Cuando llegan a Caná, los peregrinos
tienen dos focos de interés: la iglesia, en la que bastantes parejas
acostumbran renovar su compromiso matrimonial; y la tienda en la que se vende
vino del lugar. La boda y el vino son los dos grandes símbolos del evangelio de
este domingo.
Un
comienzo sorprendente
Si recordamos lo
que ha contado hasta ahora el cuarto evangelio, el relato de la boda de Caná
resulta sorprendente. Juan ha comenzado con un Prólogo solemne, misterioso,
sobre la Palabra hecha carne. Sin decir nada sobre el nacimiento y la infancia
de Jesús, lo sitúa junto a Juan Bautista, donde consigue sus primeros
discípulos. ¿Qué hará entonces? No se va al desierto a ser tentado por Satanás,
como dicen los otros evangelistas. Tampoco marcha a Galilea a predicar la buena
noticia. Lo primero que hace Jesús en su vida pública es aceptar la invitación
a una boda.
¿Qué pretende
Juan con este comienzo sorprendente? Quiere que nos preguntemos desde el primer
momento a qué ha venido Jesús. ¿A curar unos cuantos enfermos? ¿A enseñar una
doctrina sublime? ¿A morir por nosotros, como un héroe que se sacrifica por su
pueblo? Jesús vino a todo eso y a mucho más. Con él comienza la boda definitiva
entre Dios y su pueblo, que se celebra con un vino nuevo, maravilloso, superior
a cualquier otro.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la
madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también
invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No
les queda vino." Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no
ha llegado mi hora." Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo
que él diga."
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las
purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les
dijo: "Llenad las tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: "Sacad ahora y llevádselo al
mayordomo." Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: "Todo el
mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en
cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos,
manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
El
simbolismo de la boda: 1ª lectura (Is 62,1-5)
Para
los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la
relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa
del entusiasmo al cansancio, porque se dan momentos buenos y malos, entrega
total y mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con
Israel. Una relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó
con el divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción
de Jerusalén y la deportación a Babilonia). Pero el Dios del Antiguo Testamento podía permitirse el lujo de volver a
casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías:
“El
que te hizo te tomará por esposa:
su
nombre es Señor de los ejércitos.
Como
a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor;
como
a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La
primera lectura de hoy, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en
la segunda parte.
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no
descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee
como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán
un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la
mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra
«Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque
el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con
su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el
marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Para
el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la
boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y
fidelidad inquebrantables.
El
simbolismo del vino
En
el libro de Isaías hay un texto que habría venido como anillo al dedo de
primera lectura:
“El
Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte
un
festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos
generosos”.
Este
es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este
banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un
banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete
simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva
relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.
El
primer signo de Jesús, gracias a María
A
Juan no le gustan los milagros. No le agrada la gente como Tomás, que exige
pruebas para creer. Por eso cuenta muy pocos milagros, y los llama “signos”,
para subrayar su aspecto simbólico: Jesús trae la alegría de la nueva relación
con Dios (boda de Caná), es el pan de vida (multiplicación de los panes), la
luz del mundo (ciego de nacimiento), la resurrección y la vida (Lázaro).
Pero
lo importante de este primer signo es que Jesús lo realiza a disgusto, poniendo
excusas de tipo teológico (“todavía no ha llegado mi hora”). Si lo hace es
porque lo fuerza su madre, a la que le traen sin cuidado los planes de Dios y
la hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Jesús
dijo que “el hombre no está hecho para observar el sábado”; María parece
decirle que él no ha venido para observar estrictamente su hora. En realidad no
le dice nada. Está convencida de que terminará haciendo lo que ella quiere.
Juan
es el único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que
menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu
madre”. De ese modo, Juan abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura
de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer
que Jesús nos dejó en buenas manos.
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