Este
domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos,
precedido de dos lecturas: una del libro de Isaías y otra de la carta a los
Filipenses. Dada su extensión, la Conferencia Episcopal permite que, atendiendo
a la índole de la asamblea, se lea una sola de las dos lecturas, o incluso que
solo se lea el evangelio. Pero ambas ayudan grandemente a comprender la pasión
de Jesús.
«Jesús murió porque hizo la cosa más inadecuada (entrada triunfal) en el momento más inadecuado (semana de Pascua) y en el sitio más inadecuado (Jerusalén)». ¿Una imprudencia? ¿Un suicidio? La lectura de Isaías indica que Jesús sabe perfectamente que le esperan golpes, insultos y salivazos. Ha sido el Padre quien se lo ha comunicado. Y él no se echó atrás. Lo aceptó, convencido de que el Padre lo ayuda y no quedará defraudado.
Al mismo tiempo, el Padre le ha encomendado «decir al abatido una palabra de aliento». Y quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren.
El Señor Dios me ha dado una
lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una
palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los
discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi
barba;
no escondí el rostro ante
ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso
no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como
pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Por la cruz a la victoria (Filipenses 2,6-11)
El Siervo estaba convencido de que no quedaría defraudado. Y eso mismo ocurre con Jesús. La lectura de la pasión no es la historia de un fracaso, sino de un triunfo. A la muerte más cruel e infamante, la de cruz, sigue el nombre sobre todo nombre y la adoración de todas las creaturas.
Cristo Jesús, siendo de condición
divina,
no retuvo ávidamente el ser igual
a Dios;
al contrario, se despojó de sí
mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por
su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el nombre sobre
todo nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el
abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor coma para gloria de Dios Padre.
Pasión de Jesucristo según san Marcos
(14,1-15,47)
¿Quién es Jesús?
El
relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos capítulos
anteriores (13-14). En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en
diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados
a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que
más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a
ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por
uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se
dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que
pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen
una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe
que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos («a mí
no siempre me tendréis con vosotros»: 14,7), la copa de vino compartida
(14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de
Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero
predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura
(14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de
Jesús.
Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: «Tú lo dices» (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.
Los discípulos
Se
entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el
momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se
considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por
quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72).
En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran
fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo
están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida
(15,40-41).