jueves, 30 de junio de 2016

Homenaje a los apóstoles anónimos. Domingo 14 Tiempo Ordinario. Ciclo C

Las instrucciones de Jesús a los discípulos cuando los envía de misión, en el evangelio de Mateo se dirigen a los Doce, pero en el de Lucas a setenta y dos. En la perspectiva de Lucas, la misión no es obra de un pequeño grupo de selectos; si el mensaje del evangelio se difundió por el imperio romano fue gracias a gran número de personas anónimas, igual que ocurre en nuestros días.

Tres advertencias previas sobre el evangelio

1) Entre el envío de los setenta y dos y su vuelta introduce Lucas otras palabras de Jesús (sobre Corozaín y Betsaida, etc.), que la liturgia ha suprimido.
2) El discurso de Jesús tiene unas palabras muy duras contra los pueblos que no acojan a los discípulos; en nuestra época tan políticamente correcta pueden escandalizar a algunas personas.
3) En consecuencia, la liturgia ofrece la posibilidad de dos lecturas: una larga y otra breve (en ningún caso el texto completo de Lucas 10,1-20).

Lectura breve, políticamente correcta (Lucas 10, 1-12)

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
‒ La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!
Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. 
Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." 

Curiosamente, lo primero que deben hacer los setenta y dos es rezar para que el Señor envíe operarios a su mies. El tema empalma con el del domingo pasado, a propósito de los tres casos de vocación. Jesús hablaba con tanta dureza que parecía no querer seguidores. Aquí queda claro que son absolutamente necesarios y hay que pedir al dueño de la mies que los envíe. El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo que Jesús, que les ordena ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes.
La advertencia: no van a una labor fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. Mateo, cuando copia esta frase, añade una otras palabras de Jesús: “sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas”. Haced lo posible para que el lobo no os coma. Pero Lucas ve otro tipo de peligro en los lobos y otra forma de afrontarlo. El peligro no es la dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por tierra el mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y predicadores religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la religión como forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las dentelladas de los lobos es llevar una forma de vida totalmente pobre y austera: No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias. La talega hace referencia al dinero, la alforja al alimento, las sandalias al vestido.
Luego añade unas palabras que sólo se encuentran en su evangelio: y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su criado Guejazí, un día que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la sunamita). Lucas, que conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este momento era el adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La misión de los discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a mitad de camino.
¿Qué hacer cuando llegan a un pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al alojamiento, insistiendo en no cambiar de casa. Probablemente refleja su experiencia personal; y Lucas, la de los primeros misioneros. El cambiar de casa puede provocar muchos celos y tensiones.
Las palabras siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera escrito con ordenador, quizá hubiera marcado bloque, cortado y pegado, cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios.

Continuación, políticamente incorrecta (Lucas 10,17-20)

Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.

[Aquí sigue la condena de Corozaín y Betsaida, dos ciudades galileas que no aceptaron a Jesús, para que no se extrañen los discípulos si son rechazados; y otras palabras sobre los que les prestan atención, que es como si escuchasen a Jesús y a Dios Padre].

Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:
‒ Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó:
‒ Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

Lectura del libro de Isaías 66, 10-14c

El texto, muy poético, puede desconcertar al lector moderno. Por eso comienzo con dos aclaraciones:
1) Para un judío, Jerusalén representa infinitamente más que para un católico Roma o el Vaticano. Desde el siglo VI a.C. hasta el tiempo de Jesús, que fueron los siglos más duros en la historia de Judá (dominio sucesivo de babilonios, persas, griegos y romanos), la mayor esperanza se centraba en la gloria y esplendor de Jerusalén. El tema aparece en numerosos textos proféticos y Salmos.
2) Jerusalén es representada como ciudad y como madre. Como ciudad, quedó totalmente destruida después de la conquista de los babilonios en el año 586 a.C. Como madre, se vio desprovista de hijos, porque fueron deportados. Y los hijos, a su vez, están desprovistos del alimento y el cariño de su madre.
En este contexto, el profeta proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los hijos a su madre, la mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los desterrados. También habla, en el centro, de la paz y la riqueza que inundarán la ciudad. Un mundo maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor.
¿Cómo se consigue? ¿Qué deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace Dios. Es él quien hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las naciones; es él quien consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder (su mano), como dice la última frase del poema.


Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis,
alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto.
            Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
            Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz,
como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.
            Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
            Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado;
la mano del Señor se manifestará a sus siervos.

