¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos
responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán
a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará
recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de sus contemporáneos
En
los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a
Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un
especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el
mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua
sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se
dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco
dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o
ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes
eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la
lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del
sábado, la calumnia, el estudio de la Torá.
¿Se puede reducir todo a uno?
Ante
este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de
saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a
propósito de los famosos rabinos Shammai y Hillel, que vivieron pocos años
antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammai y le dijo: «Me haré prosélito
con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja».
Shammai lo despidió amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. El
pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo
hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación"
(Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda
la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran
principio general en la Torá».
La novedad de Jesús
Mateo
había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del
Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo
vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt
7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de
la Escritura:
En aquel tiempo, los
fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y
uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
̶
Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le
dijo:
̶ Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y
primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
«Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio
6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los
días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús
es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está
confesando continuamente.
La
novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento
principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu
prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca
en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente
el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que
olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que
muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto,
peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos... Sin embargo,
los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente
el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una
sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se
puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos
preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel,
deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los
Profetas» (v.40).
El prójimo son los más pobres (1ª lectura)
En
esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido
el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al
principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón...» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que
subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los
grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros»,
pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en
busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla
del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden
cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo
antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de
acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y
preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.
Así dice el Señor: «No
oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en
Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y
ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a
espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si
prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás
con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el
manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene
otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita
a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»