Presupuesto para entender el
Prólogo
Las
conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran
difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos
ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus
costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios,
se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta,
estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores
no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto
reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano,
Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en
Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando
a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos
textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.
La
historia de la Sabiduría de Dios
1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo
(Proverbios 8,22-36).
El
Señor me estableció al principio de sus tareas,
al
comienzo de sus obras antiquísimas.
En
un tiempo remotísimo fui formada,
antes
de comenzar la tierra.
Antes
de los océanos fui engendrada,
antes
de los manantiales de las aguas.
Todavía
no estaban encajados los montes,
antes
de las montañas fui engendrada.
No
había hecho aún la tierra y la hierba
ni
los primeros terrones del orbe.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando
colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando
trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando
sujetaba las nubes en la altura
y
fijaba las fuentes abismales.
Cuando
ponía un límite al mar,
y
las aguas no traspasaban su mandato;
cuando
asentaba los cimientos de la tierra,
yo
estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo
el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba
con la bola de la tierra
disfrutaba
con los hombres.
Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico,
24).
Por
todas partes busqué descanso
y
una heredad donde habitar.
Entonces
el creador del universo me ordenó,
el
creador estableció mi morada:
Habita
en Jacob, sea Israel tu heredad.
En
la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y
en Sión me establecí;
en
la ciudad escogida me hizo descansar,
en
Jerusalén reside mi poder.
Eché
raíces entre un pueblo glorioso,
en
la porción del Señor, en su heredad.
Sin
embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la
sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor
presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada
(Proverbios 1,22-25).
Os
llamé, y rehusasteis;
extendí
mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis
mis consejos,
no
aceptasteis mi reprensión.
En resumen: la sabiduría de Dios
está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación,
disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con
ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
La
historia de la Palabra
El
autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos
cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la
Palabra.
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
Al
principio existía la Palabra,
y
la Palabra estaba junto a Dios,
y
la Palabra era Dios;
ella
estaba al principio junto a Dios.
Hay
una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada
por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor
del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en
presencia de Dios.
Segunda etapa: la Palabra y la creación
Todo
fue hecho mediante ella,
y
sin ella no se hizo nada de lo hecho.
Lo
que surgió en ella fue la vida,
y
la vida era la luz de los hombres;
y
la luz brilla en la tiniebla,
y
la tiniebla no consiguió derrotarla.
Parece
un trabalenguas, pero es muy sencillo: todo fue creado por la Palabra de Dios.
El sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar..., el mármol, la madera,
el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de
haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy
importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la
tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.
Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la
ignora.
Hasta
ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto,
advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.
En
el mundo estaba,
y
aunque el mundo se hizo mediante ella,
el
mundo no la conoció.
El mundo no se refiere aquí a los
seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o
prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que
podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas
formas de idolatría.
Cuarta etapa: la Palabra decide
instalarse en Israel; su pueblo la rechaza
¿Qué hará la Palabra cuando se vea
ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en
Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre
un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace
la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa:
Vino
a su casa,
y
los suyos no la recibieron.
Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y
habitar entre nosotros.
La
Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué
haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de
todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más
asombrosa que se puede imaginar.
Y
la Palabra se hizo carne
y
puso su tienda entre nosotros
y
contemplamos su gloria,
gloria
de Hijo único del Padre,
pleno
de gracia y de lealtad.
Pues
de su plenitud todos hemos recibido
gracia
tras gracia.
Del
optimismo ingenuo al realismo mágico
La
historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer
muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo
Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a
Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa.
Pero
a los que la recibieron
los
hizo capaces de ser hijos de Dios.
Y este grupo contempla su gloria, y
de su plenitud recibe gracia tras gracia.
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