El contraste entre la lectura de Isaías y el evangelio

            El mundo utópico de Isaías, el esplendor de Jerusalén, se realiza sin esfuerzo alguno, por pura obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los discípulos conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que puede ser rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida. Pero la última palabra es de victoria y esperanza: Satanás, símbolo de la oposición al evangelio, cae del cielo como un rayo, mientras que los discípulos triunfan sobre los espíritus inmundos y, sobre todo, sus nombres están escritos en el cielo.

Además, y esta es la gran aportación de Lucas, esos discípulos enviados a la misión no son un grupo de selectos. Todos hemos conocido gente que nos ha hecho gran bien desde el punto de vista humana y cristiano, que nos han anunciado el Reino de Dios. Y también nosotros hemos llevado y debemos llevar adelante esa tarea, a veces dura, y muchas veces con sensación de fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de esperar en el triunfo de la utopía.


jueves, 23 de junio de 2016

Rechazo y seguimiento. Domingo 13 Tiempo Ordinario. CICLO C

Desde que lo eligieron Papa, Francisco ha insistido varias veces, sobre todo hablando a los jóvenes, en la importancia de la vocación religiosa y sacerdotal. El tema de la vocación es el principal de las lecturas de hoy, con la contrapartida del posible rechazo.

La vocación de Eliseo (Primer libro de los Reyes 19, 16b. 19-21)

            En aquellos días, el Señor dijo a Elías:
            Unge profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén.
            Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
            Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.
            Elías le dijo:
            Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?
            Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.

            Todo empieza con una orden de Dios a Elías: ungir como profeta a Eliseo. La unción, que se hacía derramando aceite sobre la cabeza, era típica de los reyes, y este es el único caso que recuerdo de la unción de un profeta. En la mentalidad mediterránea antigua, el aceite no solo era bueno para la comida; también se le atribuían cualidades curativas (por eso se ungía a los enfermos) y religiosas (la unción simboliza una relación especial con Dios).
            Elías cumple la orden, pero sin cumplirla. Va en busca de Eliseo, que debía ser hijo de un multimillonario porque está arando con doce yuntas de bueyes. En vez de ungirlo, le echa su manto por encima. Es la única vez que menciona la Biblia este gesto, pero debía ser conocido, porque Eliseo, después de un momento de desconcierto (que no se cuenta, pero se supone), sale corriendo detrás de Elías y se muestra dispuesto a seguirle. Sólo pone una condición: despedirse de sus padres.
            A Eliseo le parece una petición lógica, y se la concede. Pero la despedida no consiste en dar un beso a los padres. Es algo más solemne e incluye a toda la familia: mata la yunta de bueyes y organiza un asado para toda su gente. Sin prisas, porque unos bueyes no se matan en cinco minutos, ni la carne se prepara en un cuarto de hora, ni se come todo en un rato. Cuando termina la despedida, que pudo durar uno o varios días, Eliseo marcha con Elías y se pone a su servicio.
  
Rechazo y seguimiento (Lucas 9, 51-62)

            El fragmento elegido para este domingo consta de cuatro escenas muy breves. Las tres últimas están relacionadas por el tema del seguimiento de Jesús; la primera habla de lo contrario: el rechazo.

            Escena 1: el rechazo de los samaritanos
  
           
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
            ‒ Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.

