El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de
Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la
Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa,
entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección.
Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente
estas semanas.
El contexto: la promesa
Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y
resucitar. Y ha avisado que quienes quieran seguirle deberán negarse a sí
mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva
triunfante. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán
antes de ver el reinado de Dios». ¿Se cumplirá esa extraña promesa?
El cumplimiento: la transfiguración
Ocho días después de estas palabras,
Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para
orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban
de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que, aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en
Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían del sueño; y, espabilándose,
vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se
alejaban, dijo Pedro a Jesús: Maestro, que bien se está aquí. Haremos tres tiendas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió.
Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi
Hijo, el escogido, escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron
silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
El relato de
Lucas, el que leemos este domingo, podemos dividirlo en dos partes: la subida a
la montaña y la visión. Desde un punto de vista literario es una teofanía, una
manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que
empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes
de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa
teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.
La teofanía del Sinaí
Dios no se
manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a
la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces
acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los
setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa
mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también
frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la
montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la
tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un
informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al
de las teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Jesús sólo
elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Este dato no debemos
interpretarlo solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir
algo tan grande que no puede ser presenciado por todos.
Lucas
introduce aquí un cambio pequeño pero importante. Marcos y Mateo dicen que
subieron “a una montaña alta y apartada”; Lucas, que “subieron a la montaña para
rezar”. La altura y aislamiento del monte no le interesa, lo importante
es que Jesús reza en todas las ocasiones trascendentales de su vida.
La visión
En ella hay
cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la
transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición
de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a
los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.
1. La
transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «En su presencia se transfiguró y sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). La fuerza recae en la blancura del vestido de Jesús.
Lucas, en cambio, destaca que el cambio se produce mientras Jesús oraba, y se
centra en el cambio de su rostro, no en el de sus vestidos: “Y, mientras oraba, el
aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.”
Lucas nos invita a contemplar un escena a cámara lenta, centrada en el primer
plano del rostro de Jesús. Es un anticipo de las apariciones de Cristo
resucitado, cuando su rostro es difícil de identificar para María Magdalena,
los dos de Emaús y los discípulos en el lago .
2. La aparición de Moisés y Elías. Moisés es el gran
mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a
cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel
ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor
momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por
el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la
obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos
personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús)
es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa
de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra
a plenitud.
En este contexto,
las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple
despropósito. Pero son simple consecuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Es
preferible quedarse en lo alto del monte que cargar con la cruz y seguir a
Jesús hasta la muerte. 3. Como en
el Sinaí, el monte queda cubierto por una nube.
4. Las
palabras de Dios reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del
bautismo, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un
imperativo: "¡Escuchadle!" La orden se relaciona directamente con las
anteriores palabras de Jesús, sobre su propio destino y sobre el seguimiento y
la cruz de sus discípulos.
Resumen
Este
episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva
para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y
muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres
experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa;
2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.
Esto
supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos
tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la
gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la
historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) la voz del cielo les
enseña que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de
Dios.
La anticipación de nuestro triunfo (Filipenses 3,17-4,1)
A la
comunidad de Filipos, igual que a otras fundadas por Pablo, llegaron misioneros
cristianos, pero de la línea radical, judaizante. Estaban convencidos de salvarse
por observar una serie de normas alimentarias (“su Dios es el vientre”) y por la
circuncisión (“se glorían de sus vergüenzas”); en consecuencia, aunque no lo
reconozcan, para salvarse no es preciso que Jesús muera por nosotros, y “se
comportan como enemigos de la cruz de Cristo”.
Frente
a esta postura, los filipenses, seguidores de Pablo, no aspiran a cosas
terrenas sino que aguardan a un salvador, Jesús, que transformará nuestro
cuerpo humilde a semejanza del suyo glorioso. Esta promesa de la transformación
de nuestro cuerpo es la que ha movido a elegir esta lectura, en paralelo con la
del evangelio: la transfiguración de Jesús no solo anticipa su gloria sino
también la nuestra.
Seguid
mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en
nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en
los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero
la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a
cosas terrenas.
Nosotros,
por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador:
el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelos
de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así,
pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así,
en el Señor, queridos.
La teofanía a Abrahán (Gn 15, 5-12. 17-18)
En el libro
del Génesis, Abrahán, presentado como un pastor seminómada, recibe las dos mayores
promesas que puede desear: una descendencia numerosa y una tierra donde
asentarse. El texto podemos dividirlo en tres partes: la primera promete una
descendencia numerosa como las estrellas; la segunda, la tierra (sin concretar
de qué tierra se trata, se supone la de Canaán); la tercera une los dos temas:
la descendencia de Abrahán heredará la tierra (en este caso se le atribuye una
extensión fabulosa).
No
consigo entender por qué se ha elegido esta lectura. Probablemente porque la
sección central (2) hace referencia a una teofanía, y se la ha visto en
paralelo con la transfiguración de Jesús. Pero cualquier parecido entre ambos
relatos es pura coincidencia.
1)
En
aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo:
-
Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.
Y
añadió:
-
Así
será tu descendencia.
Abrahán
creyó al Señor, y se le contó en su haber.
2)
El Señor le dijo:
- Yo soy el Señor, que te sacó de Ur
de los Caldeos para darte en posesión esta tierra.
El replicó:
- Señor Dios, cómo sabré yo que voy
a poseerla.
Respondió el Señor:
- Tráeme una ternera de tres años,
una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.
Abrahán los trajo y los cortó por el
medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los
buitres bajaban a los cadáveres, y Abrahán los espantaba. Cuando iba a ponerse
el sol, un sueño profundo invadió a Abrahán, y un terror intenso y oscuro cayó
sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una
antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
3)
Aquel día el Señor hizo alianza con
Abrahán en estos términos: A tus descendientes les daré esta
tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates.
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