El relato del evangelio que leemos este domingo, la resurrección del hijo
de la viuda de Naín, recuerda otros milagros parecidos: la resurrección de la
hija de Jairo y la de Lázaro. Con esta última, el evangelista Juan nos enseña
que Jesús es la resurrección y la vida, y aunque Lázaro, o cualquiera de
nosotros, muera, vivirá gracias a Él.
Lucas, en este relato que
solo se encuentra en su evangelio, no enfoca el tema del mismo modo. Lo que
pretende demostrar es el enorme poder y bondad de Jesús, comparándolo con los
dos mayores realizadores de milagros del Antiguo Testamento: Elías y Eliseo. De
este modo deja claro que está perfectamente justificado creer en Jesús y
aceptarlo como salvador.
Primera forma: con oración y esfuerzo: Elías (1 Reyes,
17,17-24).
El profeta Elías predijo
un período largo de sequía, y él mismo tuvo que pagar las consecuencias, debiendo
desplazarse a la costa de Fenicia, a Sidón. Allí lo acogió una viuda que tenía
un solo hijo. Al cabo de un tiempo, ocurrió lo siguiente.
17Más tarde cayó enfermo el hijo de
la dueña de la casa; la enfermedad fue tan grave, que murió. 18Entonces
la mujer dijo a Elías:
-
¡No quiero nada contigo, profeta! ¿Has venido a mi casa a recordar mis culpas y
matarme a mi hijo?
19Elías
respondió:
-Dame
a tu hijo.
Y
tomándolo de su regazo, se lo llevó a la habitación de arriba, donde él dormía,
y lo acostó en la cama. 20Después clamó al Señor:
-Señor,
Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda en su casa la vas a castigar
haciéndole morir al hijo?
21Luego
se echó tres veces sobre el niño, clamando al Señor:
-
¡Señor, Dios mío, que resucite este niño!
22El
Señor escuchó la súplica de Elías, volvió la vida al niño y resucitó. 23Elías
tomó al niño, lo bajó de la habitación y se lo entregó a la madre, diciéndole:
-Aquí
tienes a tu hijo vivo.
24La
mujer dijo a Elías:
-
¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú
pronuncias se cumple!
El relato pretende
subrayar el poder de Elías, capaz de conseguir que Dios resucite a un niño. La
historia tuvo tanto éxito que poco después se contó algo muy parecido del
discípulo de Elías, Eliseo. Este segundo milagro no tuvo lugar en el
extranjero, en Fenicia, sino en territorio de Israel, en Sunén, a dos
kilómetros de Naín. Habría sido mucho mejor elegir este texto para compararlo
con el evangelio, pero no vale la pena quejarse de los liturgistas.
Segunda
forma: sin oración, pero con compasión: Jesús (Lucas 7,11-17).
11A continuación se dirigió a una
ciudad llamada Naín, acompañado de los discípulos y de una gran multitud. 12Justo
cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a un muerto, hijo único de
una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos. 13Al
verla, sintió compasión y le dijo:
―No
llores.
14Se acercó, tocó el féretro, y los
portadores se detuvieron. Entonces dijo:
―Muchacho,
contigo hablo, levántate.
15El muerto se incorporó y empezó a
hablar. Jesús se lo entregó a su madre. 16Todos quedaron
sobrecogidos y daban gloria a Dios diciendo:
―Un
gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo. 17La noticia de lo que había hecho
se divulgó por toda la comarca y por Judea.
Comparando
el relato de Lucas con la primera lectura se advierten importantes diferencias.
Actitud
de la madre
En el caso de Elías, se
queja y protesta.
En el caso de Jesús, no
dice nada, cosa lógica porque no lo conoce ni ha convivido con él.
Acciones
del protagonista
Elías toma al niño, lo
sube a la habitación de arriba, lo acuesta en la cama, clama al Señor, se echa
tres veces sobre el niño, entrega al niño a su madre.
Jesús siente compasión,
detiene el féretro, ordena al muchacho que se levante.
Lo más llamativo es que
Jesús no ora, no tiene que pedir a Dios que resucite al niño, tiene el poder de
resucitarlo. En cuanto al tema de la compasión, es muy importante cuando se
compara con la actitud de Eliseo (el episodio que no leemos).
Lugar del
milagro
Elías lo realiza en la
habitación de arriba, y lo mismo ocurre en el caso de Eliseo. Se trata de algo
secreto, de lo que solo son testigos Dios y el profeta.
Lucas presenta el milagro
de Jesús como algo público, presenciado por numerosas personas. Jesús llega a
Naín acompañado de los
discípulos y de una gran multitud. En dirección contraria otro grupo numeroso: a la madre la acompañaba un
grupo considerable de vecinos.
El poder de Jesús contará
con numerosos testigos.
Reacción de la gente
La viuda de Eliseo termina
confesando: ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la palabra del Señor que tú
pronuncias se cumple!
De
modo parecido, la multitud que presencia el milagro de Jesús exclama: Un gran profeta ha surgido entre
nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo.
Tercera forma: revelando a
su Hijo: Dios Padre (Gálatas 1,11-19)
La segunda lectura carece de relación con la
primera y el evangelio. No habla de un muerto, sino de una persona repleta de
energía, Pablo, que la gasta en perseguir violentamente a la iglesia. En este
sentido podemos decir que también él está muerto. Y quien lo resucita es Dios
Padre, revelándole a su Hijo, Jesús. Estamos acostumbrados a relacionar esta
“resurrección” con la famosa caída del caballo que cuenta Lucas en los Hechos
de los Apóstoles. Pablo, en la carta a los Gálatas, no da detalles de ese tipo.
Se limita a lo esencial: su experiencia de haber descubierto quién es realmente
Jesús.
11Os hago saber,
hermanos, que el evangelio que os anuncié no es de origen humano; 12pues
yo no lo recibí ni aprendí de un hombre, sino que me lo reveló Jesucristo. 13Habéis
oído hablar de mi conducta precedente en el judaísmo: Violentamente perseguía a
la iglesia de Dios intentando destruirla; 14en el judaísmo superaba
a todos mis paisanos de mi generación, en mi celo ferviente por las tradiciones
de mis antepasados. 15Pero, cuando el que me apartó desde el vientre
materno y me llamó por puro favor, tuvo a bien 16revelarme a su Hijo
para que yo lo anunciara a los paganos, inmediatamente, en vez de consultar a
hombre alguno 17o de subir a Jerusalén a visitar a los apóstoles más
antiguos que yo, me alejé a Arabia y después volví a Damasco. 18Pasados
tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y me quedé quince días con él.
19De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el pariente del
Señor.
Conclusión
Las tres lecturas nos
ayudan y animan a conocer más profundamente a Jesús. Alguien muy superior a un
gran profeta, como Elías. Alguien muy distinto de un hereje, como pensaba Pablo
antes de convertirse. Pero este conocimiento no se adquiere con la simple
lectura y comparación de textos. Es una gracia que Dios concede, como a Pablo.
Una gracia que debemos pedir, como insiste Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios
Espirituales: “conocimiento interno del Señor, para que más le ame y le siga”.
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