lunes, 30 de diciembre de 2019

Fiesta de Santa María, Madre de Dios. Tres actitudes para el nuevo año



Un extraño cambio en 1970

Cualquier judío sabe que a un niño hay que circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús.
            Existía también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero.
            Esto implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz.
            Dado que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un poco de celebraciones el 1 de enero.
            Y lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús perdió la categoría de fiesta y pasó a celebrarse el día 3 de enero, aunque se mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del nombre.

El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís

            La primera lectura de hoy dice:

El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

            Muchas personas piensan que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla.

Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)

            En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
            Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.
            María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
            Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
            Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

            El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes:

ü  Empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Los pastores simbolizan la “política incorrecta” de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos. Se comunica a unos pastores que, en la escala social de aquel tiempo, ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Sin embargo, esta gente tan poco digna socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: “Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla.”

ü  Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

ü  Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Pero, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

            Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.

            La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida.

En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía

            El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.


jueves, 26 de diciembre de 2019

Una Sagrda Familia dos veces refugiada. Ciclo A




Suele decirse que la familia está en crisis. Los matrimonios por la Iglesia, y también los civiles, disminuyen de forma notable; los divorcios y las separaciones crecen. ¿Qué mensaje puede esperar el cristiano que acude a misa el día de la Sagrada Familia? Sea lo que sea, se puede llevar una gran sorpresa.

Hijos adultos y padres ancianos (Eclesiástico 3,3-7.14-17a)

Curiosamente, la primera lectura no se dirige a los padres, sino a los hijos. Pero no se trata de hijos pequeños, sino de personas adultas, casadas, que conviven con sus padres ancianos (cosa frecuente en el siglo I). El texto de Jesús ben Sira (autor del libro del Eclesiástico) da por supuesto que esos hijos tienen suficientes recursos económicos y, al mismo tiempo, vivencia religiosa. Son personas que rezan y piden perdón a Dios por sus pecados. Pero, según ben Sira, el éxito a todos los niveles, humano y religioso, dependerá de cómo trate a sus padres ancianos. En una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso. Hay también otros consejos de enorme actualidad: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes”. Esta actitud de respeto y cariño hacia el padre y la madre es lo único que garantiza que su oración sea escuchada y que sus pecados “se deshagan como la escarcha bajo el calor”.

Maridos, mujeres, hijos y padres (Colosenses 3,12-21)

El texto de la carta a los Colosenses comienza con una serie de consejos válidos para toda la comunidad cristiana, entre los que destacan el amor mutuo y el agradecimiento a Dios. Pero ha sido elegido para esta fiesta por los breves consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres.
El que resulta más problemático en la cultura actual es el que se dirige a las mujeres. En una época de igualdad, desentona decirles: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Pero en la situación del imperio romano durante el siglo I, cuando sobre todo las mujeres de clase alta presumían de independencia y organizaban su vida al margen del marido, no es raro que el autor de la carta pida a la esposa cristiana un comportamiento distinto. El consejo a los maridos, amar a sus mujeres y no ser ásperos con ellas sigue siendo válido en una época donde abunda la violencia de género. Los consejos finales a padres e hijos sugieren el ideal de las relaciones entre ambos: un hijo que obedece con gusto, un padre que no se impone a gritos e insultos.

Una familia de refugiados y emigrantes (Mateo 2,13-15.19-23)

            Las dos primeras lecturas se adaptan bien a la situación de las familias del Primer Mundo. El evangelio nos hace pensar en los miles de familias de refugiados y desplazados del mundo entero. Padres que emigran con su familia y sus pocos bienes, no por miedo a Herodes, sino a la guerra, las bombas o el hambre. Sin ningún ángel que les avise ni les proteja. En el relato de Mateo, el principal protagonista es José. “El niño y su madre” son personajes pasivos, que se dejan llevar a Egipto en mitad de la noche y terminan estableciéndose en Nazaret sin que nadie les consulte. Alguien podrá acusar a este evangelio de “patriarcal”, de centrarse en el padre. Pero no es un tarea agradable la que se encomienda a José: refugiarse en un país extranjero para que no maten a su hijo. La continuación de la historia es significativa. Hasta ahora, José se ha limitado a obedecer, Al morir Herodes, toma la iniciativa e interpreta la orden del ángel como considera más oportuno. Siente miedo a Arquelao y no vuelve a Belén; decide trasladarse mucho más al norte, a una aldea miserable, “de la que no sale nada bueno”, Nazaret. Pero así, sin que él lo sepa, se cumplirá lo dicho por los profetas, “que se llamaría Nazareno”.
            El matrimonio del Primer Mundo, aunque no haya tenido que huir ni emigrar, puede sacar también una buena enseñanza de este evangelio. Las dificultades siempre existen, y es raro el que no ha debido enfrentarse a situaciones imprevisibles (enfermedades, problemas económicos o laborales, tensiones con los hijos…). Pocas veces, o nunca, habrá sido Dios el que mande un ángel a decir lo que se debe hacer. La reflexión, la oración, el diálogo habrán ayudado a tomar la decisión más justo. Y aunque pueda parecer un fracaso humano, como la ida a Nazaret, así se cumple también la voluntad de Dios.

