Primer mensajero (Natán) y primera promesa (a David)
Al final de numerosas aventuras,
David se ha convertido en rey del Norte y del Sur, de Israel y Judá. Ha
conquistado una ciudad, Jebús (Jerusalén) que le servirá de capital. Se ha
construido un palacio. Y ahí es donde comienzan los problemas. Mientras se aloja
cómodamente en sus salas, le avergüenza ver que el arca de Dios, símbolo de la
presencia del Señor, está al aire libre, protegida por una simple tienda de
campaña. Decide entonces construirle una casa, un templo. El profeta Natán está
de acuerdo. Dios, no. Será Él quien le construya a David una casa, una
dinastía. A su heredero lo tratará como un padre a su hijo. “Tu casa y tu reino
durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”.
Lectura del segundo libro de Samuel 7,1-5. 8b-12. 14a.16
Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el
Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al
profeta Natán:
̶ Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro,
mientras el arca del Señor vive en una tienda.
Natán respondió al rey:
̶ Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está
contigo.
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del
Señor:
̶ Ve y dile a mi siervo David: "Así dice
el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo
te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi
pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus
enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a
Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en
adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré
jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus
enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y, cuando tus días se hayan
cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia
que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para
él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia;
tu trono permanecerá por siempre."
Segundo mensajero (Gabriel) y segunda promesa (a Israel)
El evangelio es tan conocido que necesita poco comentario. Pero a veces se
pasa por alto el fuerte contenido político de las palabras del ángel a María cuando
habla de Jesús: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin.» Si tenemos en cuenta que «Hijo del
Altísimo» no significa «Segunda persona de la Santísima Trinidad» sino que es
un título del rey de Israel, las palabras de Gabriel repiten insistentemente la
idea de la realeza de Jesús. Pero su reino no es universal, se limita a «la casa de Jacob».
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a
una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel,
entrando en su presencia, dijo:
̶ Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo; bendita tú eres entre las mujeres.
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué
saludo era aquél. El ángel le dijo:
̶ No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
̶ ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?
El ángel le contestó:
̶ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su
vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
̶ Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra.
Y la dejó el ángel.
Tercer mensajero (Pablo) y tercera promesa (al mundo entero)
Pablo no ha visitado todavía
Roma cuando escribe su carta a los romanos. Pero tiene una larga experiencia de
apostolado y de reflexión. Sobre todo, ha tenido una experiencia fundamental en
el momento de su vocación: el Mesías Jesús no ha sido destinado por Dios sólo
al pueblo de Israel, sino a todas las naciones.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
16,25-27
Hermanos: Al que puede fortaleceros según el Evangelio
que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido
en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos
proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las
naciones a la obediencia de la fe al Dios, único sabio, por Jesucristo, la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.
El misterio
Desde David hasta Pablo se recorre un largo camino y la perspectiva se abre
de modo asombroso: lo que comenzó siendo la promesa a un rey, más tarde un
pueblo, termina siendo la promesa al mundo entero. Como dice la segunda lectura,
esta es la “revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos
eternos”.
Tres reacciones a tres mensajeros
¿Cómo reaccionan los interesados
antes los mensajes que reciben?
La respuesta de David no la
recoge la lectura, pero es una extensa oración
de alabanza y acción de
gracias por la promesa que Dios le hace (2 Samuel 7,18-29).
María reacciona con aceptación y fe. No imagina los momentos
tan duros que tendrá que aceptar por causa de Jesús (“una esperada te
atravesará el alma”) ni la cantidad de fe que necesitaría cuando vea a su hijo
criticado y condenado por terrorista y blasfemo.
La reacción de Pablo, la que
desea inculcar a sus lectores romanos, es cantar
la sabiduría y la gloria de
Dios a través de Jesucristo.
Tres reacciones muy adecuadas para vivir estos días previos a la Navidad.
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