Durante estos meses
de pandemia, muchas personas se han visto en la imposibilidad de comulgar. Las
lecturas de este domingo pueden ayudarles a comprender mejor y valorar más el
don de la eucaristía.
Un alimento gratuito frente a otros caros que no sacian
(Isaías 55,1-3)
«¿Tiene hambre o sed? Entre y compre sin pagar».
«No vaya a la tienda de enfrente; sus productos son caros y no alimentan?». «Entre
y coma gratis platos sustanciosos». Ni el supermercado más
agresivo haría una propaganda como esta: lo llevaría a la ruina.
¡Atención, sedientos!, acudid
por agua, también los que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed
sin pagar, vino y leche de balde.
¿Por qué gastáis dinero en lo
que no alimenta?,
¿y el salario en lo que no da
hartura?
Escuchadme atentos, y comeréis
bien, saborearéis platos sustanciosos.
Prestad oído, venid a mí,
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza
perpetua, la promesa que aseguré a David.
Este breve
pasaje del libro de Isaías, contraponiendo un alimento espléndido y gratuito a
otro caro e insustancial, nos ayuda a pensar en nuestras dos fuentes de
alimentación: la física y la espiritual, la comida ordinaria (que cuesta y solo
sacia unas horas) y la eucaristía (gratuita y que alimenta hasta la vida
eterna). ¿Valoramos adecuadamente la segunda? ¿La hemos echado de menos durante
estos meses?
Jesús alimenta
gratuitamente a su comunidad (Mateo 14,13-21)
En
aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó
de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo
siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le
dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los
discípulos a decirle:
― Estamos en despoblado y es muy tarde, despide
a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús
les replicó:
― No hace falta que vayan, dadles vosotros de
comer.
Ellos le replicaron:
― Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos
peces.
Les dijo:
― Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba
y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció
la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se
los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron
doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar
mujeres y niños.
Problemas de la interpretación puramente histórica
Podríamos entender el
relato como el recuerdo de un hecho histórico que demostraría el poder de Jesús
y la bondad de Jesús: no solo cura a los enfermos sino que se preocupa también
por las necesidades materiales de la gente. Esta interpretación histórica
encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena.
Se trata de una
multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y niños,
como indica expresamente Mateo. Para reunir esa multitud tendrían que haberse
quedados vacíos varios pueblos de aquella zona.
La propuesta de los
discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de
cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar a tanta gente.
Aun admitiendo que
Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por
solo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas.
¿Cómo se multiplican
los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen
que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se
acaban?
¿Por qué no dice nada
Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se multiplican?
Después de repartir la
comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a
recoger las sobras en mitad del campo?
¿Cómo es posible que
nadie se extrañe de lo sucedido?
Estas preguntas, que
parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para
valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico,
y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se
trata de algo inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza?
Problema de la interpretación racionalista y moralizante
En el siglo XIX, por
influjo especialmente de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la
tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, de modo que no
supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que ocurrió en la
multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a
la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato
pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes. Esta
opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos,
inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con
él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.
La interpretación simbólica y eucarística
A la comunidad de Mateo
este episodio no le resultaría extraño. Con su conocimiento del Antiguo
Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos pasajes bíblicos.
En primer lugar, la
imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin
posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde
Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices
gracias a la intercesión de Moisés.
Hay también otro relato
sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los
más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de
discípulos de origen humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias,
veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
- Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
- ¿Qué hago yo con esto para cien
personas?
Eliseo insistió:
- Dáselos a la gente, que coman.
Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió,
comieron y sobró, como había dicho el Señor"
(2 Reyes 4,42-44).
Cualquier lector de
Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas
que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron
Moisés y Eliseo en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas
diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que
resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con
Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria: no alimenta a
cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran
doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma
absoluta.
Sin embargo, aquellos
lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos.
Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús
para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos
contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro
parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre,
nos sigue ayudando en los momentos de necesidad?
Aquí entra en juego un
aspecto esencial del relato: su relación con la celebración eucarística en las
primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden
exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista al cielo y pronunciar la
bendición antes de la comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa.
También era normal recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante:
omite los peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a
darle valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y
pescado, lo importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la
mención del alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada:
acentuar la importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía.
Porque en ella acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes. Jesús
la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad
y comed... tomad y bebed». Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física;
pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir
espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de
Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las
dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse
a la muerte.
Un cristiano de hoy
debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y
manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más
importante que la multiplicación de los panes y los peces. También podríamos
sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades
materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho
que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la
preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se
recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños
disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos
anteriormente.
Amor a Cristo y amor de Dios en Cristo (Romanos
8,35.37-39)
El evangelio habla de
la compasión de Jesús, de su preocupación por nuestras necesidades físicas y
materiales. Pablo, que experimentó ese amor, se pregunta si hay algo que pueda
impedirle amar a Cristo, negarlo o traicionarlo. Enumera siete posibilidades,
incluida la del martirio, y está convencido de que siempre saldrá victorioso
gracias a «Aquel que nos ha amado». Porque el amor de Dios, manifestado en Cristo,
es tan grande que ninguna realidad o criatura, por sublime y poderosa que
parezca, podrá apartarnos de él.