Las tentaciones empalman directamente con el episodio del bautismo y explican cómo entiende Jesús lo que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y maravillosa como la de un príncipe?
1ª tentación: utilizar el poder en beneficio propio
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu
Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días
por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En aquello días estuvo sin
comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en
pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".
Partiendo del hecho normal del hambre después de
cuarenta días de ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en
beneficio propio.
La tentación se deja de sutilezas y va a lo
concreto: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. El
pueblo de Israel, durante su marcha por el desierto, se quejó de hambre,
murmuró, acudió a Moisés para que resolviese el problema. Jesús no necesita
nada de eso. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí
mismo. Pero Jesús, el nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida desde el
comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No
sólo de pan vive el hombre”.
La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es esa visión amplia y profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de Dios.
2ª tentación: Tener, aunque haya que arrastrarse
Después, llevándole a lo alto, el diablo le
mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
—Te daré el poder y
la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero.
Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto".
Este episodio siempre me trae a la memoria mi decepción
cuando subí a la cumbre del monte Nebo con la esperanza de ver, como Moisés,
toda la Tierra Prometida. La neblina permitía ver el Mar Muerto a duras penas.
Cuanto más alto llevase Satanás a Jesús, menos vería el esplendor de todos los
reinos del mundo. El episodio no debemos interpretarlo en sentido literal e
histórico. Lo importante es su sentido.
La segunda tentación no es la tentación provocada
por la necesidad urgente, sino por el deseo de tener todo el poder y la gloria
del mundo. ¿Es esto malo, tratándose del Mesías? Los textos proféticos y
algunos Salmos hablaban de su dominio cada vez mayor, universal, concedido por
Dios. Pero Satanás parte de un punto de vista muy distinto, propio de la
mentalidad apocalíptica: el mundo presente es malo, no está en manos de Dios,
sino en las suyas; es él quien lo domina y entrega su poder a quien quiere. Solo
pone como condición que se postren ante él, que lo reconozcan como dios. Jesús se
niega a ello, citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto”.
El relato es tan fantástico que cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El ansia de poder y de gloria lo percibimos continuamente, y también es clara la necesidad de arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo de políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo pequeños ídolos ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación: pedir pruebas que corroboren la misión encomendada.
Entonces lo llevó a
Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está
escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también:
"Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las
piedras".
Jesús le contestó:
—Está mandado:
"No tentarás al Señor, tu Dios".
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Esta tentación se presta a interpretaciones muy
distintas. Podríamos considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir
a procedimientos extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La
multitud congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como
Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante: el
tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que propone
ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Considero más exacto decir que la tentación consiste
en pedir pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no
estamos acostumbrados a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como
recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam
10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre
espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso
que corrobore su misión.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho
a un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles
ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas
para que tu pie no tropiece en la piedra”), el tentador le propone una prueba
espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es
o no el Hijo de Dios.
Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando
de nuevo un texto del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16).
La frase del Deuteronomio es más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro
Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá”, cuando el pueblo se
queja por falta de agua para beber y se pregunta: “¿Está o no está con nosotros
el Señor?” (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre
una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no quiere
signos ni los pide.
Cuando termina el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta otro momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté crucificado.
Nuestras tentaciones
Las
tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la
comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades,
miedos y apetencias y nuestro grado de interés por Dios.
1)
La necesidad primaria: afecto, comprensión.
2)
¿Está Dios en medio de nosotros?
3) La tentación de tener.
1ª lectura: recordar nuestra historia con gratitud (Deuteronomio 26, 4-10)
El texto del Deuteronomio recoge la oración que pronuncia el israelita cuando, después de la cosecha, ofrece a Dios las primicias de los frutos. Va recordando la historia del pueblo, desde Jacob (“mi padre era un arameo errante”), la opresión de Egipto, la liberación y el don de la tierra. En el contexto de la cuaresma, esta lectura nos invita a pensar en los beneficios recibidos de Dios y a ser generosos con él. El agradecimiento a Dios es más importante incluso que la mortificación cuaresmal.
Dijo Moisés al pueblo:
—El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante
el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:
"Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas
personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y
numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y
nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y
portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos
dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo
aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has
dado".
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
2ª lectura: confesar al Señor e invocarlo (Romanos 10, 8-13)
En este breve pasaje Pablo comenta
dos frases de la Escritura, aplicándolas al tema de la salvación personal (1ª
cita) y de toda la humanidad (2ª cita). ¿Cómo se alcanza la salvación?
Confesando que Jesús es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos.
Algo que estamos tan acostumbrados a repetir que no valoramos rectamente. A
mediados del siglo I, confesar a Jesús como Señor (Kyrios), cuando el Emperador
romano era considerado el único Kyrios (César), suponía mucho valor. Y confesar
que Dios lo había resucitado podía provocar más sonrisas y escepticismo del que
podemos imaginar.
La segunda cita «Nadie que cree en él quedará defraudado» la interpreta Pablo de forma revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo podrían aplicarse a los judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no quedar defraudados. En cambio Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y griegos. Cualquiera que invoca el nombre del Señor alcanzará la salvación.
Hermanos:
La Escritura dice:
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios
profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la
profesión de los labios, a la salvación.
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará defraudado».
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor
de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo
el que invoca el nombre del Señor se salvará».
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