Tener una homilía sobre la Sabiduría de Dios y el Verbo de Dios constituye siempre un gran desafío. Tan grande como encontrar una imagen adecuada al tema. Renuncio a encontrarla.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda
clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por
el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de
su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan
generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
La visión optimista sobre la Sabiduría (Eclesiástico 24,1-4.12-16)
Las
conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran
difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos
ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus
costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios,
se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta,
estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores
no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto
reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano:
Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en
Jerusalén. Esto es lo que dice Jesús ben Sira, autor del libro del
Eclesiástico, con un optimismo fuera de lo común.
La Sabiduría existe desde el principio, creada por Dios antes de los siglos; reside en la asamblea del Altísimo, donde es alabada, admirada y bendecida por todos. Entonces Dios decide que traslade su morada a Jerusalén, la ciudad santa y amada, y echa raíces en la porción del Señor. Ni una nube ensombrece el horizonte. La relación entre la Sabiduría eterna y el pueblo de Israel es perfecta.
La sabiduría hace su
propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre la boca y se gloría ante el Poderoso.
El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: «Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel». Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
La visión pesimista/optimista sobre el Verbo de Dios (Juan 1,1-18)
Aunque
en la Iglesia primitiva se identificó a Jesús con la Sabiduría de Dios, el
autor del cuarto evangelio prefiere el término lógos, que a veces se
traduce por «Palabra» (término muy frecuente en la teología judía de la época,
con claras referencias a los antiguos profetas que recibían la palabra del
Señor y la proclamaban) y otras veces por Verbo, como prefiere la última
revisión litúrgica.
El
Prólogo comienza hablando de ese Verbo con el mismo optimismo que el
Eclesiástico: existía desde el principio, estaba junto a Dios, era Dios, todo
fue hecho por medio de él, en él había vida y era luz de los hombres.
Pero,
cuando Dios decide que el Verbo venga al mundo, «el mundo no lo conoció». Ni
siquiera Israel, su propio pueblo. «Vino a su casa y los suyos no lo
recibieron». Estamos en las antípodas de esa Sabiduría acogida y alabada de la
que hablaba el libro del Eclesiástico.
¿Fracaso
total? No. Algunos están dispuestos a recibirlo, se convierten en hijos de Dios
y contemplan su gloria, lleno de gracia y de verdad.
Jesús es el mayor regalo de Dios, idea que encaja muy bien uno o dos días antes de la fiesta de los Reyes. Por desgracia, muchos no aprecian ese regalo y lo rechazan. Quienes lo acogemos tenemos motivos de sobra para agradecer la venida de «este Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad».
En el principio
existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él
estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se
hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la
vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no lo recibió.
En el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los
suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo
recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino
que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del
Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Apéndice: La historia de la Sabiduría de Dios
1ª
etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).
El
Señor me estableció al principio de sus tareas,
al
comienzo de sus obras antiquísimas.
En un
tiempo remotísimo fui formada,
antes
de comenzar la tierra.
Antes
de los océanos fui engendrada,
antes
de los manantiales de las aguas.
Todavía
no estaban encajados los montes,
antes
de las montañas fui engendrada.
No
había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando
colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando
trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando
sujetaba las nubes en la altura
y
fijaba las fuentes abismales.
Cuando
ponía un límite al mar,
y las
aguas no traspasaban su mandato;
cuando
asentaba los cimientos de la tierra,
yo
estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el
tiempo jugaba en su presencia;
jugaba
con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.
Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).
Por
todas partes busqué descanso
y una
heredad donde habitar.
Entonces
el creador del universo me ordenó,
el
creador estableció mi morada:
Habita
en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la
santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en
Sión me establecí;
en la
ciudad escogida me hizo descansar,
en
Jerusalén reside mi poder.
Eché
raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).
Os
llamé, y rehusasteis;
extendí
mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis
mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.
En resumen: la sabiduría de Dios
está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación,
disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con
ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
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