Ya que este año el domingo 15 coincide con la fiesta de
la Virgen del Carmen, aprovecho el envío para felicitar a todas las que
celebren su santo. Feliz día. |
Crisis ayer, hoy y siempre
Que la Iglesia actual (al menos en España) está en crisis no lo puede negar nadie. Baja el número de los que se confiesan cristianos, el número de bautismos y matrimonios, la práctica sacramental. Pero las crisis no son una novedad de la Iglesia actual. Se han dado siempre.
Una crisis con cinco interrogantes y siete parábolas: Mateo 13
El evangelista Mateo tuvo que
enfrentarse a una de ellas. Probablemente no fue la primera. Pero él intentó
ver sus diversos aspectos y ofrecer respuestas válidas a partir de la palabra
de Jesús.
Al llegar a este momento de su
evangelio (c. 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó tan
bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente ante
el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a poco de
signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de gente
sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la persona y el
mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y mi madre”.
Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de Juan
Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los
habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más
prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el
punto de pensar en matarlo.
Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros:
¿Por qué no aceptan todos el mensaje
de Jesús? ―
Parábola del sembrador.
¿Qué actitud debemos adoptar con los
que rechazan ese mensaje? ― El trigo y la cizaña.
¿Tiene algún futuro este mensaje
aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura.
¿Vale la pena comprometerse con él? ― El
tesoro y la piedra preciosa.
¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca.
Este
domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres.
ADVERTENCIA PREVIA
El fragmento
elegido, bastante largo, consta de tres partes:
1)
Jesús cuenta la parábola del sembrador.
2)
Los discípulos le preguntan por qué habla en parábolas. Jesús responde de forma
enigmática y desconcertante.
3) Explica la parábola del sembrador.
La liturgia “por motivos pastorales”, permite limitarse a leer la primera parte. Que se suprima la segunda me parece lógico, porque es de los pasajes más difíciles del evangelio. Pero carece de sentido suprimir la explicación de la parábola. Sin ella, no se entiende nada.
1) El problema de la siembra y del sembrador
La parábola del sembrador responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Basta recordar dos detalles elementales: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto.
Aquel día, salió Jesús de
casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que
subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les
habló mucho rato en parábolas:
― Salió el sembrador a
sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y
se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía
tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto
salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre
zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano:
unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.
No recuerdo si esta parábola forma parte de “La vida de Brian”, pero es fácil imaginar la cara de desconcierto de los oyentes y los comentarios irónicos a los que se presta. Ni siquiera los discípulos se enteraron de lo que significaba e inmediatamente le preguntan a Jesús: ¿Por qué les hablas en parábolas?
2) Explicando lo oscuro con algo más oscuro [se puede y debe suprimir]
La pregunta sirve para introducir el pasaje más difícil de todo el capítulo.
― A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola. Por si a alguno le interesa, comento al final, en un Apéndice, este difícil pasaje.
3) El sentido de la parábola [se puede, pero no se debe, suprimir]
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.
¿Por qué la palabra de Jesús no da
fruto en todos sus oyentes? Se distinguen cuatro casos.
1) En unos, porque esa palabra no
les dice nada, no va de acuerdo con sus necesidades o sus deseos. Para ellos
no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales,
hermanos, hijos del mismo Padre.
2) Otros lo aceptan con alegría,
pero les falta coraje y capacidad de aguante para soportar las persecuciones.
3) Otros dan más importancia a las
necesidades primarias (la comida, el vestido) que al objetivo a largo plazo
(el Reino de Dios). Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y
la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto: ahogan la palabra de
Dios.
4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Optimista, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano...).
Toque de atención y acción de gracias
La parábola podría leerse también
como una llamada a la responsabilidad y a estar vigilantes: incluso la tierra
buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de
Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificultades, el agobio
de la vida, la seducción de la riqueza.
Pero es más importante dar gracias porque el Señor ha sembrado en nosotros su palabra, la hemos acogido y, aunque solo sea un treinta por ciento, ha dado su fruto.
Invitación a la fe y al optimismo: Isaías 55,10-11 y Salmo 64
La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos y, sobre todo, cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto.
Así dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»
Este breve pasaje parece muy
sencillo y teológico, casi al margen de la vida diaria. Sin embargo, es el
punto final de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, donde se anuncia la
liberación de Babilonia y la vuelta a la patria. ¿Cómo será posible? A través
de un rey humano, Ciro de Persia, y de la Palabra de Dios, que mueve la
historia.
También nosotros debemos estar
convencidos de que la semilla plantada no dejará de dar fruto. Será como la
palabra del Señor, que «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad».