            Samaritanos y judíos se odiaban desde el siglo X a.C., cuando el norte se separó del sur después de la muerte de Salomón. Pero el dinero es el dinero. Y los samaritanos actuaban del modo siguiente: a los galileos que atravesaban su territorio camino de Jerusalén no les vendían nada; pero en el viaje de vuelta a Galilea ya no había problema en venderles lo que necesitaran, pagándolo adecuadamente (es lo que ocurre en el evangelio de Juan, cuando los discípulos van a comprar pan al pueblo mientras Jesús habla con la samaritana).
            Como Jesús y los discípulos se dirigen a Jerusalén, es normal que no los reciban. Pero Santiago y Juan, que debían pasarse el día tronando (Jesús les puso de mote “los hijos del trueno”), le proponen vengarse haciendo que caiga un rayo del cielo y los consuma. Esta reacción, que nos resulta tan desproporcionada y extraña, se comprende recordando una tradición del profeta Elías. Una vez, el rey de Israel mandó un capitán con cincuenta soldados para que le dijese: “Profeta, el rey te manda que vayas a verlo”. Elías respondió: “Si soy profeta, que caiga un rayo y te mate a ti con tus hombres”. Y así ocurrió. El rey repite la orden con otro capitán y otros cincuenta soldados, que quedan tan chamuscados como los primeros. En el tercer intento, el capitán no ordena nada; se arrodilla ante el profeta y le suplica que perdone su vida y la de sus acompañantes. Elías accede y va a visitar al rey. La moraleja de este relato es que el profeta merece el máximo respeto; y quien no lo respete merece que lo mate un rayo caído del cielo. Así piensan Santiago y Juan. Jesús, el gran profeta, merece todo respeto; si los samaritanos no lo reciben, que caiga un rayo y los parta.
            Jesús, que supera a Elías en poder, lo supera también en bondad y ve las cosas de manera muy distinta. Lucas termina diciendo: Él se volvió y les regañó. ¿Cómo les regañó? ¿Qué les dijo? Algunos textos posteriores ponen en boca de Jesús estas palabras: “No sabéis a qué espíritu pertenecéis”, es decir, “no tenéis ni idea de cuál es mi forma de pensar y de sentir”. Y se marcharon a otra aldea.
            Es una pena que este texto, exclusivo de Lucas (no se encuentra en Marcos ni Mateo), no lo tuvieran en cuenta los que instituyeron la Inquisición, que es una forma de defender a Jesús mediante el fuego.
            Al rechazo de los samaritanos se contraponen tres casos de seguimiento. En dos ocasiones, el individuo se ofrece; en otra, es Jesús quien lo pide. En las tres queda clara la forma de vida tan dura de Jesús y de sus seguidores.

            Escena 2ª: uno se ofrece a seguir a Jesús

           
Mientras iban de camino, le dijo uno:
            ‒ Te seguiré adonde vayas.
            Jesús le respondió:
            ‒ Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

            La iniciativa parte del individuo, no de Jesús. Éste parece desanimar, subra­yando su pobreza y vida dura. No imagine que el segui­miento será fácil y coronado por el éxito humano.
           
            Escena 3ª: Jesús invita a otro a seguirlo

            A otro le dijo:
            ‒ Sígueme.
            Él respondió:
            ‒ Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
            Le contestó:
            ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.

            En este caso la iniciativa parte de Jesús. Se trata de una orden escueta y tajante, más de que una invitación: “Sígueme”. El otro pide permiso, como Eliseo, no para despedirse de sus padres, sino para enterrar a su padre.
            La respuesta de Jesús parece inhumana: “deja que los muertos entierren a sus muertos”. La costumbre judía era enterrar al difunto inmediatamente después de muerto (Hechos de los Apóstoles 5,6.7; 8,2). Por consiguiente, no se trata de que el protagonista de la escena esté velando a su padre y Jesús le ordene abandonar al difunto para seguirlo. Lo que pide es que le permita seguir viviendo con su padre hasta que muera; luego lo seguirá.
            Incluso así, las palabras de Jesús siguen siendo terriblemente exigentes. El que quiera seguirlo tiene que cortar radicalmente con la familia, como si todos hubieran muerto, para ir a anunciar el reino de Dios.
            Es posible que los evangelios estén reflejando en esta escena lo que le ocurrió al mismo Jesús. Su familia pensaba que estaba loco (Marcos 3,21), y una vez fueron todos a Cafarnaúm con intención de llevárselo a Nazaret a descansar. El evangelio de Juan (7,5) dice expresamente que “sus hermanos no creían en él” (aunque sabemos por el libro de los Hechos y las cartas de Pablo que, más tarde, sí lo aceptaron). En Jesús se cumplió plenamente la necesidad de considerar muerta a la familia para dedicarse a anunciar el evangelio.

            Escena 4ª: otro se ofrece con condiciones
           
            Otro le dijo:
            Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
            Jesús le contestó:
            El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.

            Este es el episodio que empalma mejor con la vocación de Eliseo. Las cosas importantes de la vida diaria, como despedirse de los padres, son compatibles con el seguimiento de Elías. No hay prisa de ningún tipo. Pero aquí está en juego algo mucho más importante y urgente.

