El camino
poético (lectura de Isaías)
Hacia el año 540 a.C., los judíos
llevaban casi cincuenta años desterrados en Babilonia. Años duros, de grandes
sufrimientos, de ansia de libertad y de vuelta a la patria. Esa buena noticia
es la que anuncia el profeta. Pero el largo camino, a través de zonas a menudo
inhóspitas, puede asustar a muchos y desanimarles de emprender el viaje.
Entonces, una voz misteriosa, da la orden, no se sabe a quién, de preparar el
camino al Señor. No se dirige a hombres, porque la labor que realizarán es
sobrehumana: construir un el desierto una espléndida autopista, allanando
montes y colina, rellenando valles. Por ella volverá el pueblo judío,
acompañado de su Dios, como un pastor apacienta a su rebaño.
"Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro
Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido, su servicio, y está pagado
su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados."
Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino
al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se
levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo
escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los
hombres juntos - ha hablado la boca del Señor"-
-Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte
la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de
Judá: "Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda. Mirad, viene con el su salario, y su recompensa lo precede. Como
un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los
corderos y hace recostar a las madres."
El camino
ético (Qumrán)
Con el tiempo, la idea de preparar un
camino al Señor en el desierto adquirió un sentido nuevo: a mediados del siglo
II a.C., un grupo de sacerdotes y seglares judíos, descontentos con el
comportamiento de los sumos sacerdotes de Jerusalén y de las costumbres paganas
que se estaban introduciendo, recordando el texto del libro de Isaías, decide
retirarse al desierto de Judá y allí, en Qumrán, fundar una especie de
comunidad religiosa. En el desierto preparan el camino del Señor. Ya no se
trata de un camino poético, sino de una conducta conforme a la Ley del Señor.
(En hebreo, derek puede significar “camino” y “forma de conducta”, igual
que way en inglés).
El camino
del Señor Jesús (evangelio)
Esta misma interpretación del texto de
Isaías es la que aplica el evangelio a Juan Bautista. También él marcha al
desierto a preparar un camino. A primera vista parece tratarse de un camino
ético, como un Qumrán, ya que Juan exhorta a la conversión y al bautismo para
el perdón de los pecados. Pero sus palabras dejan claro que prepara el camino a
una persona más poderosa que él y que trae un bautismo superior al suyo: Jesús.
Está escrito
en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare
el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos." Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se
convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la
gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y é1 los bautizaba en el
Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que puede más que
yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado
con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo."
[A propósito de la
diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús conviene recordar que el
verbo “bautizar” significa en griego “lavar”. Los fariseos, por ejemplo,
“bautizan” los platos, los lavan. Pero se puede lavar con agua sola, como hace
Juan, que es un lavado superficial, incapaz de limpiar las manchas más
profundas; y se puede lavar con “Espíritu Santo” (o “con Espíritu Santo y
fuego”, como dice otro texto) limpiando totalmente a la persona.]
Esperad y
apresurad la venida del Señor (2 Pedro 3, 8-14)
A mediados y finales del siglo I, muchos
cristianos empezaron a sentirse desconcertados. Les habían repetido que la
vuelta del Señor y el fin del mundo eran inminentes. Sin embargo, pasaban los
años y el Señor no volvía. El autor de la 2ª carta de Pedro (que no es san
Pedro) sale al paso de esta inquietud, ofreciendo una respuesta que, después de
veinte siglos, no convence demasiado: el Señor no se retrasa, sino que nos da
un plazo para que podamos convertirnos. El autor mantiene la postura
tradicional de que la llegada del Señor y el fin del mundo será algo repentino,
inesperado. Y en vez de quejarnos de que el Señor se retrasa, debemos “esperar
y apresurar la venida del Señor”. Además, el fin del mundo será el comienzo de
un nuevo cielo y una nueva tierra, y hay que prepararse para recibirlos
llevando una vida santa y piadosa, en paz con Dios, inmaculados e
irreprochables.
Queridos
hermanos: No perdáis de vista una cosa:
para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no
tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene
mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor
llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los
elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se
consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y
piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando
desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los
elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y
una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos,
mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz
con él, inmaculados e irreprochables.
Una ética
basada en Jesús
La segunda lectura,
igual que el evangelio, une el camino de la ética con el camino que lleva a
Jesús: Juan Bautista lo relaciona con la primera venida; la carta de Pedro, con
la segunda. La liturgia nos indica que el Adviento no es época de espera
pasiva, como quien espera que empiece la película: hay que comprometerse
activamente. Y ese compromiso debe basarse en el recuerdo de la venida del
Señor y en la esperanza de su vuelta.
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