Iglesia copta de Egipto. 28 muertos. 26 mayo 2017
El discurso de
misión
El segundo de los cinco
discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está dirigido a los
discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11 del Tiempo
Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el comienzo, en
el que Jesús, compadecido de la gente, abandonada como ovejas sin pastor, elige
a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y hagan todo de
forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta actividad, sin
pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo,
repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en
ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy
perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: el de callar, para
no meterse en complicaciones; y el de dejarse arrastrar por el miedo a la
muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
A) No
tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no
llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os
digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde
la azotea. No tengáis miedo a
los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al
que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.
¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni
uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta
los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no
tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
B) Si
uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte
ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo
negaré ante mi Padre del cielo
Mateo ha recogido frases
pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden
desconcertar un poco. Por ejemplo, las palabras: “Nada hay cubierto que no
llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse” (que parecen
un anuncio profético de WikiLeaks) no encajan muy bien en el contexto. Sería
más claro si las suprimiésemos y dejáramos: “No tengáis miedo a los hombres. Lo
que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído
pregonadlo desde la azotea.” Pero el conjunto resulta claro. Podemos dividirlo
en dos bloques; por motivos de claridad, los he titulado A y B.
En el primero (A), llama la
atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se
usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una
fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos
momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los
maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa,
usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene
importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente,
no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis
temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los
gorriones, él cuidará de vosotros.
El segundo bloque (B) trata un
tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a
Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos.
Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la
reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos
con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos,
él nos negará.
Resumiendo
En el primer caso, a quien deben
tener los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo,
a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A
quienes no deben temer es a los hombres.
Cuando se piensa en los
recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes
vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos
tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo,
a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme
esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de
Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
Jeremías, apóstol y
anti-apóstol
La primera lectura sirve de paralelismo
y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido
por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de
Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran
diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos.
Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá
perdonando a quienes lo matan.
Lectura del libro de Jeremías
20, 10-13
Dijo Jeremías:
Oía el cuchicheo de la gente:
"Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo." Mis amigos acechaban
mi traspié: "A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos
vengaremos de él."
Pero el Señor está conmigo,
como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se
avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.
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