Miguel Ángel. Tentación y expulsión del paraíso
Al comenzar la Cuaresma,
tiempo de conversión y preparación para celebrar la Pascua, la Iglesia nos
recuerda dos actitudes muy distintas frente a la tentación: la de Adán y Eva, en
la que podemos vernos reflejados todos nosotros, y la de Jesús. En el primer
caso triunfa la debilidad, la caída inmediata; en el segundo, la fuerza, la
capacidad de resistir en la prueba. Pero esta contraposición no pretende
desanimarnos ni denunciar lo débiles y malos que somos. Al contrario, como
afirma Pablo en la segunda lectura, «si por la culpa de uno murieron todos,
mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de
Dios desbordaron sobre todos».
La debilidad de Eva y Adán (1ª lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7)
El relato
describe el proceso que lleva al pecado. No lo hace con un lenguaje
intelectual, sino mediante un dialogo vivo. Para ello introduce a la serpiente,
que ya en el poema mesopotámico de Gilgamesh, desempeñaba un papel capital como
enemiga del hombre, al que roba la planta de la vida y la inmortalidad. Pero el
autor de nuestro relato enfoque el tema de manera distinta, más profunda. La serpiente
no roba la planta de la vida, sino que destruye al ser humano por dentro.
El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del
suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser
vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al
hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de
árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en
mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del
campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer:
—«¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de
ningún árbol del jardín?».
La mujer respondió a la serpiente:
—«Podemos comer los frutos de los árboles del
jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho
Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte"».
La serpiente replicó a la mujer:
—«No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de
él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del
mal».
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente
y deseable, porque daba inteligencia; tomó el fruto, comió y ofreció a su
marido, el cual comió.
Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se
dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las
ciñeron.
La
tentación comienza con una mentira, exagerando y falseando la prohibición de
Dios (comparar sus palabras con 2,16‑17). Presenta al Señor como alguien
inhumano y cruel, que impone al hombre algo terrible. Sus palabras son tan
burdas que al principio es fácil rechazarlas. Pero la tentación insiste. Niega
la existencia de peligro. Y entonces surge la atracción por lo prohibido y la
apetencia. Hasta entonces, parece como si Eva y Adán no se hubiesen fijado en
el árbol. El simple miedo a morir los retrae de su contemplación. Ahora, «la
mujer vio que el árbol tentaba el apetito, era una delicia para los ojos y
apetecible para adquirir conocimiento» (3,6). A partir de ese momento, está
perdida, y también su marido.
Al
punto, el pecado produce sus frutos. La serpiente había prometido que se les
abrirían los ojos (3,5). Efectivamente, se les abren y adquieren un
conocimiento nuevo (3,7). Pero lo que aprenden es que están desnudos, y esto
provoca vergüenza mutua y vergüenza y miedo ante Dios.
También surge el sentimiento de culpa, y el ansia de descargar en otro
la propia responsabilidad. En su deseo de justificarse, el hombre culpa a la
mujer, rompiendo con ello la solidaridad entre la pareja. La mujer, sin otra
alternativa, culpa a la serpiente. [Esta última parte no se lee en la
liturgia.]
La
serpiente ha sido identificada: 1) con Satanás; 2) con una figura simbólica: el
apetito humano, la curiosidad intelectual; 3) con una figura mitológica. Es
fundamental la idea de que ha sido creada por Yahvé. Sugiere el carácter
misterioso del mal.
2. La fortaleza de Jesús (evangelio: Mateo 4,1-11)
El
contraste más fuerte con Eva y Adán lo representa Jesús en el momento de las
tentaciones. El relato más antiguo, el de Marcos, es muy breve y misterioso.
Mateo y Lucas lo completaron con las tres famosas tentaciones que todos
conocemos, y que empalman con el episodio del bautismo, en el que la voz del
cielo proclama: «Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco». ¿Cómo entiende
Jesús su filiación divina? ¿Cómo un salvoconducto para pasarlo bien y triunfar?
Todo lo contrario. Inmediatamente después marcha al desierto, y allí va a
quedar claro cómo entiende su filiación.
Primera
tentación: solucionar las necesidades primarias
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por
el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días
con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes.
