Sinagoga de Cafarnaúm, donde se sitúa el debate
¿Cuántos miles de veces has comulgado desde
que hiciste la Primera Comunión? ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas
consciente de su importancia? Hablando de otro tema: ¿qué piensas de la otra
vida? ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una
desgracia sin remedio? ¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe
mesopotámico, a realizar un peligroso viaje para conseguir la planta de la
inmortalidad, o piensas que es una tarea absurda e imposible? A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la
cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien
sea) disfruta amargándonos la vida.
El
debate sobre el pan de vida
El próximo
domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que
continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces. El
inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es
que se pierde su fuerte tensión dramática. Por ello, considero importante
ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos
domingos.
Los
interlocutores del debate
Los
interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los
galileos que se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes;
cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes
«critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando
termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus
discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo
quedan los doce.
Los tres
puntos principales del debate
Los debates y
discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se
pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente
relacionadas.
1. La «vida
eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58).
Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo
era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra
como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con
razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de
morirme».
2. Esa vida
eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan
que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo»
(v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día»
(vv.39.40.44.54).
3. Los dos temas
anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es
que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed»
(v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los
discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio,
los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de
Dios» (v. 69).
Por consiguiente,
al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna
a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un
fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está
directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como
algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha
relación entre eucaristía y vida eterna.
El
desarrollo del debate y sus consecuencias
En
el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres
grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los
presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan
distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21).
La
primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable
por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la
vida al mundo».
La
segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante
la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre
y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el
pan que yo daré es mi carne».
La
tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este
darnos a comer su carne?» Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo.
Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre
es la única forma de conseguir la vida eterna.
Con
lo anterior termina del debate, sin que se diga como reaccionan los judíos. Pero
sí se añade la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el
escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce.
Notas
al debate
- Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que el que viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.
- Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.
- El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten.
- Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.
1ª
lectura (Ex 16, 2-4.12-15)
Ya
que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro
de los Números, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión
muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En
este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El
maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se
dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo
cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la
noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná».
Sin embargo, la versión que terminó
imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no
cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo,
sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros
en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión
litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado
volando y nadie las echaría de menos.
En aquellos días. Toda la comunidad de
Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto diciendo: «¡Ojalá
hubiéramos muerto por mano del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a
las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos! Vosotros, en cambio, nos
habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta
muchedumbre». El Señor dijo a Moisés: «Mira, voy a hacer llover pan del cielo
para vosotros. El pueblo saldrá todos los días a recoger la ración diaria, a
fin de probarle si camina según mi ley o no. «He oído las murmuraciones de los
israelitas. Diles: a la tarde comeréis carne, y a la mañana os saciaréis de
pan; así conoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios». Por la tarde salieron
tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a
él una capa de rocío. Cuando se evaporó el rocío, apareció sobre la superficie
del desierto una cosa menuda, granulada, fina, como escarcha sobre la tierra.
Los israelitas, al verla, se dijeron unos a otros: «man hu' ¿qué es esto?»,
pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Éste es el pan que os da el Señor
para comer.»
Evangelio (Jn 6, 24-35)
La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de
los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se
retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche,
cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece
caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo
anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la
ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca.
Empieza entonces el largo debate. La sección
de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una
petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús.
Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido
aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me
buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta
la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese
alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús
responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos
captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para
creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la
referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la
tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús
dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se
limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos
reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan».
La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí
no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará
la gente? La solución el domingo próximo.
En aquel tiempo, cuando la gente vio que no estaban allí
ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca
de Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron:
-«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
-«Os aseguro que no me buscáis porque
habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos
no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el
hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello».
Le preguntaron:
-¿Qué tenemos que hacer para trabajar
como Dios quiere?
Jesús les respondió:
Le replicaron:
-¿Qué milagros haces tú para que los
veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en
el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo.
Jesús les dijo:
-Os aseguro que no
fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la
vida al mundo.
Ellos le dijeron:
-Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les dijo:
-Yo soy el pan de la vida. El que viene a
mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.
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