El evangelio
de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy,
Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte
en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la
misión recibida, no la santidad del receptor.
Los
precursores de Dan Brown
En El Código da Vinci, Dan
Brown propone que Jesús se casó con la Magdalena, se marcharon a Francia y allí
tuvieron un hijo, del que surgió la dinastía merovingia. Brown aplicó el
criterio (conocido ya por Lope de Vega) que cuanto mayor es la estupidez que se
escribe, más éxito tiene y más ganancias produce. Pero a la hora de proponer
cosas absurdas sobre Jesús, no es el primero. Tuvo grandes precursores, aunque
no conocemos sus nombres.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo,
Jesús preguntó a sus discípulos:
― ¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?
Ellos contestaron:
― Unos que Juan Bautista, otros que Elías,
otros que Jeremías o uno de los profetas.
La
culpa es de Jesús
¿Cómo es posible que la gente ofrezca
respuestas tan extrañas? La culpa es en gran parte de Jesús por usar una expresión
que se presta a equívoco: bar enosh puede entenderse de formas muy distintas,
y podríamos traducirlo con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo»,
y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las
zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre
[este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre
[este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt
9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un
salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido
todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt
10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su
reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la
gloria de su Padre y
acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a Jesús, como en La vida de
Brian, podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el
Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran
personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los
discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de
mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final
de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los
grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al
Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un
profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista).
Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era
intencionadamente ambiguo.
La pregunta del millón
Él les preguntó:
― Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo.
Jesús le respondió:
― ¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre
que está en el cielo. Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Mesías.
Este texto lo comenté hace
poco, en la fiesta de san Pedro y san Pablo. Me limito a recordar las ideas
principales, presentándolas de forma algo distinta.
1. Los grupos que esperaban al
Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación
maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos),
económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del
pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive
de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de
impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco
o tener una inspiración divina.
2. ¿Ha acertado Pedro con su
respuesta? Sí. Pero no porque sea muy listo, sino porque se lo han soplado
desde el cielo. Basándose en este revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús
le hace tres promesas: 1) sobre ti edificaré mi Iglesia; 2) te daré las llaves
del Reino de Dios; 3) lo que decidas en la tierra será refrendado por Dios.
El papel de Pedro en la iglesia primitiva
Un detalle común a las más diversas
tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El
dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo
en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión
subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él»
(Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de
Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la
predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me
habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los
judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía
a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda
reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Por no alargarme,
basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis
ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17),
equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los
Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone
elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a
todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los
paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo
práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».
Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder una
pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús
a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del
evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta
a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores
antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro. Para
nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la
forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de
historia se presentan como verdaderos aunque mienten en lo que cuentan y en la
forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje
de ficción.
La verdad,
testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que
Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y
que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan.
Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá
inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de
inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús.
Y para
corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el
próximo domingo.
Primera lectura y evangelio: las llaves
La segunda promesa
de Jesús a Pedro («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende
recordando la promesa hecha por Dios al mayordomo de palacio Eliacín, que
sustituye al depuesto mayordomo de palacio Sobna:
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo
de palacio:
«Te echaré de tu puesto, te
destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacin, hijo de
Elías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será
padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de
su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo
que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará
un trono glorioso a la casa paterna.»
«Colgaré de
su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo
que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta
en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y después
de mencionar las llaves no habla de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero
la idea de fondo es la misma.
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