La
formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su
evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el
domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el
evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en
la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y
reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos
insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
Advertencia
previa
El evangelio de Mt, al contar este
episodio, introduce un cambio fundamental: los fariseos no preguntan si «le
está permitido al hombre separarse de su mujer», sino si «le está permitido
separarse de su mujer por cualquier motivo». Con esto quieren que Jesús
se decante entre dos escuelas rabínicas: la radical de Hillel, que solo acepta
el divorcio en caso de adulterio, y la amplia de Shammay, que lo acepta por
cualquier motivo. En Mc, el pasaje no tiene el sentido de debate entre
escuelas.
Los fariseos y Jesús
Desde allí se encaminó al
territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente
y, según su costumbre, los enseñaba. 2Se acercaron unos fariseos y,
para ponerlo a prueba, le preguntaron:
‒
¿Puede un hombre repudiar a su mujer?
3Les contestó:
‒
¿Qué os mandó Moisés?
4Respondieron:
‒
Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
5Jesús les dijo:
‒
Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto. 6Pero al
principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, 7y por eso
abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, 8y
los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. 9Pues
lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.
La pregunta de los fariseos resulta
desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo
religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institución divina
lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer
para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe también que los
problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una
época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores
primordiales, se presta a graves conflictos.
Por eso, desde antiguo se admite,
como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la
tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel.
El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes
palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las
naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».
La ley del divorcio se encuentra en
el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente:
«Si uno se casa con una mujer y luego no le
gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio,
se la entrega y la echa de casa...»
Un detalle que llama la atención en esta ley es
su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la
perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece bastante a
un objeto que se compra (como un televisor o un frigorífico), y que se puede
devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de
hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como
entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser más sensibles que
otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante para comprender
la postura de Jesús.
En cualquier caso, la ley es conocida y admitida
por todos los grupos religiosos judíos. Por consiguiente, la pregunta de los
fariseos resulta desconcertante. Cualquier judío piadoso habría respondido: sí,
el hombre puede repudiar a su mujer. Sin embargo, Jesús, además de ser un judío
piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite
que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así
se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a
prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre
la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción
que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades
religiosas.
La reacción de Jesús es tan atrevida como
inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la
pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede
volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca,
distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios
proyectó al comienzo de la historia humana.
En el Génesis, Dios no crea a la mujer para
torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento
íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no
cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre
y a su madre, para formar una nueva familia.
Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente
la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero
Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por
consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza
de entrada cualquier motivo de divorcio.
La aceptación posterior del repudio por parte de
Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter
obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa
la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío
era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin
fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley
de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el
proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el
mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.
(Si aplicamos este mismo criterio a la historia
de la moral cristiana comprenderemos su importancia: hay cosas que hoy se
permiten o se mandan, pero eso no significa que sean automáticamente buenas o
mejores que la propuesta inicial del evangelio.)
Los discípulos y
Jesús
Entrados en casa, le preguntaron
de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒
Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera.
Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete
adulterio.
Esta
escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como
para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se
divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión
del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los
curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la
legislación romana sí admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el
evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco
primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el
divorcio, más tarde se introdujo.
Reflexión final
Cada
vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan
no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe
pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del
divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan
directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto
por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay
motivos para dar gracias a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se
hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.
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