jueves, 17 de julio de 2025

¿Afanarse o escuchar? Domingo 16 del Tiempo Ordinario. Ciclo C



Vermeer, Marta y María

El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?

            Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.

            La preciosa miniatura que adjunto contiene todos los elementos del relato: la encina de Mambré, los tres hombres, representados como ángeles, Abrahán y Sara. El artista ha convertido la tienda de Abrahán en una casa, casi una iglesia. El texto nos ayudará a comprender mejor el evangelio.

Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10)

Salterio. Museo Conde. Chantilly,.jpg

            En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

            ‒ Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.

            Contestaron:
            ‒ Bien, haz lo que dices.

            Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

            ‒ Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.

            Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

            Después le dijeron:

            ‒ ¿Dónde está Sara, tu mujer?

            Contestó:
            ‒ Aquí, en la tienda.

            Añadió uno:

            ‒ Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

¿Cuántos son los invitados?

            Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.

            Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.

            En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad. Aunque la idea carece de fundamento serio, sirvió de base para una de las creaciones artísticas más maravillosas: el icono de Andréi Rubliov, pintado hacia 1422-1428.

Rublëv, Andrei Icono de la Trinidad 1411.jpg

            Hospitalidad

            La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.

El menú, dos cocineros y un maître.

            Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.

La cuenta

            Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática. 

Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42)

            El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan.

            En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:

            ‒ Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?  Dile que me eche una mano.

            Pero el Señor le contestó:

            ‒ Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.

¿Cuántos invitados a comer?

            En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.

El menú, y una cocinera sin ayudante

            No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.

            En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?

            Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.

Dos actitudes

            El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.

            El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.

            Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.

Marta-María y el buen samaritano

            Este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.

            La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.

            Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.

jueves, 10 de julio de 2025

El teólogo listillo y el buen samaritano. Domingo 15º. Tiempo ordinario. Ciclo C

 El buen samaritano - Museo Van Gogh

El domingo pasado, el envío de los setenta y dos discípulos nos hacía pensar en los miles de personas anónimas que difunden el evangelio en todas partes del mundo. Este domingo, la parábola del buen samaritano nos recuerda a tantísima gente que ha puesto en práctica su enseñanza.

¿Cuántas normas hay que cumplir para salvarse?

Hace años se hizo famoso un libro escrito por el jesuita Jorge Loring, Para salvarte, primera obra en lengua española que alcanzó un millón de ejemplares en vida de su autor. Todo empezó con unos breves apuntes para sus catequesis, pero terminaron convirtiéndose en un enorme volumen de 1084 páginas. Ante tal cúmulo de páginas, el lector puede sentirse como el antiguo israelita, retratado en el Deuteronomio, que considera imposible conocer la voluntad de Dios; o como el legista del evangelio que le pregunta a Jesús qué debe hacer para conseguir la vida eterna.

            La respuesta del Deuteronomio es clara: no hay que subir al Himalaya ni atravesar el Atlántico para saber lo que Dios quiere de nosotros. Lo que Dios quiere del israelita está escrito “en el código de esta ley”, que se limita a los capítulos 12-26 del Deuteronomio. No se trata de estudiar mucho sino de convertirse con todo el corazón y toda el alma, y de poner en práctica lo que allí se dice.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

            ‒ Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?” Ni está más allá del mar, no vale decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

            Pero al Deuteronomio le ocurrió algo parecido al Para salvarte. Aunque el texto era intocable, y nadie estaba autorizado a quitar ni añadir nada, la interpretación de sus normas fue creciendo de forma incontrolable. En tiempos de Jesús, el judaísmo contaba 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 preceptos) capaces de volver loco a cualquier persona.

Los intentos de sintetizar

            Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. A propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús, se cuenta la siguiente anécdota. Una vez llegó un pagano a Shammay, famoso por su intolerancia, y le dijo: “Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja”. Él, que era sastre, lo echó, amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces fue a Hillel, famoso por su tolerancia, que le respondió: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción”. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuer­zo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá”.

