La
visita del Papa Francisco a Colombia ha puesto de relieve algo muy sabido: las
diferencias ante los acuerdos de paz y lo difícil que es perdonar. Algo
parecido ocurrió y sigue ocurriendo en España con ETA, y en otros muchos
países. Las lecturas de este domingo hablan del perdón. No a grandes niveles,
sino a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría
de las personas.
Argumentos para perdonar (1ª lectura)
La
primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo
el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un
hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre
la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de
temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una
lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el
perdón.
El
punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está
generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están
justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo:
“Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios
te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de
tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se vengará el
Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu
prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un
hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión
de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne,
conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si
lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira
añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría
llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda
los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el
prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el
ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo
mataban.]
Piensa en tu fin, y cesa en
tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y
no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Pedro
y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa
se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el
evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni
Lucas).
El relato empieza con una pregunta
de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de
forma más personal: «Si
mi hermano peca contra mí», «si
mi hermano me ofende».
¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy
clara la respuesta:
«Por un cardenal mataré a un hombre,
a un
joven por una cicatriz.
Si
la venganza de Caín valía por siete,
la
de Lamec valdrá por setenta y siete»
(Génesis 4,23-24).
Pedro
sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no
se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete
veces, yo perdono siete veces.
Jesús
le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta
y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que
es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede
traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier
hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay
que perdonar.
La parábola
Para
justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien
construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte,
en presencia del rey; la segunda, en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.
Y a propósito de esto, el
reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus
empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con
su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El
empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y
lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Se
subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60
millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras
consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones.
3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca,
que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor
Pero, al salir, el empleado
aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y,
agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El
compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel
hasta que pagara lo que debía.
Esta
escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los
protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien
denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se
limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4)
Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de
perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.
3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer
deudor.
Sus compañeros, al ver lo
ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda
aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener
compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor,
indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo
mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón
a su hermano.
Dos
detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus
compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar
desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a
perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa
persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La
frase clave es: «¿No debías tú
también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?"
Con
esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también
el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se
produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no
perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis
relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón
del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce
el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy
interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete
veces: en perdonar de corazón.
La diferencia entre la 1ª lectura y el
evangelio
Ben Sira enfoca el perdón como un
requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos
recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para
perdonar a los demás.
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