Pero él le contestó, diciendo:
—Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Partiendo
del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera
tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la tentación
de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel
repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando
Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué
tomó el Señor esa actitud: «(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y
después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre,
sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
En
la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de necesidad
(hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido
dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es
algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las
necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un
papel la palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no
aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado.
Mientras no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de
sentido la palabra de Dios.
En el
caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo concreto: «Si eres
Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes». Jesús no
necesita quejarse de pasar hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a
Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí
mismo. Pero Jesús tiene aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo
no asimiló durante años: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino
también de todo lo que diga Dios por su boca».
La
enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible
reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en
beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más
importante, expresada de forma casi subliminar, es la visión amplia y profunda
de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se
alimenta de la palabra de Dios.
Segunda
tentación: pedir pruebas a Dios
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo
pone en el alero del templo y le dice:
—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está
escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le dijo:
—También está escrito: "No tentarás al Señor,
tu Dios".
Pináculo del templo de
Jerusalén
La
segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se presta a
interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación del
sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener éxito
en la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el
milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un
detalle importante. El tentador nunca hace referencia a esa hipotética
muchedumbre. Lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Por eso parece más exacto decir que la tentación consiste en pedir a Dios
pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados
a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos
de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is
7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una
tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su
misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos
con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de
un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo
importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir
la tarea.
Jesús,
a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en
la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para que te
guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en
la piedra»), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse
del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin
embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto
del Deuteronomio: «No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es
más explícita: «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como
lo tentasteis en Masá (Tentación)». Contiene una referencia al episodio de
Números 17,1-7. Aparentemente, el
problema que allí se debate es el de la sed; pero al final queda claro que la
auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está
o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de
signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús no es así.
Su postura supera con mucho incluso a la de Moisés.
Tercera
tentación: el deseo de triunfar
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima
y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
—Todo esto te daré, si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
—Vete, Satanás, porque está escrito: "Al
Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los
ángeles y le servían.
La
tercera tentación, a tumba abierta por parte del tentador, consiste en la búsqueda
del poder y la gloria, aunque suponga un acto de idolatría. No es la tentación
provocada por la necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo de triunfar.
Jesús rechaza la condición que le impone Satanás citando Dt 6,13. Como prueba
de la victoria, Satán se aleja y los ángeles se acercan a servirlo.
* *
*
Para
Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el desierto. En aquella
época, el pueblo sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la marcha:
hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba de las
dificultades. Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las
supera. Y las supera, no remontándose a teorías nuevas ni experiencias
personales, sino a las afirmaciones básica de la fe de Israel, tal como fueron
propuestas por Moisés en el Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y
de su comunidad no tienen derecho a acusar a su fundador de no atenerse al
espíritu más auténtico. Jesús es el verdadero hijo de Dios, el único que se
mantiene fiel a Él en todo momento.
El
problema de la historicidad
El
relato de Mt nos obliga a preguntarnos si se trata de hechos históricos o ficticios.
Porque el diálogo con el tentador, el viaje a la ciudad santa y el otro a una
montaña altísima no parecen tener nada de histórico.
Es
interesante recordar que el cuarto evangelio no contiene un episodio de las
tentaciones, pero habla de ellas a lo largo de la vida de Jesús. La más fuerte
es la del poder, en el momento en que los galileos quieren nombrar a Jesús rey.
Y tentaciones muy parecidas en su contenido, no en la forma, se repiten al
final de la vida de Jesús, en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de
la cruz» (Mt 27,40). Estas tentaciones reflejan otro dato de gran interés: los
tentadores son los hombres, no Satanás.
Reflexión final
La
tentación es un hecho real en la vida de Jesús, a la que se vio sometida por
ser verdadero hombre.
Mt
ha recogido este tema para dejarnos claro desde el principio cómo entiende
Jesús su filiación divina: no como un privilegio, sino como un servicio.
En
el fondo, las tres tentaciones se reducen a una sola: colocarse por delante de
Dios, poner las propias necesidades, temores y gustos por encima del servicio
incondicional al Señor, desconfiando de su ayuda o queriendo suplantarlo.
Las
tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la
comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades,
miedos y apetencias, y nuestro grado de interés por Dios.
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