            En los evangelios hay diversos intentos de simplificar la cuestión con una respuesta breve y drástica. El más famoso es la Regla de oro, con la que cierra el evangelio de Mateo el Sermón del Monte: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12). El tema reaparece en el episodio de hoy, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal.

El teólogo malintencionado de Lucas

            El protagonista del relato de Lucas no viene con buena intención, pretende poner en un aprieto a Jesús; y no plantea una cuestión teórica (“¿cuál es el mandamiento principal?”) sino muy personal: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

            Jesús no cae en la trampa. En vez de responder, pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Y el legista se ve obligado a reconocer que sabe perfectamente lo que debe hacer: amar a Dios y al prójimo. Jesús, con cierta ironía, le indica que su problema no consiste en saber lo que tiene que hacer, sino en hacerlo.

            Aquí podría haber terminado todo. Pero el legista, que tiene la sensación de haber quedado en ridículo, para justificarse plantea una cuestión filosófico-teológica: “¿Y quién es mi prójimo?” Afortunadamente, Jesús no era alemán. No le da una conferencia de Antropología ni le escribe un Manual de quinientas páginas para aclarar esa intrincada cuestión. Se limita a contar una parábola.

            ‒ Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto.

            Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.

            Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo

            Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo,

            le dio lástima,

            se le acercó,

            le vendó las heridas,

            echándoles aceite y vino,

            y, montándolo en su propia cabalgadura,

            lo llevó a una posada

                        y lo cuidó.

            Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

            ‒ Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta

La parábola ofrece dos modelos de conducta: la del sacerdote y del levita, que ante el pobre hombre asaltado y malherido por los bandidos dan un rodeo y pasan de larg; y la del samaritano que siente lástima, se acerca, echa aceite y vino en las heridas, las venda, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida y paga su estancia. Son siete acciones, basadas todas ellas en el sentimiento inicial de lástima.

            Al legista podría resultarle ofensivo que le cuenten un cuento. Pero Jesús no le da tiempo a protestar, pasa directamente al ataque, obligándole a reconocer que lo importante es comportarse como prójimo.

            ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 

            Él contestó: El que practicó la misericordia con él.

            Díjole Jesús:  Anda, haz tú lo mismo.

            Lo importante no es discutir sino actuar.

La mala idea de la parábola

         A muchos les gustaría limitar la parábola al ejemplo del samaritano y dejarnos con buen sabor de boca. Pero Lucas, del que siempre alabamos su bondad, resulta en este caso muy hiriente. No le basta un protagonista, necesita tres. Y los elige con toda la intención: un sacerdote, un levita, un samaritano.

            El sacerdote y el levita, los personajes especialmente consagrados a Dios, hacen exactamente lo mismo: dan un rodeo y siguen su camino. ¿Por qué actúan de este modo? ¿Porque son malos y egoístas? No. Porque si el herido no está herido, sino muerto, basta tocarlo para quedar impuro.

            La ley es tajante: “El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano o de su propia hermana soltera, no dada en matrimonio. Queda profanado” (Levítico 21,2-4). Si no pueden contaminarse con un pariente, mucho menos con un desconocido al borde del camino.

            Y lo que se deduce es trágico: es la ley de Dios la que impide practicar la misericordia y comportarse como prójimo del herido.

            Lucas podría haber buscado como tercer protagonista a un cura progre o a un diácono permanente sin obsesión por la ley. Elige al menos indicado: un samaritano. El personaje más odioso y despreciable para un judío, miembro de un pueblo que, según el libro de los Reyes, “no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos”. Irónicamente, un representante de este pueblo que no venera al Señor ni procede según sus mandatos y preceptos es quien actúa con misericordia y se comporta como prójimo.

Reflexión actual

Sin caer en la crítica injusta a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, la parábola nos hace pensar en tantos samaritanos agnósticos, ateos, homosexuales, lesbianas, etc., que se entregan plenamente a personas necesitadas. «Anda, haz tú lo mismo».

jueves, 3 de julio de 2025

Tres personajes muy distintos. Domingo 14 Tiempo Ordinario. Ciclo C

 


El verano (en España) con sus olas de calor no se presta a grandes reflexiones teológicas. Además, los tres textos de este domingo van cada uno por su cuenta. Pero nos ponen en contacto con tres personalidades muy distintas e interesantes.

