El perdón
Las tres lecturas de hoy coinciden
en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de
Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se
borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto
para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el
Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre
se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.
Gente con muy poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la
conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle
la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada
milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón
de los pecados gracias a la muerte de Jesús.
La resurrección y sus pruebas
El evangelio de este domingo concede
especial importancia al tema de la resurrección. Imaginemos la situación de los
primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea en una
persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas,
intelectuales y políticas? Necesitaban estar muy convencidos de que su muerte
no había sido un fracaso, de que Jesús seguía realmente vivo. Y la certeza de
su resurrección la expresaban con los relatos de las apariciones. En ellas se
advierte una evolución muy interesante:
1. En el relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se aparece; es un ángel
quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas huyen asustadas sin
decir nada a nadie (Mc 16,1-8).
2. En el relato posterior de Mateo, a la aparición del ángel sigue la del
mismo Jesús; su resurrección es tan clara que las mujeres pueden abrazarle los pies
(Mt 28,9-10).
3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a
propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la
negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en
dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables:
camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el
pan. Pero sobre todo el episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste
en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la
posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había
pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban
hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
̶ Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo:
̶ ¿Por qué os
alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis
pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene
carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no
acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
̶ ¿Tenéis ahí algo
que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y
comió delante de ellos.
4. Juan parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece a Tomás la
posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese tipo de
prueba física no es el ideal. Lo ideal es “creer sin haber visto”, como el
discípulo predilecto cuando acude con Pedro al sepulcro. En esta misma línea se
mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y encuentran
ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) “ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor”.
Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y certeza. No
hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es.
5. La sección final del evangelio de Marcos, que se añadió más tarde,
inspirándose en relatos conocidos, ofrece un punto de vista muy curioso. Las
personas que hablan de la resurrección de Jesús no parecen las más dignas de
crédito: de María Magdalena había expulsado siete demonios; los dos que
dialogan con él por el camino dicen que se les apareció «con otro aspecto». Parece lógico que
no les crean. Sin embargo, Jesús les reprocha su incredulidad.
He querido alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a
menudo se utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra
los que tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos
ambientes, se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había
resucitado y de que se podía creer en él como el Salvador al que merecía la
pena entregarle toda la vida.
La sección final de Lucas
El hecho de que Jesús comiese un
trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no
para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo
que cuenta Lucas.
Por eso, Lucas añade un breve
discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar
nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único
camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de
ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el
misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.
Y les dijo:
̶ Esto es lo que os
decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y
en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las
Escrituras. Y añadió:
̶ Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y
en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.
La mejor prueba de la resurrección de Jesús
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