El tema
común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”. En
la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia muy
dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá una
nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso todas
las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre para
bendecirse.
En
la segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómoda y tomar parte en
el duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que
nos consiguió Jesús a través de su muerte.
En el
evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio
de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a
asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así
lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro
que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este
Hombre como rey». Esta
manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante
de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el
amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos
de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
― «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a
Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos.»
El relato
podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión
(vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista literario
es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los
mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para
describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene
recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a
Moisés.
La teofanía del Sinaí
Dios no se
manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a
la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces
acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta
dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la
imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente
que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña,
como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos
elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe
objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las
teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Jesús sólo
elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros
nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es
que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos.
Se dice que subieron «a una
montaña alta y apartada». La
tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha
identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de
apartado. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente
simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los
antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los
griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el
Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos,
igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja
horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto
va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los
discípulos.
La visión
En ella hay
cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la
transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición
de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a
los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.
1. La
transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es
capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato
nuevo: «su rostro
brillaba como el sol». La luz
simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora
de forma tan sorprendente.
2. «De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta
con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no
habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que
salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C.,
cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin
Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos
concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se
aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús) es una manera de garantizarles
la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un
loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la
línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.
En este
contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple
despropósito. Pero son simple consecuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Cuando el
primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento y la muerte como
forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible quedarse en lo
alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con la cruz.
3. Como en
el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella.
4. Sus
primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento
del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí
se añade un imperativo: "¡Escuchadlo!" La orden se relaciona
directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto
escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha
planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado.
"¡Escuchadlo!"
El descenso de la montaña
Dos hechos
cuenta Mt en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la visión
hasta que él resucite y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías.
Lo primero
coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es
momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y
esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso
aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad
también de su gloria.
El
segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia.
Resumen
Este
episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva
para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y
muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres
experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa;
2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.
Esto supone
una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos
tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la
gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el
culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) al
escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo
más conforme al plan de Dios.
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