Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la
iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio
(Juan) de nuestra situación presente.
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
El que me ama guardará mi palabra, y mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Pensar que Dios Padre y Jesús habitan en nosotros nos
resulta a la mayoría casi inimaginable. Un misterio demasiado grande, reservado
a los místicos como san Agustín, santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Y si
difícil es ver a Dios dentro de nosotros, mucho más verlo dentro de algunas de
las personas que nos rodean. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de una
realidad que no debemos pasar por alto. Entrar en una iglesia y mirar al
sagrario es fácil; más difícil es mirar dentro de nosotros mismos para
descubrir a Dios presente como prueba de su amor: “mi Padre lo amará y
vendremos a él y haremos morada en él”.
Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento. Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible. Tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros.
b) Un profesor mejor que yo (Pentecostés)
Los discípulos llamaban a Jesús “maestro”. No sólo por su autoridad, sino porque lo sabía todo. Como le dijo una vez Pedro: «Tú tienes palabra de vida eterna». Resulta casi herético decir que hay un maestro mejor que él. Sin embargo, lo hay. Al menos, enseña más cosas y, como buen profesor, recuerda otras que los alumnos tienden a olvidar.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La enseñanza de ideas nuevas coincide con lo dicho por Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” La historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción y la enseñanza del Espíritu.
c) Paz y alegría en la despedida (Ascensión)
Las despedidas, sobre todo si son definitivas, siempre son tristes. Al menos es lo que piensa la mayoría de la gente. Ante la despedida de Jesús, los discípulos podían sentir no sólo tristeza sin también angustia. ¿Quién los guiaría y defendería en adelante? Jesús les promete la paz y les da el motivo de alegría: “No penséis en vosotros mismos, pensad en mí, que voy a ir junto al Padre”.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Cuando se comparan con la famosa Oda de Fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo…”) se advierte la gran diferencia. Las palabras de Jesús pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por su triunfo.
1ª lectura: una enseñanza nueva del Espíritu (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)
Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo
y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarles a circuncidarse. Esta
conducta provocó la indignación de los judíos y también de un grupo cristiano
de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la
circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había
ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora
que no es preciso el bautismo para salvarse. Marchan de Jerusalén a Antioquía
de Siria y predican que si los paganos no se circuncidan no pueden salvarse.
Para Pablo y Bernabé, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? El conflicto es tan grande que deciden acudir a la iglesia de Jerusalén.
En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
Tiene entonces lugar lo
que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera
lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los
discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).
En la versión que ofrece
Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a
todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé,
no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo
contenta mandando a los paganos que observen cuatro normal fundamentales para
los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre,
de animales estrangulados y de la fornicación.
Los apóstoles y los presbíteros con toda
la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía
con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes
entre los hermanos, y les entregaron esta carta:
Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.
El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.
2ª lectura: la iglesia futura (Apocalipsis 21,10-14. 22-23)
En la misma tónica de la
semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos,
habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.
El autor se inspira en
textos proféticos de varios siglos antes. Por ejemplo, estos versos del c.54 de
Isaías a propósito de la Jerusalén futura::
Mira,
yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,
te pongo almenas de rubí, y puertas
de esmeralda,
y
muralla de piedras preciosas.
O esta visión de Zacarías:
Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad
abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de
ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).
Basándose en textos parecidos dibuja su visión el autor del Apocalipsis.
El ángel me transportó en
éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba
del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. "Brillaba como
una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido.
Tenía una muralla
grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres
grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al
norte tres puertas, al occidente tres puertas.
La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce
nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.
Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor
Dios todopoderoso y el Cordero.
La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.
La novedad del Apocalipsis consiste en que esa
Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del
pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al
pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).
Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo,
porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la
ilumina la gloria de Dios.