Después
de exponer la diferencia entre la actitud cristiana y la actitud legalista
de los escribas (los dos domingos anteriores), el Sermón del Monte pasa a
indicar la diferencia entre el cristiano y el fariseo con respecto a las
obras de piedad (oración, limosna y ayuno). La liturgia ha omitido esta
parte. Y también omite el comienzo de la tercera sección del discurso, donde se
trata la diferencia entre el cristiano y el pagano con respecto a los bienes
materiales.
La doble experiencia de que Jesús
fue traicionado por dinero (Mt
26,14-16) y de que «la seducción de la riqueza ahoga la palabra de Dios y queda
sin fruto» (Mt 13,22) hace que el primer evangelio trate con gran energía el
tema de los bienes materiales, aunque sus expresiones resultan a veces
demasiado concisas e incluso oscuras.
Siguiendo el hilo del discurso encontramos los siguientes
temas: una exhortación inicial a poner el corazón en Dios, no en el dinero (Mt
6,19-21); una segunda exhortación a la generosidad (6,22-23); imposibilidad de
compaginar el culto a Dios con el culto al dinero (6,24); exhortación a no
agobiarse y a tener fe en la providencia (6,25-34).
La liturgia de este domingo se limita a los dos temas
finales.
La gran
alternativa
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
‒
Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al
otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No
podéis servir a Dios y al dinero.
«No tendrás otros dioses frente a mí», ordena el primer
mandamiento. «No podéis servir a Yahvé y a Baal», dice el profeta Elías a los
israelitas en el monte Carmelo. La formulación tan parecida del evangelio
demuestra que las palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra
la idolatría. Al principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de
Dios eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Los
profetas les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse
en cualquier terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede
convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno de nosotros va a un banco o una
caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros.
Pero podemos estar cayendo en la idolatría del dinero. Según la Biblia, al
dinero se le da culto de tres formas:
1) Mediante la injusticia
directa (robo, fraude, asesinato). El dinero se convierte en el
bien absoluto, un dios por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo.
2) Mediante la injusticia
indirecta, el egoísmo, que no daña directamente al prójimo, pero
hace que nos despreocupemos de él (recordar la parábola del rico y Lázaro: Lc
16,19-31).
3) Mediante el agobio
por los bienes de este mundo, que nos hace perder la fe en la
Providencia. A este tema, fundamental para la mayoría de los cristianos, dedica
san Mateo el apartado más extenso de esta sección del discurso.
Del agobio a la fe en la Providencia
Por
eso os digo:
No
estéis agobiados por la vida, pensando
qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de
vosotros,
a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni
hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de
ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el
horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No
andéis agobiados, pensando qué
vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se
afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de
todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os
dará por añadidura.
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana
traerá su propio agobio. A cada día le
bastan sus disgustos.»
Seis
veces aparece en este breve párrafo el verbo «agobiarse». No habla Jesús de
cualquier tipo de agobio, sino del provocado por las necesidades materiales de
la comida y el vestido. En ambos casos hace referencia a imágenes cotidianas
(Dios alimenta a los pájaros y viste espléndidamente a los lirios) para
infundir fe en la Providencia. Pero en medio y al final incluye unas
reflexiones más bien irónicas: «por más que te agobies no vas a vivir un año
más», y «no te agobies, que ya se encargará la vida de agobiarte».
Algunos
consideran este pasaje es el más utópico y alienante del evangelio, contrario a
toda experiencia y al sentido común. Pero hay que ponerse en el punto de vista
de Jesús, que se mueve en dos coordenadas muy distintas a las nuestras: una
profunda fe en Dios y un despego absoluto con respecto a los bienes de este
mundo. Al ponernos como modelos a los pájaros y a los lirios nos está hablando
de seres que simplemente subsisten, no acumulan casas, fincas, joyas, tesoros.
Para Jesús, basta con subsistir, con tener «el pan nuestro de cada día». Y está
convencido de que Dios lo dará. (Los pobres, o las personas que han pasado en
algunos momentos de su vida grandes necesidades, entienden esto mucho mejor
que los que se limitan a discutir el problema).
Por
otra parte, este texto sobre la Providencia se puede entender muy bien
aplicando la teoría marxista de los objetivos a corto y largo plazo. Según el
marxismo, el objetivo importante es a largo plazo (la dictadura del
proletariado); los objetivos a corto plazo (reivindicaciones salariales,
aumento del nivel de vida, etc.) pueden convertirse en una trampa para la clase
obrera, que terminaría aburguesada y le haría renunciar al objetivo primordial.
Jesús,
con una perspectiva humana y religiosa, adopta la misma postura. Lo importante
es «el reino de Dios y su justicia», esa sociedad perfecta que debemos
anticipar los cristianos en la medida de lo posible. Dentro de ella no tienen
cabida las desigualdades hirientes ni la injusticia, el que hermanos nuestros
mueran de hambre o pasen terribles necesidades mientras a otros nos sobran
cantidad de bienes. Pero, si nos preocupamos sólo de la comida y del vestido,
de las necesidades primarias, renunciaremos a buscar el Reinado de Dios. En
cambio, si nos esforzamos ante todo por el Reinado de Dios, «todo eso (la
comida, el vestido) se os dará por añadidura».
Para
evitar una concepción alienante de la Providencia es útil recordar cómo la
entendió la Iglesia primitiva:
1)
En primer lugar, no excluye el trabajo. A los cristianos de Tesalónica les dice
Pablo claramente: «El que no trabaja, que no coma» (2 Tes 3,10).
2)
Cuando alguien pasa necesidad, los demás no piden a Dios que le ayuden; lo
ayudan ellos. Es lo que hicieron los cristianos de Grecia con los de Jerusalén
(2 Cor 8-9). La Providencia de los demás somos nosotros. Lo malo es cuando
nuestro egoísmo impide a muchas personas creer en la Providencia. En ese caso deberíamos
aplicarnos las palabras de san Pablo: «Por vuestra culpa blasfeman de Dios».
En
resumen, todo el mensaje de Jesús se sintetiza en dos principios básicos: a)
el valor relativo de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo de
Dios y de su reinado; b) el valor absoluto de la persona necesitada, que exige
de nosotros una postura de generosidad.
La preocupación maternal de Dios
Sión
decía:
«Me ha
abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.»
¿Es que puede
una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
El
evangelio, para inculcar la fe en la Providencia habla de Dios como un padre
que se preocupa de sus criaturas. La brevísima primera lectura usa una imagen
más expresiva aún: Dios como madre, incapaz de olvidarse del hijo de sus
entrañas.
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