Como en una serie de televisión, el evangelio de este domingo comienza recordando lo contado en el episodio anterior. Jesús ha leído en la sinagoga de Nazaret un texto de Isaías que proclama una buena noticia a los pobres, ciegos, prisioneros, oprimidos. Cuando termina, afirma: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». ¿Cómo reaccionará el auditorio a estas palabras? Es lo que se cuenta en el evangelio de hoy, en el que podemos distinguir tres momentos: la reacción inicial del auditorio, un ataque desconcertante de Jesús, y la reacción final de los nazarenos.
La reacción inicial del auditorio
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Aparte de leer a Isaías, Jesús no ha dicho prácticamente nada. Sin embargo, Lucas indica de inmediato la triple reacción de los presentes: aprobación, admiración y desconcierto. Al parecer, les gusta lo que han oído, pero no comprenden que lo diga alguien a quien conocen desde pequeño.
Un ataque desconcertante de Jesús
Si
Jesús hubiera sido un político, habría aprovechado la ocasión para ganarse más
aún al auditorio, solventando las posibles dudas sobre su autoridad. Sabe lo
que esperan de él: no que lea textos de la Biblia sino que haga milagros. Le
bastaría realizar algunos parecidos a los que ha hecho en Cafarnaúm para que
todos le aplaudan y crean en él.
Sin
embargo, se niega a ello e incluso adopta una postura agresiva. Sin que los
nazarenos hayan dado motivo, Jesús da por supuesto que lo van a rechazar. No se
basa en nada concreto que hayan hecho o dicho, sino en un proverbio: “Ningún
profeta es bien mirado en su tierra”. En consecuencia, tampoco él mira bien a
los nazarenos y no hará allí ningún milagro. Igual que Elías fue enviado por
Dios a ayudar a una viuda fenicia, y Eliseo a un leproso sirio, él también se
siente enviado a los paganos.
Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.» Y añadió: «Os aseguro ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Reacción final de los nazarenos
¿Cuál sería la reacción lógica de los nazarenos? Levantarse e irse de la sinagoga, soltando probablemente bastantes maldiciones contra Jesús. Sin embargo, lo que cuenta Lucas es mucho más fuerte:
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Un relato desconcertante
Cuando
se lee con atención el relato de Lucas surgen varias preguntas:
¿Por
qué adopta Jesús una postura tan agresiva?
¿Por
qué da por supuesto que lo van a rechazar?
¿Por
qué compara su actitud con la de Elías y Eliseo, enviados a los paganos, cuando
reconoce haber hecho milagros en Cafarnaúm, que no es una ciudad pagana sino
israelita?
¿Por
qué reaccionan los nazarenos de forma tan terrible, queriendo matarlo?
Para responder a estas preguntas conviene recordar cómo cuenta Marcos la visita de Jesús a Nazaret.
La versión de Marcos
Marcos
cuenta la visita de forma muy distinta. Jesús ya es bastante conocido cuando
vuelve a Nazaret con sus discípulos. Y ocurre lo siguiente:
“Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban asombrados: ¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto lo sentían como un obstáculo. Jesús les decía: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos. Y se asombraba de su incredulidad.”
Las diferencias son claras. En Marcos, la reacción del auditorio no es de aprobación, admiración y desconcierto, sino de desconcierto y rechazo. Entonces es cuando Jesús recuerda que “a un profeta solo lo desprecian en su tierra”. Pero nadie intenta matarlo. Simplemente, no creen en él ni en su poder. Y Jesús se admira de su incredulidad.
Nazaret como símbolo
¿Por
qué ha escrito Lucas un relato tan distinto? Porque él no ha pretendido contar
lo ocurrido, sino convertir la visita de Jesús a Nazaret en símbolo de la
relación de Jesús con el pueblo judío y con los paganos.
Para
ello, lo primero que hace es comenzar la actividad de Jesús con esta visita.
Mientras Mateo y Marcos dicen que Jesús comenzó predicando por los pueblos y
aldeas de Galilea, sin concretar cuáles, Lucas nos sitúa en la sinagoga de
Nazaret. Sabe que Jesús no fue aceptado por los nazarenos, ni tampoco por su
familia, que lo consideraba medio loco. Recoge y lleva al límite ese rechazo,
convirtiéndolo en símbolo de la oposición de la mayor parte del pueblo judío,
que terminó provocando su muerte.
En el Nuevo Testamento se indican distintos motivos por los que Jesús entró en conflicto con las autoridades judías: por no observar el sábado, por ser un peligro desde el punto de vista político… En el relato de Lucas, el motivo principal de conflicto es el nacionalismo de los que quieren un Mesías al servicio exclusivo de Israel, mientras que Jesús se ve enviado a toda la humanidad. Pero nadie debe escandalizarse de eso, mucho menos los judíos: también Elías y Eliseo fueron enviados por Dios a los paganos en unos momentos en que los israelitas estaban muy necesitados de ayuda.
La primera lectura (Jeremías 1,4-5. 17-19)
Ha
sido elegida para probar que “ningún profeta es bien visto en su tierra”. Al
contrario, encuentra la oposición de los más diversos estamentos del país:
reyes, príncipes, sacerdotes, grandes propietarios (el término “gente del
campo” fue cambiando de sentido, pero parece que aquí se refiere a los
propietarios de grandes fincas).
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí;
antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla
de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y la gente del campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para
librarte.»
Oráculo
del Señor.
Las
palabras finales coinciden muy bien con el final del evangelio, donde Jesús
pasa serenamente entre quienes intentan matarlo y se aleja. Con una gran diferencia:
Jeremías se verá libre gracias a la compañía de Dios; Jesús tiene en sí mismo
el poder para enfrentarse al enemigo. Cuando muera será porque él lo acepta
libremente.
Reflexión final
El
evangelio de hoy podría interpretarse como un ataque al nacionalismo político.
En parte lo es, porque los judíos identificaban religión y política. Pero el
ataque de Jesús se dirige sobre todo al “nacionalismo” religioso. Aplicándolo a
nuestros días, a los cristianos que pensasen que son los elegidos de Dios y los
únicos que merecen su atención. Cabe el peligro de parecernos a los nazarenos,
de pecar de exclusivistas al hablar de la salvación de Dios.