El Papa no es un cantante de
rock
El domingo pasado escuché por
televisión las palabras del papa Francisco. Me gustaron mucho. Pero antes tuve
(tuvimos) que soportar el histerismo de unas quinceañeras de lengua española
que lo aclamaban como si fuera un artista. El evangelio de hoy ofrece una
imagen muy distinta de Pedro y de su misión.
Pedro, un líder con poca vista, impetuoso y activo
El cuarto evangelio tuvo dos
ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se
añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un
evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.
El comienzo es muy interesante.
Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al
atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado,
así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni
cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo
caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo;
se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a
pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan…
y no pescan nada.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a
los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos
discípulos suyos. Simón Pedro les dice:
- Me voy a pescar.
Ellos contestan:
- Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella
noche no cogieron nada.
Estaba
ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no
sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
- Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
- No.
Él les dice:
- Echad la red a la derecha de la
barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para
sacarla, por la multitud de peces.
Algunos comentaristas han destacado
las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos
una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos,
también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús
basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta
de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré
pescadores del hombres”.
El relato de lo que sigue es tan
escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que
falta.
Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le
dice a Pedro:
- Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón
Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás
discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos
cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas
brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
- Traed de los peces que acabáis de
coger.
Simón Pedro subió a la barca y
arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y
tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
El contraste más marcado es entre el
discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a
Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado
por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no
sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra.
Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es
Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas
de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el
discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.
[La cantidad de 153 peces se ha
prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]
El misterio de la fe:
seguridad sin certeza
Jesús les dice:
- Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía
a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca,
toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
La mayor sorpresa para el lector, y
uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era
el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es
totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los
dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María
Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo
rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un
fantasma.
Frente a la apologética barata que
nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan
demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más
profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.
Pedro de nuevo: humildad y
misión
Después de comer, dice Jesús a Simón
Pedro:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos?
Él le contestó:
- Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
- Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
- Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Él le dice:
- Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
- Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le
preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
- Apacienta mis ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las
manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
- Sígueme.
La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en
Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su
rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy
detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del
matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a
Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder
con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos
aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las
traiciones y debilidades.
Y Jesús le repite por tres veces la
nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de
inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como
un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”.
Cuando Jesús habla de “mis ovejas”
está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los
que tanto habla el cuarto evangelio.
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