            A veces se comenta que estas personas no siguieron a Jesús. Lucas no dice nada. Por otra parte, esa cuestión es secundaria. Lo importante de los relatos de vocación y de segui­miento es que son relatos de “revelación” de Jesús, nos ayudan a conocerlo mejor.
Algo queda claro: la dureza de su vida, desprovisto incluso de casa y familia.
            Volviendo a la primera escena, el rechazo de los samaritano, podemos encontrar cierta relación con las tres siguiente. Jesús, que renuncia a todo por predicar el Reino de Dios, no recibe a cambio el agradecimiento y la aceptación de todos. Hay gente que lo rechaza. Pero eso no es motivo para desear su castigo.

Reflexión final

            Aparte del Padrenuestro, Jesús no insistió mucho a sus discípulos en qué debían pedir. Pero el evangelio de Juan pone en su boca una petición muy importante: “La mies es mucha, los obreros pocos. Pedid al Señor de la mies que mande operarios a su mies”. Este domingo es muy adecuado para recordar la necesidad de pedir por las vocaciones y ponerla en práctica.


jueves, 16 de junio de 2016

¿Quién es Jesús? Domingo 12º Tiempo ordinario. Ciclo C

Desde que comienza su vida pública, la actividad de Jesús suscita una mezcla de desconcierto y curiosidad: ¿quién es este hombre? La pregunta adquiere una fuerza especial en el evangelio de hoy, donde es el mismo Jesús quien la plantea.

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
            ¿Quién dice la gente que soy yo?
            Ellos contestaron:
            Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
            Él les preguntó:
            Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
            Pedro tomó la palabra y dijo: 
            El Mesías de Dios.
            El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
            El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
            Y, dirigiéndose a todos, dijo:
            El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.

El relato de Lucas podemos dividirlo en introducción y cuatro partes: 1) lo que piensa la gente; 2) lo que piensa Pedro; 3) lo que piensa Jesús; 4) consecuencias para los oyentes.

Introducción

            A diferencia de Marcos, que sitúa esta escena mientras Jesús y los discípulos van de camino, Lucas lo presenta orando a solas, aunque los discípulos están cerca. A Lucas le gusta presentar a Jesús rezando en los momentos importantes, para inculcar a los cristianos la importancia de la oración.

Lo que piensa la gente

            Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista (asesinado poco antes), de Elías (muerto en el siglo IX a.C.) o de otro antiguo profeta. Resulta interesante que el pueblo vea a Jesús como uno de los antiguos profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder de realizar milagros (mayor incluso que el de Moisés, Elías y Eliseo); su actuación pública, muy crítica con la institución oficial; su lenguaje claro y directo; el hecho de que recorra los pueblos y aldeas predicando, sin limitarse a hablar en el templo de Jerusalén. Pero hay otro aspecto: en tiempos de Jesús, el título de "profeta" tenía fuertes connotaciones políticas, y es muy posible que la gente, igual que los discípulos de Emáus, viesen a Jesús como un libertador.
           
Lo que piensa Pedro

            Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás.
            Según Marcos, la respuesta de Pedro se limita a las palabras "Tú eres el Mesías". Lucas añade: “El Mesías de Dios”. Quizá quiere dejar claro a sus lectores que Pedro no ve a Jesús como un simple líder político, sino como el salvador político mandado por Dios.
            “Mesías”, que significa “ungido”, era el título de los reyes de Israel y Judá, ya que no se los coronaba sino se los “ungía” derramando aceite sobre su cabeza. La monarquía desapareció el siglo VI a.C., pero en los siglos II-I a.C., se difundió la esperanza de una restauración monárquica, y la imagen de un rey futuro ideal, de un MESÍAS con mayúscula, fue adquiriendo cada vez más fuerza. Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo, lo describen liberando a Jerusalén de los romanos, purificándola de pecadores, instaurando un gobierno justo y extendiendo su dominio a todas las naciones. Un rey que no confía en caballos, jinetes ni arcos, no atesora oro y plata para la guerra, está limpio de pecado para gobernar a un gran pueblo. En este contexto, la confesión de Pedro reviste una importancia y una novedad enormes.