Tres apéndices: el miedo a Arquelao, Nazaret y Nazareno
           
             1. ¿En qué basa Mateo el temor de José? No lo dice. Podemos imaginarlo basándonos en lo que cuenta Flavio Josefo. En primer lugar, por los disturbios que siguieron a la muerte de Herodes. Al principio la gente se limitó a pedir disminución de las tasas, abolición de los impuestos, liberación de los prisioneros y castigo de los favoritos de Herodes (Guerra II 4-7). Muy pronto, mientras Arquelao se encuentra en Roma, de las peticiones se pasa a las armas. El día de Pentecostés se produce una revuelta en Jerusalén que causó muchos muertos (Guerra II 39-54).
            En segundo lugar, por la conducta tiránica y cruel de Arquelao. Este hijo de Herodes el Grande y de Maltace, fue constituido etnarca por César Augusto, «prometiéndole que lo honraría con el título de rey si demostraba ser merecedor de esta dignidad». Pero solo gobernó diez años (del 4 a.C. al 6 d.C.), debido a la crueldad con que trataba a sus súbditos. «En el año décimo del gobierno de Arquelao, los principales de los judíos y de los samaritanos, no pudiendo soportar más su crueldad y su tiranía, lo acusaron ante el César, especialmente porque creían que procedía contra las órdenes del César, que le había mandado tratarlos con moderación.» El César, una vez que hubo oído la acusación, lo obligó a ir a Roma, lo condenó y desterró a Viena, en la Galia, y le confiscó sus bienes. En Mateo 2,22 se lo llama, inadecuadamente, «rey de Judá». El César solo le concedió el título de etnarca.  

            2. Nazaret. Al turista moderno le resulta difícil hacerse una idea de cómo era Nazaret en tiempos de Jesús. Hoy día es una ciudad de más de setenta mil habitantes, extendida a lo alto y a lo bajo de numerosas colinas, animada por un flujo continuo de visitantes. La Nazaret de tiempos de Jesús era muy distinta. Cuando se viene del lago de Tiberíades, tras contemplar las hermosas llanuras de Genesaret y de Bet Netofa, impresiona el contexto tan árido y agreste de la aldea primitiva. Encerrada entre tres colinas, en la falda de una de ellas, carecía de horizonte. Ni siquiera se veían la cercana llanura de Esdrelón o el monte Tabor, si bien era posible divisarlos desde un elevado monte situado al sureste. La aldea en cuanto tal la conocemos bien gracias a la espléndida labor arqueológica de los franciscanos: unos doscientos habitantes, con las casas excavadas en ligera pendiente, recordando las cuevas del Sacromonte granadino o de Guadix. Nazaret nunca es mencionada en el Antiguo Testamento, ni en las obras de Flavio Josefo, que conocía muy bien Galilea. No es raro que sus vecinos de Caná dijesen con desprecio: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Aquí se desarrolló durante años la vida de Jesús.

3. Nazoreo o Nazareno. La idea de refugiarse en Nazaret es propia de Mateo. Según Lucas, la familia era originaria de esa aldea. Pero Mateo ve aquí el cumplimiento de la profecía anunciada por diversos profetas (¡en plural!): «se llamará nazoreo» (Nazwrai/oj klhqh,setai).
«Jesús el nazoreo» (VIhsou/j o` Nazwrai/oj) lo llaman en Lc 18,37; Hch 6,14; es el título que figura en la cruz (Jn 19,19), y el que él mismo se aplica en la aparición a Pablo (Hch 22,8). Generalmente se traduce «nazareno», considerándolo equivalente al «Jesús nazareno» (VIhsou/j o` Nazarhno,j) que aparece en Mc 1,24; 10,47; 14,67; 16,6; Lc 4,34; 24,19; pero ninguna profecía dice el Mesías fuese de Nazaret. Otros lo relacionan con Sansón, «consagrado (nazirai/on) a Dios» (Jue 13,5.7). Más adecuado resultaría, recordando el texto hebreo, no el griego, ver una alusión a Is 11,1: «retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago (nëcer)». De todos modos, también Esd 9,10ss alude a la profecía de varios profetas que no se encuentra en ningún libro del AT.

