Marcos ha presentado a Jesús recorriendo Galilea para anunciar la buena noticia del reinado de Dios. Pero no ha dicho nada de cómo reaccionaba la gente. Sabemos que cuatro muchachos, atraídos por su persona, lo dejan todo para seguirlo. ¿Y el resto? El evangelio de hoy constata dos reacciones opuestas: la mayoría de la gente se asombra de la autoridad de Jesús y de su poder sobre los espíritus inmundos; pero estos se rebelan inútilmente contra él.
En la ciudad de Cafarnaún, el sábado
entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Estaban asombrados de su enseñanza,
porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
Había precisamente en la
sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
̶ ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús lo increpó:
̶ Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció
violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.
Las
palabras que pronuncia condensan
el misterio de Jesús y de su actividad. El que aparentemente es solo un hombre
natural de Nazaret llamado Jesús, es en realidad «el Santo de Dios». Este
título es muy raro. Solo se encuentra aquí, en el texto paralelo de Lucas, y en
el evangelio de Juan, cuando Pedro, después de que muchos abandonen a Jesús,
afirma: «Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn
6,69). Lo que Pedro y los demás discípulos han terminado creyendo, superando
una gran prueba de fe, el endemoniado lo sabe de entrada. Descubrir el misterio
de Jesús será una de las misiones del lector del evangelio.
En cuanto a su
actividad, la pregunta del endemoniado la deja claro: ha venido a acabar con
los demonios y con el poder de Satanás. Al lector moderno puede resultarle un
lenguaje extraño. Prefiere hablar de lucha contra el mal, de victoria del bien
sobre las fuerzas del mal. Pero Marcos se mueve en otras coordenadas culturales
y religiosas.
Aparece
por primera vez, en este contexto, una idea que se repetirá muchos en Mc: Jesús
impone silencio al espíritu, prohibiéndole hacer pública su verdadera
identidad.
Ya que nuestra idea del demonio está muy
marcada por ideas posteriores, recuerdo que en el evangelio de Marcos los
espíritus inmundos aparecen con dos rasgos principales:
a) Sirven para explicar casos muy complicados
para la medicina de la época. En Mc hay dos episodios especialmente famosos: el
del endemoniado gadareno (Mc 1,23.26; 5,2.8.13) y el del niño sordomudo que
padece epilepsia (9,14-29), al que se presenta como poseído por un espíritu
mudo (v.17), mudo y sordo (v. 25). En el caso de la hija de la cananea (7,25)
no sabemos en qué consiste la enfermedad.
b) Expresan la oposición radical al plan de
Dios. Lo esencial no es que hagan daño a las personas, sino que protestan por
la actividad de Jesús. El endemoniado reconoce su poder, sabe quién es y la
misión que tiene: destruirlo. Con este mismo aspecto se menciona a los
espíritus inmundos en 3,11.
Un aspecto esencial de la actividad de Jesús
es expulsar demonios (1,34.39). Los discípulos reciben de Jesús ese poder
contra ellos (6,7), pero algunos son muy difíciles de echar, hace falta oración
(9,28-29).
Marcos dejará claro a lo largo de su evangelio
que los enemigos más peligrosos de Jesús no son los demonios sino los hombres.
Serán ellos quienes terminen matándolo.
Todos se preguntaron estupefactos:
̶ ¿Qué es esto? Una
enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos
y lo obedecen.
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Tras la huida del demonio, el protagonismo pasa a los presentes en la sinagoga. Antes se admiraron de la autoridad con la que enseña Jesús. Ahora se quedan estupefactos al ver que, además, tiene también poder sobre los espíritus inmundos. Y se preguntan: “¿Qué es esto?” ¿Qué está ocurriendo aquí?
¿Cuál será nuestra reacción?
Marcos ha presentado dos reacciones muy opuestas ante la persona y la actividad de Jesús: admiración y rechazo. Con ello queda claro lo que espera de cada uno de sus lectores. Decía un pensador griego que «el asombro llevó a los hombres a filosofar». Marcos, de forma parecida, sugiere que la admiración es el punto de partida para creer en Jesús. Poco a poco, la pregunta de la gente «¿qué es esto?» se convertirá en «¿quién es éste?»,
¿Un profeta como Moisés? (Deuteronomio 18,15-20)
Jesús,
en el evangelio de hoy, no se presenta como profeta, ni su auditorio lo
reconoce como tal. Sin embargo, como primera lectura se ha elegido un texto del
Deuteronomio en el que Dios promete que, tras la muerte de Moisés, no dejará de
comunicarse al pueblo, sino que le suscitará a un profeta como él. Aunque el
texto hable de «un profeta», en realidad se refiere a una serie de ellos, a
todos los profetas que, a lo largo de la historia de Israel, le transmitirán la
palabra de Dios. Sin embargo, la tradición cristiana vio en este profeta a
Jesús.
Buscando una relación con el evangelio, podríamos verla especialmente en las palabras «Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre», aplicadas al personaje poseído de un espíritu inmundo que rechaza a Jesús.
Moisés habló al pueblo,
diciendo:
El Señor, tu Dios, te suscitará
de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo
escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la
asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver
más ese gran fuego, para no morir».
El Señor me respondió: «Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá."
«No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 94)
Aunque el salmo
ha sido elegido por su relación con la primera lectura, en la que Dios exige
escuchar al profeta que hable en su nombre, es fácil relacionarlo también con
el evangelio. El poseído por el espíritu inmundo endurece su corazón, rechaza a
Jesús. Nosotros debemos aclamar al que nos salva, darle gracias y escuchar su
voz.
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