Estos cuatro
títulos resumen lo que afirman de Jesús las lecturas del próximo domingo: que
es Señor y Mesías lo dice Pedro en el libro de los Hechos (1ª lectura); como
modelo a la hora de soportar el sufrimiento lo propone la Primera carta de
Pedro (2ª lectura); puerta del aprisco es la imagen que se aplica a sí mismo
Jesús en el evangelio de Juan. En resumen, las lecturas nos proponen una
catequesis sobre Jesús, lo que significó para los primeros cristianos y lo que
debe seguir significando para nosotros.
No quedarnos en el próximo domingo, mirar hasta el 7º
Cabe el peligro de vivir la liturgia
de las próximas semanas sin advertir el mensaje global que intentan
transmitirnos las lecturas dominicales. Pretenden prepararnos a las dos grandes
fiestas de la Ascensión y Pentecostés, y lo hacen tratando tres temas a partir
de tres escritos del Nuevo Testamento.
1. La iglesia (1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles). Se
describe el aumento de la comunidad (4º domingo), la institución de los
diáconos (5º), el don del Espíritu en Samaria (6º), y cómo la comunidad se prepara
para Pentecostés (7º). Adviértase la enorme importancia del Espíritu en estas
lecturas.
2. Vivir cristianamente en un mundo hostil (2ª lectura, de la Primera carta de Pedro). Los
primeros cristianos sufrieron persecuciones de todo tipo, como las que padecen
algunas comunidades actuales. La primera carta de Pedro nos recuerda el ejemplo
de Jesús, que debemos imitar (4º); la propia dignidad, a pesar de lo que digan
de nosotros (5º); la actitud que debemos adoptar ante las calumnias (6º), y los
ultrajes (7º).
3.
Jesús (evangelio: Juan). Los pasajes elegidos constituyen una gran
catequesis sobre la persona de Jesús: es el pastor y la puerta (4º); camino,
verdad y vida (5º); el que vive junto al Padre y con nosotros (6º); el que ora
e intercede por nosotros (7º).
Jesús, puerta del aprisco
En aquel tiempo, dijo Jesús:
-«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el
aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido;
pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el
guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus
ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de
ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo
seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron
de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
-«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas
no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá
entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para
robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante.»
El autor del cuarto evangelio
disfruta tendiendo trampas al lector. Al principio, todo parece muy sencillo. Un
redil, con su cerca y su guarda. Se aproxima uno que no entra por la puerta ni
habla con el guarda, sino que salta la valla: es un ladrón. En cambio, el
pastor llega al rebaño, habla con el guarda, le abre la puerta, llama a las
ovejas, ellas lo siguen y las saca a pastar. Lo entienden hasta los niños.
Sin
embargo, inmediatamente después añade el evangelista: “ellos no entendieron de
qué les hablaba”. Muchos lectores actuales pensarán: “son tontos, está
clarísimo, habla de Jesús como buen pastor”. Y se equivocan. Eso es verdad a
partir del versículo 11, donde Jesús dice expresamente: “Yo soy el buen
pastor”. Pero en el texto que se lee hoy, el inmediatamente anterior (Juan 10,1-10),
Jesús se aplica una imagen muy distinta: no se presenta como el buen pastor
sino como la puerta por la que deben entrar todos los pastores (“yo soy la
puerta del redil”).
Con
ese radicalismo típico del cuarto evangelio, se afirma que todos los personajes
anteriores a Jesús, al no entrar por él, que es la puerta, no eran en realidad
pastores, sino ladrones y bandidos, que sólo pretenden “robar y matar y hacer
estrago”.
Resuenan
en estas duras palabras un eco de lo que denunciaba el profeta Ezequiel en los
pastores (los reyes) de Israel: en vez de apacentar a las ovejas (al pueblo) se
apacienta a sí mismos, se comen su enjundia, se visten con su lana, no curan
las enfermas, no vendan las heridas, no recogen las descarriadas ni buscan las
perdidas; por culpa de esos malos pastores que no cumplían con su deber, Israel
terminó en el destierro (Ez 34).
La
consecuencia lógica sería presentar a Jesús como buen pastor que da la vida por
sus ovejas. Pero eso vendrá más adelante, no se lee hoy. En lo que sigue, Jesús
se presenta como la puerta por la que el rebaño puede salir para tener buenos
pastos y vida abundante.
En
este momento cabría esperar una referencia a la obligación de los pastores, los
responsables de la comunidad cristiana, a entrar y salir por la puerta del
rebaño: Jesús. Todo contacto que no se establezca a través de él es propio de
bandidos y está condenado al fracaso (“las ovejas no les hicieron caso”).
Aunque el texto no formula de manera expresa esta obligación, se deduce de él
fácilmente.
En
realidad, esta parte del discurso termina dirigiéndose no a los pastores sino
al rebaño, recordándole que “quien entre por mí se salvará y podrá entrar y
salir, y encontrará pastos”.
Ya
que es frecuente culpar a los pastores de los males de la iglesia, al rebaño le
conviene recordar que siempre dispone de una puerta por la que salvarse y tener
vida abundante.
Cristianos perseguidos
La
segunda lectura recuerda a los cristianos perseguidos y condenados injustamente
que ese mismo fue el destino de Jesús, y que lo aceptó sin devolver insultos ni
amenazas. En ese contexto lo presenta como modelo con unas palabras espléndidas:
“Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis
sus huellas”. Al final de esta lectura encontramos la imagen de Jesús como buen
pastor (“Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor
y guardián de vuestras vidas”.). Como he indicado, no es la esencial del
evangelio.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-25
Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.
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