Los apéndices están tomados de J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz. Verbo Divino, Estella 2019, pp. 63-65,



domingo, 22 de diciembre de 2019

Natividad del Señor



Natividad del Señor
Tres misas el mismo día

No sé cuándo comenzó la tradición de celebrar tres misas el día de Navidad; imagino que debe de ser muy antigua. Se comienza con la famosa misa del Gallo, por la noche, sigue la misa del alba y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). Indicaré algo que pueda ayudar en la del Gallo (la de la noche) y en la del día (con el evangelio más difícil).

Misa de la noche

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

            En una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial (no consigo recordar su título), la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar el villancico “Noche de Dios”. Ese es el ambiente adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en las tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos: el fin del opresor, el fin de la guerra y el nacimiento de un niño. Es esto último lo que atrae la mayor atención. El niño será un heredero de David, adornado con los nombres y cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz.
            El evangelio de Mateo citará esta profecía, pero aplicará a Jesús solo el comienzo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Jesús no termina con el opresor romano, no se acaban las guerras, y no reinstaura el trono de David. Pero su palabra y su acción irradian luz y alegría en toda Galilea.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

            El autor une la primera venida de Jesús (“ha aparecido la gracia de Dios”) con la segunda y definitiva (“la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro, Jesucristo”). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estos dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

El anuncio más desconcertante a las personas más inesperadas (Lucas 2,1-14)

            Lucas, evangelista de los pobres y la pobreza, lo subraya desde el primer momento. Gabriel ha anunciado a María que concebirá un hijo prodigioso, que heredará el trono de David y reinará en la casa de Jacob para siempre. A la hora de la verdad, el niño no dispone ni siquiera de una cuna, solo de un pesebre. Porque la familia no encuentra sitio en el piso de arriba, donde se alojan las personas, y debe permanecer en el de abajo, donde están los animales.
            En la misma línea, el anuncio del nacimiento, a pesar de toda la parafernalia del ejército del cielo cantando, se dirige a “unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño”. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. Y pasar la noche a aire libre vigilando el rebaño no es la ocupación más agradable. A estas personas se dirige el mensaje: “Os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.
            Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Y qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado. Después de encontrar a María, a José y al niño acostado en el pesebre volverán dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído (evangelio de la Misa de la aurora).
            Los pastores son un ejemplo perfecto para el cristiano. La Navidad no nos habla de un gran rey, deslumbrante de riqueza y esplendor. El ángel lo presenta “envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y en este ser tan débil y poco aparente debemos depositar la confianza de que nos salvará. Y por él debemos alabar y dar gloria a Dios.

Misa del día

Presupuesto para entender el Prólogo

            Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.

La historia de la Sabiduría de Dios

1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).

El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada,
antes de comenzar la tierra.
Antes de los océanos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban encajados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.

2ª etapa: la Sabiduría y la creación

Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando sujetaba las nubes en la altura
y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasaban su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.

Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).

Por todas partes busqué descanso
y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó,
el creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).

Os llamé, y rehusasteis;
extendí mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.

            En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.

La historia de la Palabra

El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.

Segunda etapa: la Palabra y la creación

Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo. Todo fue creado por la Palabra de Dios; el sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar, el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.

Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.

Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo. El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

            Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza

            ¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.»

Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros. 

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Del optimismo ingenuo al realismo mágico

La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa: se convierten en hijos de Dios, contemplan su gloria, y de su plenitud reciben gracia tras gracia.         
Motivos de sobra para estar alegres y desearos a todos FELIZ NAVIDAD.
           


jueves, 19 de diciembre de 2019

Una lotería que siempre toca. Domingo 4º de Adviento. Ciclo A




Este año, el cuarto domingo de Adviento coincidirá, al menos en España, con el sorteo de la Lotería de Navidad. Las lecturas nos hablan de la auténtica lotería, la que tocó y sigue tocando todos los días y en todas partes del mundo.

