Una elección extraña
Las dos frases más repetidas por la
iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a
Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este
tema.
Sin embargo, como evangelio para
este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a
Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son
puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni
siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las
reacciones de estos personajes, muy distintas.
EL primer día de la semana, María la Magdalena fue
al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro;
se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos
tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la
cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que
había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían
entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
María
reacciona de forma precipitada: le basta ver
que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el
cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente:
corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra,
advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está
enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro,
pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que
Jesús ha resucitado.
El
evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus
enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección
de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o
dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).
¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la
siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una
comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse
superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto
evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la
de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se
aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin
embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a
la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado,
imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro
es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.
A
diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y
Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy
distintas, hay algo que las une:
a)
las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el
perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b)
las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para
los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y
aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra
(Colosenses).
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y
dijo:
«Vosotros
conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del
bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con
la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la
tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un
madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de
manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre
los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne
testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan
testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su
nombre, el perdón de los pecados».
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3,
1-4
HERMANOS:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes
de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también
vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.