En el siglo I, sobre todo en las décadas en
las que se escribieron los evangelios, ocurrieron cosas parecidas. Un terremoto
en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (año 61). Otro
terremoto en Pompeya y Herculano (año 63). Incendio de Roma (año 64). Rebelión
de los judíos contra Roma, guerra que durará hasta el año 70 y terminará con el
incendio de Jerusalén y de su templo. Nuevo terremoto en Roma (año 68). Guerra
civil, con tres emperadores en un solo año: Otón, Vitelio y Vespasiano (año 69).
Erupción del Vesubio (año 79).
Estos
fenómenos provocaron en muchos sectores cristianos la certeza del fin del
mundo. Y los tres evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) consideraron
fundamental incluir un largo discurso de Jesús a propósito de este tema. Su
idea fundamental es tranquilizar los ánimos, y consolar anunciando la vuelta de
Jesús. Este convencimiento de que la vuelta de Jesús era inminente recorre todo
el Nuevo Testamento, desde su primer escrito, la carta de Pablo a los
Tesalonicenses, hasta el último, el Apocalipsis, que termina con las palabras:
«Ven, Señor Jesús».
El fragmento de Marcos seleccionado para este
domingo se centra en las señales que precederán al fin del mundo y el momento
en el que tendrá lugar, insistiendo en que lo fundamental es la vuelta de
Jesús. Aquí radica el punto débil de las lecturas de hoy. En el siglo I,
algunos cristianos podían estar convencidos de que el fin del mundo y la vuelta
de Jesús eran inminentes. Hoy día, salvo los Testigos de Jehová (y ellos mismo
han tenido que actualizar sus cálculos), nadie lo cree.
Por consiguiente, cabe el peligro de convertir la homilía en una conferencia sobre la mentalidad cristiana del siglo I a propósito de las grandes desgracias. Sin embargo, en medio de ese lenguaje anticuado, las lecturas encierran gran dosis de esperanza y consuelo, muy necesarias hoy día.
Tres años terribles (169-167 a.C.) y el comienzo de la apocalíptica
Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los
judíos. El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el
templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre. El 167, un oficial del
fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la ciudad, derriba
sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los niños, y se
apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por imponer la
cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los judíos ofrecer
sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y circuncidar a
los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la eucaristía y bautizar
a los niños]; y manda contaminar el templo construyendo altares y
capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos y animales inmundos.
Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy
distintas: una militar, la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la
esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy.
Apocalipsis significa “revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios. Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su reinado.
… y la respuesta del libro de Daniel (1ª lectura)
En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todo los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horno eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a los doctos, a los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no está en las armas, como piensan los Macabeos.
Una década fatal (60-70 d.C.)…
Además de los datos que hemos indicado al comienzo, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que “han venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18), y que “salieron de entre nosotros”.
… y la respuesta del evangelio de Marcos
En este ambiente tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo discurso (capítulo 13). La lectura de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, a propósito de los interrogantes principales de la apocalíptica: las señales del fin del mundo el momento en el que ocurrirá. En medio, la gran novedad: la venida gloriosa del Señor.
Las señales del fin y la venida del Señor
Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Las señales no
acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la luna no
ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la
humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida
gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés en estos versículos.
1) A
Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento culminante, en la aparición gloriosa de
Jesús.
2) De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se
pone de relieve la salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter optimista
del discurso, que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza,
aunque no encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia.
3) A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema, como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús.
El momento del fin
"De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre."
La parte final contiene tres afirmaciones distintas: 1)
vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera); 2) el
fin tendrá lugar en vuestra misma generación; 3) el día y la hora no lo sabe
más que Dios Padre.
La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, convencidos de que el fin del mundo era inminente. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica.
Una omisión incomprensible
El
discurso no termina ahí. Añade una exhortación capital: «¡Atención, estad
despiertos!». Lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una
actitud vigilante, esperando contra toda esperanza. Los miles de personas que
están ayudando de forma muy sacrificada a las víctimas de Ucrania, Gaza,
Líbano, Valencia… nos enseñan cómo debemos responder a las múltiples tragedias
de nuestro mundo.
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