Lo que piensa Jesús

            Jesús no comparte el entusiasmo político, nacionalista y triunfalista que se puede intuir en las palabras de Pedro. No quiere que se use el título de Mesías, para evitar equívocos (aunque después de su muerte se convertirá en el título más habitual para designarlo, porque Cristo es la traducción griega de “mesías”).       Él prefiere hablar de sí mismo como “el Hijo del Hombre”, título muy discutido, porque unos dicen que significa simplemente “este hombre”, “yo”, y otros le dan un sentido mucho más profundo, como el de un salvador definitivo.
            Lo importante para Jesús no es el título que se le aplique, sino su destino. Tiene que padecer, ser rechazado y asesinado. El rechazo se da por parte de ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Los “ancianos” detentan el poder político; los sacerdotes, el poder religioso; los escribas, el intelectual. Es probablemente el único caso en la historia en que los tres poderes se han puesto de acuerdo para rechazar y condenar a muerte a una persona. Pero Jesús sabe que la última palabra no la tienen ellos, sino Dios, que lo resucitará.

Consecuencias para los oyentes

            La pregunta sobre quién es Jesús y cuál es su destino no es una pregunta de examen ni de concurso, que no modifica la vida. Debe provocar el deseo de seguirlo. Pero Jesús no es un político que intenta ganarse a la gente con falsas promesas. Deja muy claro que ir con él significa negarse a sí mismo, cargar con la cruz cada día, como añade Lucas. Estas palabras se entienden mejor en el contexto del siglo I, cuando los cristianos están siendo perseguidos y condenados a veces a muerte. Y en bastantes países actuales de África y Asia, donde no resulta extraño que estalle una bomba en la iglesia. Entonces adquiere pleno sentido lo que dice Jesús: “El que pierda su vida por mi causa la salvará”.
            ¿Habrá alguien dispuesto a seguir a Jesús, a cargar con la cruz cada día? Veinte siglos demuestran que sí. Y esto no se explica solo por decisión personal. Según la primera lectura (tomada del profeta Zacarías) es fruto de un cambio que Dios opera en nosotros al contemplar a Cristo crucificado. Frente a los tres grupos de poder que rechazan y condenan a Jesús, son muchos más los que se convierten, hacen duelo, y encuentran un manantial que los limpia de pecados e impurezas.

Así dice el Señor:
«Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido.» Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.



miércoles, 8 de junio de 2016

Pecado y perdón. Domingo 11 del Tiempo ordinario. Ciclo C.


Mucha gente que no ha leído la Biblia piensa que debe ser parecida a las vidas de santos, llenas de ejemplos edificantes. Nada más distinto de la realidad, como lo demuestran las lecturas de hoy.

David, adúltero y asesino (1ª lectura)


La primera lectura requiere una ambientación, porque han mutilado tanto el texto que no se comprende lo que dice.
Una de las misiones principales del rey en la antigüedad era conducir al pueblo a la guerra. Así actuó David en los comienzos, luchando contra los filisteos. Pero años más tarde, cuando hubo que luchar contra Amón (parte de la actual Jordania), envió al ejército al mando de sus generales, mientras él se quedaba en Jerusalén, aprovechando para echarse unas buenas siestas, de las que se levantaba al ponerse el sol. Así lo cuenta la Biblia.
            Una de esas tardes, ve desde su azotea a una mujer muy hermosa, se interesa por ella y le dicen que está casada: se trata de Betsabé, la esposa de uno de sus generales extranjeros, el hitita Urías. Esto no impide a David llamarla y cometer adulterio con ella. Pero la cosa será más grave todavía. Con una estratagema, consigue que los amonitas maten a Urías, para poder casarse con Betsabé.
            Dios no se queda callado, y envía a David al profeta Natán. Este, en vez de denunciar abiertamente el doble pecado, le cuenta al rey un caso que ha provocado su indignación y desconcierto (copio el texto bíblico):

            “Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped.
            David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pagará cuatro veces el valor de la cordera.”

            En este momento es cuando comienza la primera lectura de hoy (2 Samuel 12,7 - 10,13).

           
Entonces Natán dijo a David: «Ese hombre eres tú. Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te he ungido rey de Israel y te he librado de las manos de Saúl.  Te he dado la casa de tu señor y he puesto en tu seno las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y si es poco, te añadiré todavía otras cosas. ¿Por qué has menospreciado a El Señor haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los amonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. David dijo a Natán: «He pecado contra el Señor.» Respondió Natán a David: «También el Señor perdona tu pecado; no morirás. 

            Sin la historia previa resulta difícil entender la lectura. Pero lo más importante es la actitud de David: es una canalla, adúltero y asesino, pero también sabe reconocer, inmediatamente, su pecado. Los capellanes de las cárceles comentan que es difícil encontrar a un preso que se reconozca culpable. Y nosotros, ¿cómo somos? ¿Sabemos reconocer humildemente: “he pecado contra el Señor”?