1. Un profeta demasiado optimista: Jerusalén y Gaza (Isaías 66,10-14)

            Recuerda las imágenes que has visto de Gaza: ruina total, niños hambrientos, madres desesperadas… Jerusalén durante los siglos VI y V a.C. también estaba en ruina y, además, vacía. Su población había sido deportada a Babilonia, había huido a Egipto o se había dispersado por las regiones vecinas.

En este contexto, un profeta proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los hijos a su madre: la mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los desterrados. El profeta también habla de la paz y la riqueza que inundarán la ciudad. Un mundo maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor.

¿Cómo se consigue? ¿Qué deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace Dios. Es él quien hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las naciones; es él quien consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder (su mano), como dice la última frase del poema.

Vuelve la mirada a Gaza. El único que ha propuesto una solución es Trump, que desea convertirla en una ciudad turística. Netanyahu prefiere seguir bombardeándola. ¿Habrá algún profeta capaz de consolar  a los gazatíes? ¿Servirá de algo su consuelo?

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis,

alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto. 
            Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,

y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. 
            Porque así dice el Señor:

«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz,

como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. 
            Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán;

como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo,

y en Jerusalén seréis consolados
            Al verlo, se alegrará vuestro corazón,

y vuestros huesos florecerán como un prado;

la mano del Señor se manifestará a sus siervos.

2. Un judío rebelde: Pablo (Gálatas 6,14-18)

            En algunas instituciones y colegio se ha propuesto (incluso llevado a cabo) suprimir los crucifijos. En tiempos de Pablo eso no era problema porque no existían. El buen israelita (y muchos cristianos de origen judío) no presumían de llevar una cruz al cuello sino de estar circuncidados. Esa era la garantía de pertenecer al pueblo de Dios y de hallarse en buena relación con él. Pablo, circuncidado a los ocho días, terminó convencido de que la circuncisión no sirve de nada. El único que salva es Jesús al morir por nosotros. La cruz de Cristo es su único motivo de gloria. Y los que se pasan el día hablándole de lo maravillosa que es la circuncisión, que hagan el favor de dejarlo tranquilo.

Hermanos: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma, también sobre el Israel de Dios. En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén

3. Un optimista realista: Jesús (Lucas 10,1-12)

            [La liturgia ofrece la posibilidad de elegir una lectura breve. Es la que sigo].

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

‒ La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!

Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. 

Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.

Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." 

Jesús lleva tiempo dedicado a la actividad misionera, pero quiere que sus discípulos se entrenen para sucederlo. Según Mateo, envió a los Doce para esa tarea, dándoles antes una serie de instrucciones. Lucas, que escribe hacia el año 80, cuando el cristianismo se ha difundido por el imperio romano, sabe que la expansión del evangelio no ha sido sólo obra de los Doce sino también de otras muchas personas anónimas. E introduce un cambio muy importante: el discurso que Jesús dirige a los Doce en el evangelio de Mateo, en Lucas se lo dirige a setenta y dos (6 x 12, un número simbólico).

Curiosamente, lo primero que deben hacer es rezar para que el Señor envíe operarios a su mies. El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo que Jesús, que les ordena ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes.

La advertencia: no van a una labor fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. El peligro no es la dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por tierra el mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y predicadores religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la religión como forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las dentelladas de los lobos es llevar una forma de vida totalmente pobre y austera: No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias. La talega hace referencia al dinero, la alforja al alimento, las sandalias al vestido.

Luego añade unas palabras que sólo se encuentran en Lucas: «no os detengáis a saludar a nadie por el camino». Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su criado Guejazí, un día que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la sunamita). Lucas, que conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este momento era el adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La misión de los discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a mitad de camino.

