Una vez
terminado el discurso en parábolas sobre el Reino de Dios, el evangelio de
Mateo ofrece una sección que podríamos titular «Del
escándalo a la fe» (13,53-16,20). El escándalo se da en
Nazaret, donde sus paisanos lo rechazan; la fe, en la confesión de Pedro en
Cesarea de Felipe. En conjunto se trata de nueve episodios, de los que la
liturgia la liturgia ha elegido cuatro para los próximos domingos:
― la multiplicación de los panes
(domingo 18)
― la
tempestad calmada (domingo 19)
― la
curación de la hija de la mujer sirofenicia (domingo 20)
― la confesión de Pedro (domingo 21)
Suave
tarea veraniega
Quienes no
sepan en qué entretenerse durante el mes de agosto, pueden leer estos capítulos
de Mateo, con las sugerencias que ofrezco a continuación.
a) El tema capital de la sección es
la pregunta: ¿quién es Jesús? Encontrará respuestas muy distintas:
los nazarenos: un hombre
(13,55-56)
Herodes: Juan Bautista
resucitado (14,2)
los de la nave: Hijo de
Dios (14,33)
la cananea: Señor, hijo
de David (15,22)
la gente: diversidad de
opiniones (16,14)
Pedro: el Mesías (16,16)
b) Jesús intensifica su contacto con
los extranjeros viajando a Tiro, Sidón (15,21) y Magadán (15,39). Por el
contrario, su patria, Nazaret, lo rechaza; y de Jerusalén viene el peligro, la
oposición (15,1).
c) Jesús aparece en continuo
movimiento. Mateo parece sugerir que la actividad misionera es intensa, aunque
la mayoría de los episodios se sitúa en torno al lago de Galilea. A pesar del
movimiento continuo, la gente cada vez se une más a él. Y Jesús les demuestra
su preocupación y afecto de modo cada vez mayor.
d) El tema de los milagros
(dynameis) es fundamental; más aún que en los capítulos anteriores. Se
convierten en signo de la salvación mesiánica y, al mismo tiempo, de la
aceptación o rechazo de Jesús, de la fe o incredulidad.
Jesús alimenta a su comunidad (la multiplicación de
los panes)
Cuando los discípulos
de Juan le comunican a Jesús la muerte del maestro, Jesús se retira en barca a
un sitio apartado. Este detalle es significativo de la postura de Jesús. No va
en busca de Herodes a denunciarlo. Huye, para poder seguir cumpliendo su
misión. Lo sigue mucha gente de todas los pueblecillos, Jesús siente lástima y
cura a los enfermos. Pero lo más importante ocurre al caer la tarde.
En aquel
tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí
en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por
tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y
curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
― Estamos en despoblado y es muy
tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de
comer.
Jesús les
replicó:
― No hace falta que vayan, dadles
vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
― Si aquí no tenemos más que cinco
panes y dos peces.
Les dijo:
― Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en
la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los
discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y
recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin
contar mujeres y niños.
Problemas de la interpretación puramente histórica
Podríamos entender el relato como el recuerdo de un hecho histórico que
demostraría el poder de Jesús y su preocupación, no sólo por la formación
espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales. Esta
interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos
imaginar la escena.
Se trata de una
multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y
niños. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios
pueblos de aquella zona.
La propuesta de los
discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de
cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a
tanta gente.
Aun admitiendo que
Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por
sólo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas.
¿Cómo se multiplican
los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen
que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se
acaban?
¿Por qué no dice nada
Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se multiplican?
Después de repartir la
comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a
recoger las sobras en mitad del campo?
¿No resulta mucha
casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es
que los apóstoles no se extrañan de lo sucedido?
Estas preguntas, que
parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para
valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho
histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de
Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por el evangelista para transmitir
una enseñanza?
Problema de la interpretación racionalista y
moralizante
En el siglo XIX, por influjo especialmente de la Vida de Jesús de
Renan, se difundió la tendencia a interpretar los milagros de forma
racionalista, que no supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que
ocurrió en la multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus
discípulos y a la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron
saciados. El relato pretende fomentar la generosidad y la participación de los
bienes. Esta opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente
científicos, inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción
expresa con él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.
La interpretación cristológica y eucarística
A la comunidad de Mateo este episodio no le resultaría extraño. Con su
conocimiento del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima
a dos pasajes bíblicos.
En primer lugar, la
imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin
posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde
Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices
gracias a la intercesión de Moisés.
Hay también otro relato
sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los
más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de
discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias,
veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
- Dáselos a la gente,
que coman.
El criado replicó:
- ¿Qué hago yo con esto
para cien personas?
Eliseo insistió:
- Dáselos a la gente,
que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se
los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor"
(2 Reyes 4,42-44).
Cualquier lector de
Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las
personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que
hicieron Moisés y Eliseo en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan claras
ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a
Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En
comparación con Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria:
no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo
cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan
subrayados de forma absoluta.
Sin embargo, aquellos
lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos.
Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús
para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos
contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro
parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre,
nos sigue ayudando en los momentos de necesidad?
Aquí entra en juego un
aspecto esencial del relato: su relación con la celebración eucarística en las
primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden
exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista y pronunciar la bendición antes
de la comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa. También era
normal recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante:
omite los peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a
darle valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y
pescado, lo importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la
mención del alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada: acentuar
la importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella
acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes. Jesús la instituye
antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad y comed... tomad y bebed». Los cristianos
saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que
ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía,
donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a
Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las
persecuciones e incluso entregarse a la muerte.
Un cristiano de hoy
debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y
manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más
importante que la multiplicación de los panes y los peces. También podríamos
sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades
materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho
que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la
preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se
recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños
disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos
anteriormente.
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