¿Una pregunta
absurda? (Mateo 11,2-11)
Eso diría la mayoría de los cristianos. Esperamos un Mesías salvador. Sin embargo, Juan Bautista, como vimos el domingo pasado, esperaba las dos cosas: un Mesías que respetara los árboles buenos y guardara el trigo en el granero, pero también que talara los árboles improductivos y quemara la paja. Un Mesías con el hacha y el bieldo. Y estaba convencido de que ese Mesías era Jesús. Sin embargo, cuando Herodes mete a Juan en la cárcel, las noticias que le llegan lo desconciertan.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del
Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha
de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y
los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el
Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
La
respuesta de Jesús parece desconcertante porque repite lo que Juan ya sabe. Sin
embargo, es distinto saber y comprender. Las obras del Mesías se comprenden
cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que
Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que
en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profetas.
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,5)
"Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo" (Is 26,19)
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha
ungido.
Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1)
A
partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta,
más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo.
Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio
aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los
discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.
El
episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de
Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Estas
palabras eran fundamentales para los cristianos del siglo I, teniendo en cuenta
las posibles tensiones entre los discípulos de Jesús y los de Juan sobre quién
de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema exaltando a Juan y, al
mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio. Jesús elogia las cualidades humanas
de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e
incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías
que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie
más grande que Juan Bautista».
Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.
Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora (Is 35)
Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los
graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida
la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer
domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel:
la del destierro, primero a Asiria, luego a Babilonia.
La respuesta del profeta a los judíos desterrados en Babilonia es muy poética y de tremendo optimismo. El camino de miles de kilómetros hasta Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada en cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Pero el desierto se transformará en un vergel. Lo importante es que los viajeros se animen, convencidos de que Dios les ayudará a terminar felizmente su viaje.
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene
la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la
gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid
a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios, que
trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Hoy día hay millones de desplazados a causa de las guerras, del hambre, de las persecuciones de cualquier tipo. Pero el camino no se convierte para ellos en un vergel; generalmente tropiezan con una frontera cerrada y los detienen en campos de refugiados (más bien de concentración). La lectura de Isaías puede provocar en nosotros un rechazo por su ingenuo optimismo. O el deseo de comprometernos con esas personas y con la solución del problema.
Paciencia (Santiago 5,7-10)
Los primeros cristianos también se vieron obligados a pasar del ingenuo optimismo (Jesús volverá pronto) a la realidad de su retraso. En esta circunstancia el autor de la carta de Santiago exhorta a la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. «La venida del Señor está cerca», «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.
Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
Reflexión final
El
evangelio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús.
Generalmente partimos de que es el Hijo de Dios, segunda persona de la
Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser
perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe. Las
palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a
los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo
pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas. El Adviento
es un buen momento para pedir esa fe y no escandalizarnos de él.
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