            El premio

            No son millones de euros. Es un premio mucho mayor: una persona. Al principio puede resultar decepcionante. Con este premio no se puede comprar un gran chalé, ni un coche de último modelo. No podemos permitirnos un crucero de lujo ni costear una operación en el mejor hospital del mundo. Pero es un premio personal, que redime nuestro pasado y garantiza nuestro futuro. Las lecturas dedican pocas frases a describir a esa persona: desciende del rey David, nace de una muchacha virgen, y le ponen por nombre Jesús porque nos salva de los pecados. También se le puede llamar Emmanuel, que significa «Dios con nosotros». La cercanía de Dios puede inspirar incluso miedo. En este caso, no. Es un Dios que se presenta como un niño, con el compromiso de morir por nosotros.

            La publicidad (1ª lectura)

            Este premio no se anuncia en verano, con pocos meses de antelación, como la Lotería de Navidad, sino varios siglos antes. En el año 734 a.C. los reyes de Siria y Efraím se coaligaron para conquistar Judá y deponer al rey Acaz de Jerusalén. Cuenta el profeta Isaías que, cuando llegó la noticia, «se agitó el corazón del rey y del pueblo como se agitan las hojas de los árboles con el viento». El profeta se presenta ante el rey y le ofrece una señal, un signo portentoso realizado por Dios, para mantener la calma. Acaz, que ha pedido ayuda a Asiria, confía en este imperio (los EE. UU de la época) más que en Dios, y responde que no quiere pedir señal alguna. Pero Isaías se la da: «la muchacha está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros». El nacimiento del niño garantizará la salvación de Judá y de Jerusalén.

            El sorteo (evangelio)

            En tiempos de Isaías, algunos pensaron que la muchacha encinta era la esposa del rey, y Emmanuel el hijo que nacería dentro de poco: Ezequías. Este niño fue un buen rey, pero no cumplió las grandes esperanzas depositadas en él. Pasaron los siglos y Emmanuel no llegaba. Hasta que los cristianos ven cumplida la promesa en el nacimiento de Jesús. Este viene del Espíritu Santo y José le pondrá ese nombre «porque él salvará a su pueblo de los pecados». No salvará de los asirios, ni de los romanos, sino de nuestros pecados, muriendo por nosotros. Y Mateo añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta». Ya no hay que seguir esperando. Ha salido el primer premio.

            Los afortunados (2ª lectura)

            En esta lotería todos tienen premio. Incluso cabe la posibilidad de comprar el décimo después de que haya sido premiado. Es lo que dice Pablo a los romanos. El premio no es solo para los judíos, también para los paganos. No toca solo en Jerusalén o Belén, también en Roma. Allí, entre los paganos, se ha difundido el evangelio y se sienten «amados por Dios y llamados a formar parte de su pueblo santo». Igual que nosotros, al cabo de veinte siglos, debemos sentir la alegría de haber sido beneficiados por Dios. El evangelio del domingo pasado hablaba del desconcierto de Juan Bautista, y nos obligaba a pensar en el desconcierto y escándalo que podemos sentir ante la conducta y el mensaje de Jesús. El evangelio del cuarto domingo da un paso adelante. El desconcierto y el escándalo se pueden superar. El asombro se da ante el misterio y no acaba nunca, dura toda la vida.

***

            Lo anterior es un sencillo esquema que ayuda a entender el mensaje del cuarto domingo y a prepararnos para la Navidad. Para comprender mejor el evangelio entresaco algunos datos de mi comentario El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino, Estella 2019, pp. 52-56.

            Mateo da un título a lo que va a contar: El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Sin embargo, no es eso lo que cuenta, se limita a ofrecer una serie de datos sobre ese misterio.

            María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
‒ José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

El relato consta de los elementos típicos: planteamiento, nudo y desenlace. Como en cualquier novela policíaca. Pero existe una diferencia. Mientras Agatha Christie dedica la mayor parte al nudo, a las peripecias de Hércules Poirot en busca del asesino, Mateo es brevísimo en las dos primeras partes y pasa enseguida al desenlace. No se trata de un relato dramático, sino didáctico.

Planteamiento

Parte de unos personajes que da por conocidos para el lector, María y José, y de una costumbre que también da por conocida entre judíos: después de los desposorios (la petición de mano), los novios son considerados como esposos, con el compromiso de fidelidad mutua, pero siguen viviendo por separado. De repente, resulta que María espera un hijo del Espíritu Santo. Mt no deja al lector ni un segundo de duda. Con perdón del Espíritu Santo, y siguiendo el símil policiaco, el lector sabe desde el principio quién es el asesino.


