jueves, 25 de octubre de 2018

El mendigo que no quería dinero. Domingo 30. Ciclo B



El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.
            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.
Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.
Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.
Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí." Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten compasión de mí." Jesús se detuvo y dijo: "Llamadlo." Llamaron al ciego, diciéndole: "Ánimo, levántate, que te llama." Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego le contestó: "Maestro, que pueda ver." Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha curado." Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.
            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.
            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

Otros detalles interesantes del relato

            1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
            2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
            3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
            4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: una imagen vale más que mil palabras

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos. 
            La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

miércoles, 17 de octubre de 2018

¿Triunfar o servir? Domingo 29 Ciclo B


En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.

En lo que piensa Jesús

            Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.

En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro

            Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.

            En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
            -Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
            Les preguntó:
            -¿Qué queréis que haga por vosotros?
            Contestaron:
         -Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
           
Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.

Jesús replicó:
-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
            -Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

            La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar, les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.

La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús
                                                                                    
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
            Jesús, reuniéndolos, les dijo:
            -Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
           
¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relacio­nes dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:
            1) el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las opri­men”.
            2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.
            En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.
            Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder.

Primera lectura: Isaías 53,10-11

            El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. 
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará,
con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.

            Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).

Reflexiones

            1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.
            2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.
            3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.
            4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Salomón, el joven rico y los discípulos. Domingo 28 Ciclo B




Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirle.

1. Salomón: la sabiduría vale más que el oro

            El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:

                7              Supliqué y se me concedió la prudencia,
                        invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
                8              La preferí a cetros y tronos,
                        y en su comparación tuve en nada la riqueza;
                9           no le equiparé la piedra más preciosa,
                        porque todo el oro a su lado es un poco de arena,
                        y, junto a ella, la plata vale lo que el barro;
                10         la quise más que a la salud y la belleza
                        y me propuse tenerla por luz,
                        porque su resplandor no tiene ocaso.
                11            Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
                        en sus manos había riquezas incontables.

2. El joven rico: la riqueza vale más que Jesús

El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús.

Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
            ‒ Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?
                Jesús le respondió:
            ‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
                Él le contestó:
            ‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
                Jesús lo miró con cariño y le dijo:
            ‒ Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
                A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.

El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV d.C.).

La pregunta

El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, "formar parte de la vida futura" o "del mundo futuro"; lo que muchos entre nosotros entienden por "salvarse". Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para "salvarse", las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: "Procu­raos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro".

La respuesta de Jesús

            Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).
            Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo.
            Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.
            Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.

La reacción del rico

            Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

            No es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios

            Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.

Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:
            ‒ Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.
Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:
            ‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos quedaron espantados y se decían:
            ‒ Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dice:
            ‒ Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.
               
            Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.
            Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana. 
¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?
En el primer caso, los discípulos refle­jarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsis­tir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposi­ción de todos.
            En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado el tema.

3. Los discípulos: Jesús vale más que todo

Pedro entonces le dijo:
            ‒ Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó Jesús:
            ‒ Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.

La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.
            La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».
            Decía Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.


Salomón, el joven rico y los discípulos. Domingo 28 Ciclo B



Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirle.

1. Salomón: la sabiduría vale más que el oro

            El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:

                7              Supliqué y se me concedió la prudencia,
                        invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
                8              La preferí a cetros y tronos,
                        y en su comparación tuve en nada la riqueza;
                9           no le equiparé la piedra más preciosa,
                        porque todo el oro a su lado es un poco de arena,
                        y, junto a ella, la plata vale lo que el barro;
                10         la quise más que a la salud y la belleza
                        y me propuse tenerla por luz,
                        porque su resplandor no tiene ocaso.
                11            Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
                        en sus manos había riquezas incontables.

2. El joven rico: la riqueza vale más que Jesús

El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús.

Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
            ‒ Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?
                Jesús le respondió:
            ‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
                Él le contestó:
            ‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
                Jesús lo miró con cariño y le dijo:
            ‒ Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
                A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.

El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV d.C.).

La pregunta

El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, "formar parte de la vida futura" o "del mundo futuro"; lo que muchos entre nosotros entienden por "salvarse". Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para "salvarse", las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: "Procu­raos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro".

La respuesta de Jesús

            Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).
            Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo.
            Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.
            Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.

La reacción del rico

            Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

            No es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios

            Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.

Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:
            ‒ Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.
Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:
            ‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos quedaron espantados y se decían:
            ‒ Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dice:
            ‒ Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.
               
            Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.
            Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana. 
¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?
En el primer caso, los discípulos refle­jarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsis­tir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposi­ción de todos.
            En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado el tema.

3. Los discípulos: Jesús vale más que todo

Pedro entonces le dijo:
            ‒ Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó Jesús:
            ‒ Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.

La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.
            La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».
            Decía Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.