Una anécdota y un consejo
Hace años un amigo tuvo que predicar este domingo en un
pueblo de la Axarquía malagueña, donde los hombres estaban acostumbrados a ir
todos los días al bar a tomar una copa de vino. Un sitio ideal para hablar de
la vid y los sarmientos. Sin embargo, cuando terminó la misa, le preguntaron
llenos de curiosidad: “Padre, ¿qué es la vid?” En aquel pueblo a las vides las
llaman cepas. No se habían enterado de nada.
Experiencia parecida tuve yo la primera vez que di
charlas bíblicas en Centroamérica. La gente nunca había visto una vid o un
olivo. Por desgracia, Jesús nunca contó la parábola del buen cafetero.
Lo primero que debe preguntarse el que vaya a tener una
homilía este domingo es si la gente entenderá una parábola contada en una
cultura campesina y mediterránea. En nuestros días, Jesús probablemente habría
contado otra muy distinta en la forma, aunque idéntica en el fondo. Una
parábola en la que el Padre es un informático, Jesús la corriente eléctrica y
nosotros ordenadores (computadoras) que no pueden funcionar si no están
conectados a él. Incluso a los que funcionan bien, el Padre los limpia a fondo
para que funcionen mejor. Pero esta adaptación, aparte de ser mucho menos
poética, comete el mismo error: quien no viva en una cultura tecnológica no la
entenderá; y dentro de unos años, cuando los ordenadores no necesiten estar
conectados a la red, la parábola perdería su sentido. Más vale atenerse a la
imagen original.
El labrador, la vid y los sarmientos
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la
verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros
ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que
deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos.»
Este
pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los sarmientos». Título erróneo,
porque no tiene en cuenta al protagonista principal, el labrador, que es quien
poda, arranca y tira los sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola
es una fábula, donde los protagonistas son animales o plantas que pueden hablar
y actuar. En este caso, los protagonistas secundarios, los sarmientos, no
hablan, pero sí actúan. Algunos deciden mantenerse unidos a la vid, y dan fruto
abundante. Otros deciden independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan
de dar fruto. (La imagen de unas ramas en movimiento, en este caso alejándose
del tronco, recuerda la fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha
los árboles para elegirse un rey»).
El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en
parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro
de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las
acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos
obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del
cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la
impresión de que no hace nada en nuestra vida.
1ª lectura: Dios poda a Pablo
La
fábula destaca una de las acciones que realiza el labrador: «a todo el que da
fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar es cortar, herir al árbol,
despojarlo de algo que le ha costado tiempo y esfuerzo producir. Pero el
campesino lo hace para que esté más sano y fuerte. Estas palabras del evangelio
se pueden aplicar muy bien a lo que cuenta de Pablo la primera lectura.
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de
juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de
que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.
Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino lo que le había dicho y
cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús. Saulo se quedó
con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre
del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se
propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo
enviaron a Tarso.
Después
de su conversión, podría esperar que lo recibieran muy bien en Jerusalén. Pero
ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo rehúyen, hasta que Bernabé lo
presenta a los apóstoles. Cuando comienza a predicar, los judíos de lengua
griega intentan eliminarlo y debe huir a Tarso. En realidad, toda la vida de
Pablo fue una gran poda, una vida llena de persecuciones y sufrimientos. Pero a
través de ellos se convirtió en el mayor de los apóstoles. Dio mucho fruto. Una
buena enseñanza para los que quisiéramos que todo nos fuera bien en la vida,
sin ningún tipo de dificultades.
2ª lectura: cómo permanecer unidos a la vid
El
evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté unido a la vid. La
segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la unión.
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de
verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y
tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra
conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos,
si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto
pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que
le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo,
Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda
sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que
permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Amar de
verdad y con obras equivale a creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la
forma de permanecer unidos a Jesús y la única garantía de nuestro éxito como
cristianos.