El taxista de Barcelona
y su hija pródiga
Leí la noticia hace años, creo que en
1997, y me impresionó por el enorme parecido de la historia con la parábola del
hijo pródigo. En Barcelona, una muchacha decide irse de su casa y vivir con su
novio. Hasta aquí, nada raro. Pero poco después organizan un viaje a la
India, con fines no puramente turísticos;
al intentar volver a España, los detienen por tráfico de drogas y los
encarcelan. El padre, que es el gran protagonista del relato, no la madre, en
vez de maldecir a la hija por haberlos abandonado para vivir con un camello y
por ser tan estúpida como para confiar en él, convencido de que es inocente hace
todo lo posible para sacarla de la cárcel. Afronta grandes gastos, pierde poco
a poco todos sus bienes y termina vendiendo el taxi para pagar a los abogados y
los trámites. Pero consigue recuperar a su hija y se reencuentran en el
aeropuerto de Barcelona.
Dos hijos y dos padres
Mucha gente conoce todavía la
parábola del hijo pródigo y habrán visto las diferencias con el relato
anterior. A la hija del taxista y al hijo pródigo se les puede acusar de
marcharse de su casa de mala manera, sin preocuparse por lo que sentirá su
padre. Por lo demás, son muy distintos: la hija peca de ingenua e imprudente;
el hijo es un sinvergüenza que solo piensa en divertirse de mala manera. La
hija no tiene posibilidad de volver; el hijo, sí.
También los padres se diferencian.
El taxista hace todo lo posible para recuperar a su hija. El de la parábola
espera pacientemente a su hijo; todo lo hace al final: correr a su encuentro,
abrazarlo, organizar un gran banquete. Objetivamente, sale ganando el taxista.
Pero es que no conocemos la verdadera historia de la parábola.
¿Cómo evolucionó la historia del padre y del hijo pródigo?
a) El hijo rebelde y el
Padre irascible que perdona (Oseas)
La idea de presentar las relaciones
entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió
por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de
sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le
enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de
la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de
Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto
más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses
cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a
su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar
a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede.
“¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el
corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a
destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo
devastador” (Oseas 11,1-9).
El hijo que presenta Oseas se parece
bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por
motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas
para vivir como un libertino.
Mayor diferencia hay entre los
padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de
castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es
“porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice
qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y
le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le
dirige un discurso lleno de buenos consejos.
b) El hijo arrepentido y
el Padre que lo acoge (Jeremías)
La gran diferencia entre Oseas y
Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se
supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo:
arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su
padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente
del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a
lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le
impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha,
preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y
una fiesta.
¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar
de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice
Jeremías. A este profeta de finales del
siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en
su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de
los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha
cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide:
“Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me
arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y
avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi
hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo
de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías
31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su
confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.
c) El padre con dos hijos (Lucas)
Sin embargo, cuando leemos lo que
precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos
hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que
perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y
prostitutas y come con ellos.
Entonces Lucas saca un as de la
manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje
que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a
su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y
fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen
a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.
El padre responde con suavidad,
haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo.
“Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.
¿Sirve de algo esta instrucción? La
mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena
que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la
mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros
consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos,
terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales,
banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e
ideología.
La diferencia entre el padre y el
hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su
hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el
padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos
y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios
y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe
y mucho amor.
Qué duro es ser padre, qué duro es ser Dios.
Los
padres que tienen hijos muy distintos en sus comportamientos y sus ideas son
los que mejor pueden comprender a Dios Padre. Tiene unos hijos muy especiales.
Algunos parecen muy buenos, otros muy malos. Pero a todos los mira como hijos,
a todos los quiere y los defiende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario