Un
cambio curioso de Lucas
Cuando Lucas
escribió su evangelio, tomó como punto de partida el de Marcos. Incluso lo
copió a veces al pie de la letra. Pero, en bastantes ocasiones, lo cambiaba y
completaba. Uno de los casos más curioso de cambio y añadido lo tenemos en el
evangelio de este domingo.
Marcos cuenta que Jesús, cuando
metieron en la cárcel a Juan Bautista, se dirigió a Galilea y proclamaba lo
siguiente: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios. Convertíos
y creed la buena noticia”.
Lucas también dice que Jesús se
dirigió a Galilea y predicaba en las sinagogas, pero no dice qué predicaba. Las
primeras palabras públicas las pronunciará en la sinagoga de Nazaret, y no
hablan del plazo que se ha cumplido ni de la cercanía del reinado de Dios;
tampoco piden la conversión y la fe.
En
aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se
extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue
a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre
los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del
profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y
a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar
el año de gracia del Señor.»
Y,
enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga
tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
- Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír.
El
reinado de Dios no está cerca, se ha hecho presente en Jesús
Lo primero que hace Jesús es leer un
texto de Isaías que pretende consolar a los pobres, los cautivos, los ciegos,
los oprimidos. Son imágenes que no debemos interpretar al pie de la letra. No
se trata de ciegos físicos ni de presos. Este texto, escrito probablemente en
el siglo VI o V a.C., describe la triste situación en la que se encontraba por
entonces el pueblo de Israel, sometido al imperio persa. Una situación bastante
parecida a la de los judíos del tiempo de Jesús, sometidos al imperio romano.
Los presentes en la sinagoga de Nazaret podían verse reflejados perfectamente
en esas palabras del libro de Isaías. Pero lo importante es lo que Jesús añade:
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Cuando se comparan las primeras
palabras de Jesús en Marcos y Lucas se advierte una interesante diferencia. En
Marcos, lo esencial es el reinado de Dios y la actitud que debemos adoptar ante
su cercanía (conversión y fe). En Lucas, la fuerza recae en el personaje sobre
quien Dios ha enviado su Espíritu: Jesús. No se trata de que el reinado de Dios
esté cerca, se ha hecho ya presente en Jesús.
¿Qué
se cumple hoy?
El texto de Isaías se puede
interpretar, a la ligera, como si el personaje del que habla (para nosotros,
Jesús) fuese a llevar a cabo la mejora social de los pobres, la liberación de
los cautivos, la curación de los ciegos, la libertad de los oprimidos. Sin
embargo, el texto no pone el énfasis en la acción, sino en el anuncio.
La traducción litúrgica usa tres veces el verbo “anunciar” (en griego sería una
vez “evangelizar” y dos “anunciar”). Este matiz es importante, porque coincide
con lo que hizo Jesús. Es cierto que curó a algún ciego, pero no liberó de los
romanos ni mejoró la situación económica de los pobres. Lo que hizo fue “anunciar
el año de gracia del Señor”, hablar de un Dios Padre, que nos ama incluso
cuando las circunstancias de nuestra vida siguen siendo muy duras.
Un
optimismo desafiante
La liturgia ha
dividido el relato de Lucas en dos domingos. Con ello, nos quedamos sin saber
cómo reaccionará el auditorio a lo que ha dicho Jesús. La sabremos el próximo
domingo. Lo que hoy debe quedarnos es el profundo optimismo del mensaje de
Isaías, que, al mismo tiempo, supone un desafío para nuestra fe. ¿Se ha
cumplido realmente esa Escritura que anuncia la mejora y la salvación a pobres,
ciegos, cautivos y oprimidos? Una rápida lectura del periódico bastaría para
ponerlo en duda. Cuando Lucas escribió su evangelio, cuarenta o cincuenta años
después de la muerte de Jesús, también tendría motivos para dudar de esta
promesa. Sin embargo, no lo hizo. Jesús había cumplido su misión de anunciar el
año de gracia del Señor, había traído esperanza y consuelo. Había motivo más
que suficiente para creer que esa palabra se había cumplido y se siguen
cumpliendo hoy.
La
1ª lectura (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de
la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían
uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde
el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las
mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la
lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera
que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el
pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente
se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo,
levantando las manos, respondió: «Amén, amén.» Después se inclinaron
y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los
levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido,
de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el
sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo
entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni
lloréis.» Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la
Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad
porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis
tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
Este episodio se interpreta
generalmente como el punto de partida histórico de la lectura pública de los
textos sagrados judíos y ayuda a comprender lo ocurrido en la sinagoga de
Nazaret. La escena se sitúa en la segunda mitad el siglo V a.C., en tiempos de
Esdras, y representa una gran novedad. Hasta entonces, quienes hablaban en
público eran los profetas. Ahora se lee el libro de la Ley de Moisés (quizá
alguna parte del Deuteronomio), de acuerdo con un ritual muy preciso, que se
mantuvo parcialmente en las sinagogas: Esdras se sitúa en un púlpito, la gente
se pone en pie, Esdras bendice al Señor y todos adoran. Según otra versión,
quienes leen son los levitas, que, al mismo tiempo, explican el sentido de lo
que han leído.
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