¿Qué hacer cuando llegan a un pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al alojamiento, insistiendo en no cambiar de casa. Probablemente refleja su experiencia personal; y Lucas, la de los primeros misioneros. Cambiar de casa puede provocar muchos celos y tensiones.

Las palabras siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera escrito con ordenador, quizá hubiera marcado bloque, cortado y pegado, cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios.

El contraste entre la lectura de Isaías y el evangelio

El mundo utópico de Isaías, el esplendor de Jerusalén, se realiza sin esfuerzo alguno, por pura obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los discípulos conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que puede ser rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida.

Además, esos discípulos enviados a la misión no son un grupo de selectos. Todos hemos conocido gente que nos ha hecho gran bien desde el punto de vista humano y cristiano, que nos han anunciado el Reino de Dios. Y también nosotros hemos llevado y debemos llevar adelante esa tarea, a veces dura, y muchas veces con sensación de fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de esperar en el triunfo de la utopía.

jueves, 26 de junio de 2025

FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 


Una pareja extraña para una fiesta peculiar

Cuando Pablo tuvo un serio altercado con Pedro en Antioquía de Siria, acusándolo casi de estar traicionando a Jesús, no podía imaginar que la Iglesia terminaría celebrando su recuerdo el mismo día. (Para los interesados, el conflicto lo cuenta el mismo Pablo en la carta a los Gálatas 2,11-21). Pero estoy convencido de que le gustaría la idea: lo que pretende la Iglesia al unirlos en una celebración común no es cantar la gloria de ninguno de los dos sino celebrar la obra común que Dios llevó a cabo a través de ellos.

Pedro, el cabecilla

Entre los discípulos de Jesús, Pedro fue sin duda el más lanzado, con el peligro que eso conlleva. Era el cabecilla del grupo, el primero en hablar en cualquier circunstancia, sin miedo a reprender a Jesús cuando anuncia su pasión, sin miedo a llevarle la contraria cuando quiere lavarle los pies o cuando anuncia que todos lo traicionarán. El ser tan lanzado lo sitúa también en el lugar más peligroso, y termina negando a Jesús. Pero, como él mismo termina confesando después de la resurrección: «A pesar de todo, tú sabes que te amo». No es raro que Jesús lo viese como el cabecilla natural del grupo después de su muerte.

Pablo, el hombre universal

Pero la expansión de la Iglesia primitiva es humanamente inconcebible sin la figura de Pablo. Todos hemos leído su conversión. Lo que muchos no conocen es la revelación que Dios le hizo y en la que él tanto insiste en sus cartas: que la buena noticia de Jesús no era sólo para los judíos sino también para todo el mundo; para judíos y paganos. Es cierto que a mediados del siglo I ya hay cristianos en Roma (a ellos les dirige Pablo su famosa carta), pero si el evangelio se extiende por lo que actualmente es Turquía, Grecia, quizá España, es gracias a la labor de Pablo, que recorrió miles de kilómetros y se expuso a toda clase de peligros por llevar la fe en Jesús «hasta los confines de la tierra».

El enfoque de las lecturas

La liturgia concede especial importancia a Pedro, dedicándole las lecturas primera y tercera (evangelio). A Pablo dedica la segunda. En ambos casos se destacan los aspectos de protección divina y misión.

PEDRO: PROTECCIÓN Y MISIÓN

1ª lectura: protección divina

Se expresa a través de un sorprendente milagro: Pedro, a pesar de estar encadenado y vigilado por cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno, es liberado durante la noche por un ángel.

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenla intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua, Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:

 ― Date prisa, levántate.

Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:

― Ponte el cinturón y las sandalias.

Obedeció, y el ángel le dijo:

― Échate el manto y sígueme.

Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo:

― Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.  

Resulta imposible no pensar en la liberación de los israelitas de Egipto, cuando el ángel marcha delante de ellos también durante la noche. Esta es la tercera vez que meten a Pedro en la cárcel, y la segunda que lo saca un ángel. Algo que llama la atención, porque otros cristianos no gozan del mismo grado de protección divina: a Esteban lo apedrean, a Santiago lo degüellan, a Pablo lo persiguen a muerte y tienen que descolgarlo en una espuerta… Por otra parte, el mismo Pedro terminará crucificado según la tradición.

