Marcos
(imitado más tarde por Mateo y Lucas) estructura la segunda parte de su
evangelio a partir de un triple anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; y
a los tres anuncios siguen tres relatos que ponen de relieve la incomprensión
de los discípulos. El domingo pasado leímos el primer anuncio y la reacción de
Pedro, que rechaza la idea del sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo
anuncio, seguido de la incomprensión de todos.
Segundo
anuncio de la pasión y resurrección
Mientras
recorren Galilea, como una enseñanza que no se da en un momento preciso ni está
motivada por especiales circunstancias, Jesús repite el núcleo de lo dicho
anteriormente. En comparación con el primer anuncio, esta vez no concreta
quiénes serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores
habla simplemente de “los hombres”. Todo se centra en el binomio
muerte-resurrección.
Segunda
muestra de incomprensión
Al
primer anuncio, Pedro reaccionó reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura
reprimenda. No es raro que ahora todo callen, aunque siguen sin entender a
Jesús: «ellos no entendían lo que les decían y temían preguntarle» (Mc 9,32).
La
prueba más clara de que no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm
se dedican a discutir quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido
algo. Porque, cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se
callan por vergüenza a reconocer que el tema de su conversación está en contra
de lo que Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.
¿Discípulos de Jesús o
discípulos de Qumrán?
Para
comprender la discusión de los discípulos y el carácter revolucionario de la
postura de Jesús es interesante recordar la práctica de Qumrán. En aquella
comunidad se prescribe lo siguiente: «Los sacerdotes marcharán los primeros
conforme al orden de su llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el
pueblo entero marchará en tercer lugar (...) Que todo israelita conozca su
puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno. Que nadie
baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le
corresponde» (Regla de la Congregación II, 19-23). Este carácter
jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a propósito de las reuniones:
«Estando ya todos en su sitio, que se sienten primero los sacerdotes, en
segundo lugar los ancianos, en tercer lugar el resto del pueblo. Cada uno en su
sitio» (VI, 8-9).
La
enseñanza de Jesús, revolucionaria con respecto a Qumrán, dice: El que quiera
ser primero debe ponerse el último y servir a todos. El evangelio de Juan
visualiza esta idea poniendo a Jesús como modelo al lavar los pies a los
discípulos.
Una acción simbólica nada
romántica
La
discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio al menos
importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, pero no solo con
palabras, sino con un gesto simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma
a un niño, y lo estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como
un gesto romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy
distinta: “El que
reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a
mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. Jesús no anima a ser
cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la
comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre grandeza
y servicio.
El grupo religioso más estimado
en Israel, que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los
esenios. Pero no admitían a los niños. Filón
de Alejandría, en su Apología de los
hebreos, dice que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni
jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las
novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres
maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni
arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y
única libertad». El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los
niños: «El sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y
el demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo» (Abot,
3,14).
En
cambio, Jesús dice que quien los acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través
de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En ningún otro
sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona importante lo
acoge a él. Es posible que este episodio, además de servir de ejemplo a los
discípulos, intentase justificar la presencia de los niños en las asambleas
cristianas.
[El
tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el evangelio de
Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar en el reino
de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia dominical.]
Nota sobre la primera lectura
El libro de la Sabiduría es casi
contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al
estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco
Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo segundo refleja
la lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De
ese magnífico texto se han elegido unos pocos versículos para relacionarlos con
el anuncio que hace Jesús de su pasión y resurrección.
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