Una prostituta (evangelio)

            En la primera lectura, quien se enfrenta al pecador es un profeta, en nombre de Dios. En el evangelio, quien se enfrenta a la pecadora (una prostituta) es un fariseo; pero no la anima a convertirse, ni siquiera le habla, simplemente la desprecia. En cambio, Jesús, el profeta, antes de perdonarla, la alaba y la defiende.

            Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. 
            Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 
            Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»
            Jesús le respondió:
            Simón, tengo algo que decirte.
            El dijo:
            Di, maestro.
            Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?
            Respondió Simón:
            Supongo que aquel a quien perdonó más.
            El le dijo:
            Has juzgado bien.
            Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
            ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.
            Y le dijo a ella:
            Tus pecados quedan perdonados.
            Los comensales empezaron a decirse para sí:
            ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?
            Pero él dijo a la mujer:
            Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

El relato comienza contraponiendo a dos personajes: el fariseo, que simboliza a la gente buena, fiel a Dios, escrupulosa en el cumplimiento de todas las normas; y la prostituta, que en la tradición bíblica aparece como un peligro para los jóvenes y no tan jóvenes, porque aparta de la esposa y corrompe.
            Lucas no dice cómo, pero ambos han entrado en contacto con Jesús. Al fariseo le mueve la curiosidad, y lo invita a comer. La prostituta debe haber escuchado o visto algo en Jesús que la ha conmovido y va en su busca.
            El relato, fácil de entender a primera vista, resulta más complejo de lo que parece. De acuerdo con la parábola que cuenta Jesús, A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Primero se produce el perdón y, como consecuencia, el agradecimiento. Sin embargo, la mujer manifiesta su agradecimiento antes de que la perdonen: Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor.
            ¿Cómo se resuelve esta contradicción? Pienso que la solución es fácil: la mujer se ha sentido perdonada antes de entrar en la casa, mucho antes de que Jesús le diga Tus pecados quedan perdonados. Basta imaginarla escuchando uno de los discursos de Jesús en los que hablaba del amor de Dios, de Dios como Padre, de Dios pastor que busca a la oveja perdida; o imaginarla contemplando cómo Jesús come con los seres más odiados de la época, los recaudadores de impuestos (publicanos), y con las mujeres más despreciadas, las prostitutas como ella.
            Una de las grandes diferencias entre David y la prostituta es que David necesita que alguien le tienda una trampa y le obligue a confesar su pecado. La prostituta tiene un corazón más limpio, le basta ver y oír a Jesús para poner en crisis toda su vida. Pero es una crisis saludable. Como le dice Jesús al final, Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
            No me detengo en otros aspectos del relato, como su marcado tinte polémico, haciendo que Jesús permita a la prostituta unas acciones escandalosas para cualquier persona biempensante.
            El sacerdote puede optar este domingo por una versión larga del evangelio, añadiendo el texto siguiente:

           
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

            Relacionando estas palabras con el relato anterior, todo se centra en la relación de Jesús con las mujeres, y de la gran importancia que tenían dentro del grupo de sus seguidores. Marcos, el primer evangelista, lo deja claro al final, durante el relato de la pasión. Lucas, en cambio, quiere que sus lectores lo sepan desde el primer momento. Eran muchas las mujeres que sentían un profundo agradecimiento a Jesús, le acompañaban y ponían sus bienes a disposición del grupo.
           
El perdón a través de Jesús (2ª lectura)

            La lectura de san Pablo no se elige por su relación con el evangelio, pero hoy es fácil relacionarlos. Ante la realidad del pecado, ¿qué nos salva? El fariseo habría respondido: me salvo yo a mí mismo observando la ley de Moisés. Y muchos cristianos de origen judío seguían pensando lo mismo. Pero Pablo, que había sido fariseo y se había esforzado por cumplir las leyes a rajatabla, al conocer a Cristo advirtió que eso no era cierto. Quien lo había salvado era Jesús, muriendo por él.

Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado. En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano. 

Dos ejemplos edificantes


Decía al comienzo que la Biblia no es un conjunto de historias edificantes. Pero a través de una realidad escandalosa de adulterios, asesinatos, prostitución, nos invita a convertirnos, convencidos de que todos podemos repetir, con Pablo, que Jesús me amó y se entregó a sí mismo por mí.