Esta primera lectura, que puede provocar una sonrisa escéptica en muchos cristianos actuales, tiene gran valor simbólico. Basta pensar en los últimos Papas, atados con todo tipo de cadenas: geográficas, culturales, económicas (desde el lejano caso Marcinkus hasta los recientes escándalos del IOR), tradiciones que tienen muy poco que ver con el evangelio, y vigilados por multitud de cardenales, obispos y teólogos (más atentos que las cuatro cohortes romanas de Pedro). Buen momento para pedirle a Dios que envíe un ángel a liberar a Francisco.

Evangelio: misión

La misión se cuenta con el famoso episodio de la confesión de Cesarea de Felipe, que parte de la gran pregunta: ¿quién es Jesús? El pasaje se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente; 2) lo que afirma Pedro; 3) la promesa de Jesús a Pedro.

Lo que piensa la gente

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

― ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»

Ellos contestaron:

― Unos que Juan Bautista, otros que Ellas, otros que Jeremías o uno de los profetas.

Jesús realiza una encuesta: quién dice la gente que es él. Un lector moderno con cierta cultura bíblica pensará que el resultado no puede ser más descorazonador. Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, Jeremías o de otro profeta. De estas opiniones, la más "teológica" y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: "Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra".

Al lector moderno le puede resultar interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto...

Sin embargo, cuando se conoce la época de Jesús, la visión anterior resulta inadecuada. En la mentalidad popular, el título de "profeta" tiene fuertes connotaciones políticas; significa que la gente ve a Jesús como un libertador. Flavio Josefo nos ha dejado testimonio de varios "profetas" surgidos por entonces. Su visión es muy negativa, pero interesante:

"Hombre engañadores e impostores, que bajo apariencia de inspiración divina realizaban innovaciones y cambios, induciendo a la multitud a actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si allí Dios les hubiese mostrado los signos de la libertad inminente. Félix envió caballería e infantes contra estos, matando a gran cantidad. Mayor desgracia fue la que trajo sobre los judíos el falso profeta egipcio. Efectivamente, llegó al país un hombre charlatán, que, habiéndose ganado reputación de profeta, reunió a casi treinta mil de los seducidos por él; desde el desierto los llevó al monte de los Olivos, desde donde, según decía, podía penetrar a la fuerza en Jerusalén, vencer a la guarnición romana e imponerse como tirano sobre el pueblo" (Guerra de los Judíos II, 258-263).

Este mentalidad popular del profeta como libertador político es la que comparten los discípulos de Emaús; para ellos, Jesús era "un profeta poderoso en obras y en palabras... nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel" (Lc 24,19-21).

Lo que afirma Pedro

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta:

Él les preguntó:

― Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás.

Según Mc 8,29, la respuesta de Pedro se limita a las palabras "Tú eres el Mesías". Mt añade "el Hijo de Dios vivo". ¿Aporta algo especial este añadido? Según algunos, Pedro confesaría no sólo la misión salvadora de Jesús (Mesías), sino también su filiación divina (Hijo de Dios). Sin embargo, esta teoría no es tan clara como parece. El rey de Israel -y por tanto el Mesías- era presentado desde antiguo como "Hijo de Dios" o "Hijo del Altísimo". En el fondo, parece que Mateo no añade nada nuevo. En cualquier caso, hay un dato indiscutible: confesar a Jesús como "Hijo de Dios" ya lo habían hecho los discípulos después de verlo caminar sobre las aguas (14,33). Por consiguiente, la novedad no reside aquí, sino en el título de Mesías. En su origen, el Mesías era el rey de Israel, al que se ungía derramando aceite sobre la cabeza. Con el paso del tiempo, especialmente en los siglos II y I a.C., la imagen del Mesías fue adquiriendo rasgos cada vez más sorprendentes, como se advierte en los Salmos 17 y 18 de Salomón (de origen fariseo, no forman parte de la Biblia). De él se esperaba la liberación política de Israel y la instauración de una sociedad de justicia, paz en entrega al Señor.

