificarse, como prescribe Levítico 12,1-8.
Cabría esperar que uno de estos
textos se hubiera usado como primera lectura. Pero resultarían desconcertantes
para mucha gente (suponiendo que se enterasen). Hoy día, nadie entiende que una
mujer quede «impura» por haber tenido un hijo y deba ofrecer algo en compensación; nuestro
concepto de «impureza»
es muy distinto del de los antiguos israelitas. En cuanto
a la ofrenda del primogénito, aunque el cristiano está convencido de que la
vida es don de Dios, no ha sido educado en la necesidad de expresarlo mediante
la entrega del primogénito y su posterior rescate.
Los textos que se han elegido nos
ofrecen cinco imágenes complementarias de Jesús. Imaginemos a cinco personajes
(Malaquías, un salmista, el autor de la Carta a los Hebreos, el anciano Simeón,
la profetisa Ana) que ven entrar al niño en el templo. Cada uno emitirá su
opinión sobre cómo lo considera y lo que espera de él.
1. El
mensajero terrible y purificador (Malaquías 3,1-4).
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi
mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el
santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que
vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá
resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un
fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que
refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y
presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la
ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años
antiguos.»
Las primeras frases encajan muy bien con la fiesta de
hoy: la entrada en el templo de Jesús. Pero el tono cambia de repente. No es
una venida pacífica y festiva. Viene a purificar a los levitas, responsables
del culto, cuyo comportamiento deja mucho que desear. Esta segunda parte sería más fácil relacionarla con la purificación del templo llevada a
cabo por Jesús al principio de su vida (según Juan) o al final (según los
Sinópticos). La lectura podría interpretarse como anuncio de lo que ocurrirá
más tarde. Según Lucas, Jesús solo va dos veces al templo: ahora, cuando niño,
y antes de morir, para purificarlo. Aunque Malaquías se dirige a los levitas, nos
invita a todos a examinar si hacemos al Señor nuestra ofrenda como es debido.
2. El rey de la Gloria (Salmo 23)
Este
salmo se cantaba probablemente cuando el Arca de la Alianza entraba en el
templo. Aplicándolo a Jesús, se repite como un estribillo que él es el Rey de
la Gloria.
R/. El Señor, Dios del universo, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las
antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe
valeroso; el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las
antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios del
universo. Él es el Rey de la gloria. R/.
3. Un hermano de nuestra carne y sangre (Hebreos
2,14-18)
A
diferencia del Salmista, el autor de esta carta subraya la humanidad de Jesús,
que lo hace igual a todos nosotros. No es un ángel. Y esa igualdad le permite
morir y sufrir, dos cosas esenciales en la vida humana; y con ello, ser
compasivo y auxiliar a los que pasan por la prueba del dolor.
Los hijos de una familia son todos de la misma
carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así,
muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y
liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como
esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles.
Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote
compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del
pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que
ahora pasan por ella.
4. El que da sentido a mi vida (Simeón)
A
través de este anciano perfecto Lucas transmite un mensaje a todos los
cristianos: lo único que da sentido a su vida es esperar al Mesías; cuando lo
tiene en sus brazos, ya puede morir en paz.
5. Luz de las naciones, gloria de Israel (Simeón)
Pero Simeón es también profeta y puede
revelar algo nuevo Jesús: será luz de las naciones. Un israelita de pura cepa
que no se encierra en los privilegios de su pueblo sino que tiene una visión
universal. Mensaje muy actual en esta época donde el nacionalismo puede
desembocar en el tribalismo. En esta imagen de la luz se
basa la fiesta de hoy y el rito complementario de la procesión de las candelas
(La Candelaria). La liturgia da un enfoque muy personal a esta idea, relacionando
los cirios encendidos con la práctica del bien para «llegar felizmente
al esplendor de tu gloria». Sin embargo, las palabras de Simeón
(y de Isaías) tienen un alcance universal que no podemos perder de vista.
5. Una bandera discutida (Simeón a María)
Como profeta, Simeón
también conoce el futuro de Jesús («será una bandera discutida»). El rey de la Gloria, luz de las naciones, gloria de Israel… no será
aceptado por todos. Muchos (la mayor parte del pueblo judío) se le opondrá.
Esta oposición la sufrirá también María, a la que una espada traspasará el
alma, y, consiguientemente, a todos los cristianos.
6. El libertador de Israel (Ana)
Curiosamente, la visión más política
de Jesús la propone una anciana piadosísima, que ha pasado ochenta y cuatro
años (12 x 7) de viudez entre ayunos, oraciones y visita al templo. Pero, cuando ve a
Jesús, «hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel». La
esperanza de estas personas tenía un gran componente religioso, pero también
político y social: liberación de los romanos, destitución de Herodes y sus descendientes,
eliminación de las autoridades injustas. «Para servir al Señor libres de
nuestros enemigos», como rezaba Zacarías.
7. Quienes no dicen nada: Los padres de Jesús.
Lucas tiene
mucho interés en presentarlos como judíos piadosos, observantes de la Ley de Moisés.
Una forma indirecta de responder a quienes acusan a Jesús y a los cristianos de
despreciar las leyes y tradiciones judías. Pero Lucas, cuando Simeón habla del
niño como Salvador de todos los pueblos y gloria de Israel, añade un dato desconcertante:
«José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se
decía del niño».
¿Cómo pueden admirarse después de lo anunciado por Gabriel a María, después de
una concepción y un parto virginales, después de lo que han contado los pastores?
Podríamos decir que la admiración procede de ver cómo se acumulan títulos sobre
Jesús: Gabriel lo presentó como rey de Israel; el ángel, a los pastores, como «el
Salvador, el Mesías, el Señor». Simeón rompe los límites de Israel y lo presenta
como «luz de las naciones». Lucas, a través del asombro de José y María
pretende que también nosotros nos asombremos de lo mucho que significará ese
pequeño niño de cuarenta días.
Y para ti,
¿quién es Jesús y qué significa?
+ Lectura del santo evangelio según
san Lucas 2,22-40
Cuando llegó el tiempo de la
purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a
Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del
Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la
oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía
entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que
aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había
recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su
padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había
también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer
muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta
los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y
hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y,
cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.