Nota previa sobre el evangelio
En el ciclo B se lee el evangelio de
Marcos. El original terminaba de forma bastante abrupta, diciendo que las
mujeres que habían ido al sepulcro, aunque reciben el encargo de ir a decir a
los discípulos que Jesús ha resucitado y que lo verán en Galilea, muertas de
miedo no dijeron nada a nadie (16,8). No sabemos por qué el autor quiso
terminar su obra de esta forma. Como una película que acaba cuando nadie lo
espera y suscita muchos comentarios. Quizá fuese esa su intención: provocar al
lector.
Años más tarde, un autor que conocía los evangelio de Mateo y
Lucas, y el libro de los Hechos, recogió de ellos, dándoles un enfoque muy
personal, algunos relatos de apariciones de Jesús y la noticia final sobre su
ascensión al cielo. Estos versículos 16,9-20 es lo que se conocen como el «final largo de Marcos». De él está tomado el fragmento de hoy (Mc 16,15-20).
Subir al cielo como imagen del triunfo (Hechos
1,1-11)
Jesús subiendo al cielo es una imagen
bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños,
además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que
esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la
cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del
libro de los Hechos. Pero lo hace con notables diferencias.
En el evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch,
no).
En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona
la nube).
En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan
mirando al cielo).
En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos
personajes vestidos de blanco.
Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo hecho de formas tan
distintas, significa que no podemos quedarnos en lo externo, en el detalle,
sino que debemos buscar el mensaje profundo.
La idea de la ascensión resulta chocante al lector moderno por dos
motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos visto; 2) se basa en una
concepción espacial puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que
choca con una idea más perfecta de Dios.
Precisamente por esta línea psicológica podemos buscar la
explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de
vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios
habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta
más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro
de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante
hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los
antiguos.
Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del
Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren.
Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la
ascensión con el del rapto al cielo.
Es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura
clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados
de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de
Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los
incluyo al final para los interesados.
Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no
debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino
como una forma de expresar la glorificación de Jesús.
En mi primer libro, Teófilo,
escribí de todo lo que Jesús hizo y enseño desde el comienzo hasta el día en
que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles
que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo
después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo,
apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les
ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la
promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con
agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos
días».
Los que se habían reunido, le
preguntaron, diciendo:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino a Israel?.
Les dijo:
-No os toca a vosotros conocer los
tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en
cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de
la tierra”.
Dicho esto, a la vista de ellos,
fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando
miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros
y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.
Sentarse
a la derecha de Dios como imagen del triunfo (Efesios 1,17-23)
La segunda lectura de hoy es muy interesante para interpretar
rectamente la fiesta de hoy. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero
se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la
derecha de Dios, por encima todo y de todos.
Hermanos: El Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál
es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia
a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de
nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó
en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el
cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima
de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y «todo lo
puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su
cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
El final del
evangelio de Marcos une las dos imágenes: «fue llevado al cielo y se sentó a la
derecha de Dios». Una forma muy humana de hablar, pero habitual en la Biblia.
Jesús subió triunfalmente al cielo y ahora sigue ocupando la máxima dignidad
junto a Dios Padre.
Pero el
evangelio concede más importancia aún al tema de la misión de los apóstoles,
como se advierte comparándolo con la 1ª lectura.
En
Hechos, los discípulos muestran una vez más su preocupación política por
la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención hacia la
próxima venida del Espíritu Santo, que les dará fuerzas para ser sus testigos
en todo el mundo.
En
Marcos, el tema de la misión se trata en cinco puntos:
1) Orden de
ir al mundo entero a proclamar la buena nueva.
2) Esa
noticia puede ser aceptada o rechazada, pero con consecuencias muy distintas en
cada caso.
3) Se
mencionan las señales que acompañarán a los misioneros: expulsión de demonios,
don de lenguas, inmunidad ante ataques de serpientes, curaciones. Estas señales
recuerdan lo que se cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles a
propósito de Pablo.
4) En
Hechos, la reacción de los discípulos es quedarse embobados mirando al cielo.
En Marcos, se ponen en marcha de inmediato a pregonar el evangelio por todas
partes.
5) En Hechos
se habla de la fuerza del Espíritu Santo que acompañará a los apóstoles. En
Marcos, «el Señor cooperaba y confirmaba el mensaje con las señales que lo
acompañaban».
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:
-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a
toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.
Después de hablarles, el Señor Jesús fue
llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar
por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales
que los acompañaban.
Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para
quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el
que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la
fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor.
Los cuarenta días
El evangelio no dice nada de este período de
40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo
introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre
todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40
noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de
Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que
pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para
convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente
presente durante el tiempo que consideró necesario.
Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran
personaje
A propósito de Hércules escribe
Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules... se fue al monte Eta,
que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó
que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se
puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la
inmortalidad...” (II, 159-160).
Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un
antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de
Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares,
Augusto, 100).
Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año
40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro;
mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores
que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida
de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.
De Alejandro
Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas
cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran
estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la
estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de
nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo,
en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33).
Con respecto a Apolonio de
Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo
por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes
lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr
hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas
volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de
muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha
de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida
de Apolonio de Tiana VIII, 30).
Sobre la nube véase también
Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de
decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue
transportado hacia arriba por el aire”.
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