La acción de Dios la subraya el salmo, usando también imágenes campesinas. El Señor no solo planta la semilla, también riega la tierra, iguala los terrones, envía la llovizna, bendice los brotes. Al final, «los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». El futuro es más esperanzador de lo que a veces pensamos.
APÉNDICE: El pasaje más difícil
Para explicar este pasaje cuento una parábola que me he inventado.
Había una vez un profesor de Matemáticas. A los pocos días de clase, advirtió que sus alumnos se dividían en dos grupos. Unos se tomaba la asignatura con interés, preguntaban lo que no entendían, preparaban las evaluaciones. No eran unas eminencias matemáticas, pero seguían con atención las clases. Los del otro grupo eran todo lo contrario: no atendían a la explicación, ni siquiera miraban a la pizarra, no estudiaban en privado y siempre estaban armando jaleo. Al cabo de unos meses, molesto el profesor con esta actitud, anunció a todos: “A partir de mañana, la clase se divide en dos grupos. Al primero le dedicaré todo el tiempo que necesiten, incluso echando horas extraordinarias. Al segundo, sólo le dedicaré el tiempo fijado, y le explicaré las matemáticas en inglés”.
Esta
parabolilla ayuda a entender la respuesta de Jesús. Comienza dividiendo a su
auditorio en dos grupos: el de los discípulos ("vosotros") y el de
los que no quieren atender ("los otros"). Los discípulos pueden
conocer los misterios del Reino; los otros, no. ¿Por qué? Porque los discípulos
se han comprometido con Jesús, están produciendo fruto, y los otros no hacen
nada. Y "al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras al que no
produce se le quitará hasta lo que tiene". Las palabras de Jesús son más
duras de lo que parece a primera vista. No dice "al que produce se le
dará, y al que no produce no se le dará". Dice: "al que no produce,
se le quitará hasta lo que tiene" (le explicarán las matemáticas en
inglés).
A continuación, desarrolla este
tema, con una cita de Isaías. A la gente que no hace nada, que miran sin ver y
escuchan sin oír ni entender, que le resbala todo, que pasa de todo, Jesús le
habla en parábolas (en inglés) para que entiendan menos todavía y no se aclaren
de ningún modo. "Por mucho que oigáis no entenderéis, por mucho que miréis
no veréis, porque está embotada la mente de este pueblo". A Dios le
gustaría curar a esta gente (igual que al profesor le gustaría que sus discípulos
malos aprobasen), pero ellos se niegan a convertirse (a estudiar); y la
reacción de Jesús es durísima: si no quieren convertirse, haré lo posible para
que no me entiendan. Por eso les hablo en parábolas. En cambio, a los que
quieren entender y ver Jesús les dice: "Dichosos vuestros ojos porque ven
y vuestros oídos porque oyen. Porque muchos profetas y justos desearon ver lo
que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros, y no lo
oyeron".
Aunque el pasaje resulte claro,
surge una pregunta espontánea: ¿Es justa la actitud de Jesús? ¿No conseguiría
más de la gente hablándoles con claridad? Hay que tener en cuenta que nos encontramos
en el c.13 del evangelio. Jesús ha hablado ya mucho, sobre todo en el Sermón
del Monte. Lo ha hecho con absoluta claridad, y a propósito de los temas más
diversos: la actitud ante la ley, ante el dinero, ante las obras de piedad, el
prójimo. Ha seguido enseñando de forma sencilla mediante sus milagros y en las
discusiones con los fariseos. Pero no piensa pasarse así toda la vida. Tiene
que explicar temas más difíciles, sobre todo en relación con el misterio del
Reino de Dios. Y no está dispuesto a perder el tiempo por culpa de unos alumnos
holgazanes, que sólo quieren tomarle el pelo. Más aún, va a usar las parábolas
para que los oyentes que no están dispuestos a hacerle caso no entiendan el
mensaje que va a transmitir.
Es importante tener en cuenta este
contexto polémico para no sacar consecuencias equivocadas. Sería erróneo
basarse en estas palabras del Evangelio para justificar una predicación oscura
e ininteligible y echarle la culpa a los oyentes. O para criticar las dudas e
interrogantes que puede sentir mucha gente con respecto a la formulación de
ciertos dogmas o de determinados aspectos de la doctrina de la Iglesia. Estas
palabras no se dirigen contra el que desea con sencillez y honradez que le
expliquen determinadas cosas, sino contra el que se obstina en rechazar el
evangelio y desprecia a Jesús y su mensaje tachándolo de ridículo, infantil o
pasado de moda.
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