Nudo

La duda es para José, hombre bueno. Según el Deuteronomio, si un hombre se casa con una mujer y resulta que no es virgen, si la denuncia, “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). José prefiere interpretar la ley en la forma más benévola. La ley permite denunciar, pero no obliga a hacerlo. Por eso, decide repudiar a María en secreto para no infamarla. Mt escribe con enorme sobriedad, no detalla las dudas y angustias de José. Como mejor se advierte esto es comparando el relato con un fragmento del Génesis Apócrifo encontrado en Qumrán, en el que leemos algo parecido a propósito del patriarca Lamec: advierte que su mujer, Bitenós, está encinta, y duda de que ese hijo sea suyo (el estado fragmentario del texto no permite saber por qué duda). La angustia del personaje la refleja el autor de forma casi patética:

“Entonces pensé que la concepción era obra de los Vigilantes, y la preñez de los Santos, y pertenecía a los Gigantes [...] y mi corazón se trastornó en mi interior por causa de este niño. Entonces yo, Lamec, me asusté y acudí a Bitenós, mi mujer, y dije [...]: júrame por el Altísimo, por el Gran Señor, por el Rey del Universo [...] que de veras me harás saber todo, me harás saber de veras y sin mentiras si esto [...]. Júrame por el Rey de todo el Universo que me estás hablando sinceramente y sin mentiras [...]Entonces Bitenós, mi esposa, me habló muy reciamente, lloró y dijo: ¡Oh, mi hermano y señor! Recuerda mi placer, el tiempo del amor, el jadear de mi aliento en mi pecho [...] Yo te juro por el Gran Santo, por el Rey de los cielos, que de ti viene esta semilla, de ti viene este embarazo, de ti viene la siembra de este fruto, y no de ningún extranjero, ni vigilante, ni hijo del cielo. ¿Por qué está la expresión de tu rostro tan alterada y deformada, y tu espíritu tan deprimido?” (1QapGn Col. II, 1-17). Ni siquiera con estas palabras de su esposa queda tranquilo Lamec; acude a su padre, Matusalén, para que le pregunte a Henoc y se informe de todo con certeza. Es una pena que la columna esté tan estropeada en algunos momentos capitales para la interpretación del argumento. El relato de Mt parece en muchos detalles como la antítesis del Génesis Apócrifo.

Desenlace

En cuanto José toma la decisión, se aparece el ángel que resuelve el problema. José obedece, y María da a luz un hijo al que José pone por nombre Jesús. En esta sección final, entre las palabras del ángel y la obediencia de José introduce Mt unas palabras para explicar el misterio: se trata de cumplir la profecía de Is 7,14 (que se lee hoy como 1ª lectura).

Mensaje

Este análisis literario demuestra que Mt no ha intentado poner en tensión al lector. Sabe desde el comienzo a qué se debe el misterio. Entonces, ¿qué pretende decirnos con este episodio? Tres cosas fundamentales a propósito del protagonista de su obra.
¿Quién es Jesús? Al comienzo del evangelio, en la genealogía, Mt acaba de indicarnos que es verdadero israelita y descendiente de David. ¿Significa que sea el Mesías? Para eso hace falta algo más según la tradición de ciertos grupos judíos. El Mesías debe nacer de una virgen, según está anunciado en Is 7,14. Este episodio demuestra que Jesús cumple ese requisito. Pero hay otro dato que no contiene el texto de Isaías: Jesús viene del Espíritu Santo, con lo cual se quiere expresar su estrecha relación con Dios.
¿Qué hará Jesús? Lo indica su nombre: salvar a su pueblo de los pecados. Salvar de los pecados no es lo mismo que perdonar los pecados. Perdonar los pecados se puede hacer de forma cómoda, sentado en el confesionario, o incluso paseando o tomando un café. Salvar de los pecados sólo se puede hacer ofreciendo la propia vida. Sabemos desde niños que Jesús, para salvarnos de nuestros pecados, dio su vida por nosotros. Pero no debe dejar de asombrarnos. Porque la actitud normal de un judío piadoso ante el pecado no es comprenderlo ni justificarlo, mucho menos morir por el pecador. Es condenarlo.       
¿Qué repercusiones tiene su aparición? Mt, al escribir su evangelio, parte de la experiencia de su comunidad, perseguida y rechazada por aceptar a Jesús como Mesías. Mt le indica desde el comienzo que las dificultades son normales. Incluso las personas más ligadas al Mesías, sus propios padres, sufren problemas desde que es concebido. El cristiano debe ver en José un modelo que le ayuda y anima. No debe tener miedo a aceptar a Jesús y seguirlo, porque “viene del Espíritu Santo” y “salvará a su pueblo de los pecados”.