Las bienaventuranzas y las parábolas
de la sal y la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción
al Sermón del Monte. Hablan de quiénes pueden entender el mensaje del Reino de
Dios y de dos peligros que les acechan. A partir de este momento es cuando
Mateo entra propiamente en materia. Va a presentar la oferta religiosa de
Jesús, contraponiéndola a la de los escribas, los fariseos y los paganos. Y
esto puede suscitar en el público o el lector la sospecha de una doctrina
revolucionaria, en desacuerdo con la tradición de Israel. Mateo lo
tranquiliza. No ocurre nada de eso.
No creáis que he
venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno
sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será
el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y
enseñe será grande en el reino de los cielos.
La Ley y los Profetas representan para un judío el
mensaje de Dios, sus promesas, la alianza con él, la salvación. Jesús no viene
a suprimir nada de esto, sino a darle plenitud. No hay que tener miedo a su
doctrina.
Más aún. Su enseñanza es tan importante que quien se
salte uno de sus preceptos mínimos será mínimo en el Reino de Dios; quien los
cumpla será grande en ese Reino. Estas palabras desconciertan a muchos lectores
y comentaristas porque Jesús parece defender hasta las normas más pequeñas del
AT, en contra de lo que ocurre a lo largo del Evangelio. Creo que esto se debe
a un error de interpretación. Cuando Jesús condena «al que se salte uno de
estos preceptos mínimos» no se refiere a los preceptos del AT sino a los que el
va a indicar a continuación. Jesús no está defendiendo la letra del AT, sino su
espíritu.
Ese espíritu del AT también intentaban vivirlo otros
grupos de la época, como los escribas y fariseos. Pero Jesús está en desacuerdo
con ellos y lo advierte claramente desde el principio:
Os lo aseguro: Si
no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos.
Es un desafío durísimo, que exige aclaración. A eso
dedica el evangelista las secciones siguientes, donde habla de la actitud
cristiana ante la ley (contra los escribas) y de la actitud cristiana ante las
obras de piedad (contra los fariseos). En la liturgia de este domingo y del
siguiente sólo se recoge el tema de la ley.
1. Los escribas
Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy
heterogéneo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples
sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los
estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas,
jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita
pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los
escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en
la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente,
desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la
edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba
capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y
ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles,
bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente. Tenía
derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de
la administración y de la enseñanza.
2. El peligro
del legalismo
A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a
Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los
escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un
peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma
por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos
muy parecidos:
a) Buscando seguridad humana. Una persona
inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento
lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura.
b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas
conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo
en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como
una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas
más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más
fácil salvarme.
En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más
grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la
letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo,
la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con
cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley
manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá
no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana.
Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con
la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existencia. Se
critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso
se lo persigue.
3. La crítica de
Jesús al legalismo
Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus
discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos
concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramento, venganza y
amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen los cuatro primeros; los
dos últimos, el domingo próximo.
En el primer caso, asesinato, Jesús
lleva la ley a sus consecuencias más radicales.
Habéis oído que se
dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil', tendrá que comparecer
ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del
fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces
vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura
arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue
al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no
saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
El quinto mandamiento prohíbe
matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no
hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va
mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo,
sino también toda su persona. El mandamiento hay que interpretarlo en un
sentido muy amplio, que prohíbe también el trato airado, el insulto y la
calumnia. Este tema es para Jesús tan importante, que añade una consecuencia
práctica: «Si yendo a presentar tu ofrenda al altar…»
En el segundo caso, adulterio,
Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.
Habéis oído el
mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a
una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
La letra de la ley sólo se
fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en
cuenta incluso el peligro remoto de caer. Por eso añade una de las frases más
duras del evangelio: «Si tu ojo derecho te pone en peligro…» Estas palabras no
hay que entenderlas literalmente, pero reflejan la importancia que tiene el
tema para Jesús.
En el tercer caso, divorcio,
Jesús anula la ley en vigor.
Está mandado:
"El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio."
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
El texto exigiría un
comentario muy detenido y técnico. Conviene recordar que, en tiempos de Jesús,
el divorcio era algo reservado casi exclusivamente al hombre. Por otra parte,
la cuestión se había convertido en tema de disputa entre distintas escuelas
rabínicas, unas de mentalidad muy amplia; otras, muy estricta. Para Jesús, el
matrimonio es demasiado sagrado, y la situación de la mujer repudiada demasiado
trágica, para que se convierta en tema de discusión. Y suprime de un plumazo la
ley del divorcio, exceptuando el caso de porneia (término que se presta
a diversas traducciones: «impureza», «unión ilegal», «adulterio»).
En el cuarto caso, juramento,
también anula la ley.
Habéis oído que se
dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus
votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues
no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir
"sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del
juramento. Continuamente, en la plaza, en la calle, en la casa, se jura
invocando el nombre de Dios, el cielo, la tierra, Jerusalén... Jesús considera esto una falta de respeto y
una estupidez. Porque el hombre, al jurar, está invocando algo que no le
pertenece, de lo que no puede disponer. Y, al mismo tiempo, puede encubrir con
el juramento una mentira. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una
honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no. (Es curioso que,
actualmente, los que se presentan como cristianos juran; y los que se presentan
como laicos, prometen).
En resumen, Jesús combate la postura legalista llevando
el mandamiento a sus últimas consecuencias o anulando la ley en vigor. El
próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más
exigente.
* * *
La primera lectura, del Eclesiástico, corrobora lo que
dice el comienzo del evangelio sobre la alternativa de cumplir o no cumplir la
voluntad de Dios.
Si quieres,
guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante
ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre
están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del
Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él
conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a
los mentirosos.
Todos tenemos la posibilidad de elegir entre el fuego y
el agua, la muerte y la vida, ser pequeño o grande en el Reino de Dios. La
última frase, Dios «no deja impunes a los mentirosos» puede aplicarse muy bien
a lo que dice Jesús de los legalistas.
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