Nota: De los
numerosos insultos que enriquecen la lengua castellana, “cabrón” es el único
tomado de la Biblia (Ezequiel). Por consiguiente, nadie debe escandalizarse de
que lo use, aunque tampoco es preciso que añada: “Palabra de Dios”.
El protagonista es un terrateniente
con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se
dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en
la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario.
Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve
del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto
les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.
Hasta ahora todo va bien. Un
propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el
máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el
paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.
Pero este personaje tan digno se
comporta al final como un cabrón. Al atardecer, cuando llega el momento de
pagar, ordena al administrador que empiece por los últimos, no por los primeros.
Cuando aquellos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo,
los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de
recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben
lo mismo. Es lógico que protesten.
¿Por
qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó
un denario a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la
protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de
la enseñanza de la parábola.
¿Cabrón o bueno?
Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.
¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?
En
la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del
mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros
podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su
compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de
la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos
del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo
mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su
vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta
Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este
planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios):
vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea
bueno.
Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, no han faltado un domingo a misa, colaboran en la parroquia, ayudan en Caritas, se enteran de que Dios va a compensarlos a ellos igual que a gente que solo pisa la iglesia para entierros y bodas, y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.
¿No es de hipócritas indignarse?
Si alguno se sigue indignando con la
actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el
que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana,
que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si
examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de
la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no
lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.
En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.
Las cinco de la tarde
Cabe el peligro de interpretar lo
anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La
invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un
toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre
hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.
Este es el tema de la 1ª lectura,
tomada de Isaías 55,6-9, que usa un lenguaje mucho más severo. No habla de
desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al
Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con
fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es
el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las
personas que necesitan de su ayuda.
Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.
La alternativa de Pablo y la pandemia (Fil 1,20c.24.27a)
Igual que el domingo pasado, la
segunda lectura no tiene relación con el evangelio, pero sí mucha con la
realidad actual del coronavirus. Pablo está en la cárcel, y no sabe si saldrá
absuelto o lo condenarán a muerte. Para nosotros, la elección sería clara:
absolución. Pablo ve las cosas de otro modo: la absolución le permitiría seguir
trabajando por sus cristianos y por la extensión del evangelio; pero la muerte
le permitiría «estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». En esta
alternativa, no sabe qué escoger.
Lo absolverán, y continuará su obra
unos años más, hasta que la muerte le permita estar con Cristo. En esta época
en que solo se habla de la muerte como fría estadística o tragedia personal y
familiar, Pablo nos recuerda a los cristianos que la muerte es el paso a
disfrutar eternamente de la compañía del Señor.
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