Por consiguiente, la confesión de Pedro reviste una importancia y novedad enormes. Además, es importante advertir que se sitúa inmediatamente después del episodio de fariseos y saduceos, representantes del judaísmo oficial, que no aceptan a Jesús. Pedro, contra la opinión oficial, ve en Jesús al salvador del pueblo elegido por Dios.

Las promesas de Jesús a Pedro

Jesús le respondió:

― ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. 

Esta tercera parte es exclusiva de Mateo y es la fundamental para la fiesta de hoy. En los evangelios de Marcos y Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina con las palabras: "Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que él era el Mesías". Sin embargo, Mateo introduce aquí unas palabras de Jesús a Pedro.

Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. Humanamente hablando, Pedro es un hereje o un loco. Para Jesús, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria lo dicho en 11,25-30: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiere revelar".

Basándose en este revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica unas promesas: 1) sobre él edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.

Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la "roca" es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras "y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).

La segunda afirmación ("te daré las llaves del Reino de Dios") se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín: "Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá". Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.

El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.

¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Le guía una intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.

Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era "el Papa", ni gozaba de la "infalibilidad pontificia", las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. "Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.

PABLO: PROTECCIÓN Y MISIÓN

De Pablo se podrían haber elegido infinidad de textos, dada la abundancia de sus cartas y lo mucho que cuenta de él el libro de los Hechos. La liturgia ha elegido un breve pasaje, muy autobiográfico, de la segunda carta a Timoteo. A punto de morir, Pablo recuerda su intensa actividad apostólica y espera el premio prometido. Al mismo tiempo, es consciente de que siempre contó con la ayuda y la fuerza del Señor. Igual que a Pedro lo liberó milagrosamente, a él lo ha librado también de la boca del león, no milagrosamente, sino después de naufragios, azotes, apedreamientos, hambre y sed.

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 


jueves, 19 de junio de 2025

Jesús alimenta, la comunidad recuerda. Fiesta del Corpus Christi. Ciclo C

La institución de la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio).

1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Génesis 14,18-20)

El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, el rey de Salén (Jerusalén), que es sacerdote del Dios Altísimo, «le ofreció pan y vino» y lo bendijo. En respuesta, Abrán le da el diezmo del botín recuperado.

Este breve pasaje contiene dos datos que explican su elección para esta fiesta; 1) Melquisedec no es solo rey, es también sacerdote, 2) Lo que ofrece a Abrán no es una comida normal (un cabrito o un ternero) sino pan y vino; además, lo bendice.

Siglos más tarde, el autor de la Carta a los Hebreos estableció un paralelismo entre Melquisedec y Jesús. Con estos elementos, no es raro que los Padres de la Iglesia vieran en esta escena un anuncio de la Eucaristía y que los artistas plasmaran esta idea. Lo mejor que Melquisedec pudo ofrecer a Abrán es pan y vino. Lo mejor que Jesús nos ofrece es su pan y su vino.

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

 

2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26)

            Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

            Dos veces insiste Pablo, al recordar la institución de la Eucaristía, que hay que realizarla «en memoria mía». Evoca la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». Lo que pide Jesús es que recordemos todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La Eucaristía nos obliga a echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús. Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».

            Pablo escribe estas palabras a propósito de los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.

Evangelio. Segundo anuncio de la Eucaristía (Lc, 9,11b-17)

            Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primera anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo.

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

            «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

            Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

            Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»

            Porque eran unos cinco mil hombres.

            Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

            Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

            Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.

            Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.

            ¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?

            Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales.

            Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente.

            Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?

            Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?

            El trasfondo del Antiguo Testamento

            Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.

            En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:

― Dáselos a la gente, que coman.

El criado replicó:

― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?

Eliseo insistió:

― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»

(2 Re 4,42-44).

            Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

            ¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?

            Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed”. Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.