jueves, 30 de mayo de 2019

Ascensión y entronización de Jesús. Fiesta de la Ascensión. Ciclo C.



Ascensión
Entronización


Un peligro que conviene evitar

            En los años anteriores, para no alargarme, omití comentar la segunda lectura, la carta a los efesios. Un grave error, porque es precisamente ella la que da el sentido de la fiesta. Lo que celebramos hoy no termina con una nube que oculta a Jesús mientras sube al cielo. La fiesta culmina con la entronización de Jesús a la derecha de Dios, que le somete toda la creación bajo sus pies.

Una sola cadena de televisión con dos visiones muy distintas

            Los dos textos principales de la misa de hoy (Hechos de los Apóstoles y evangelio de Lucas) se prestan a una interpretación muy simplista, como si el monte de los Olivos fuese una especie de Cabo Cañaveral desde el que Jesús sube al cielo como un cohete. Cualquier cadena de televisión que hubiera filmado el acontecimiento habría ofrecido la misma noticia, aunque hubiera variado el encuadre de las cámaras.
            En este caso solo hay presente una cadena de televisión: la de Lucas. Los otros evangelistas no cuentan la noticia. Pero Lucas ha elaborado dos programas sobre la Ascensión, uno en el evangelio y otro en los Hechos, y cuenta lo ocurrido de manera muy distinta, con notables diferencias. Eso demuestra que para él lo importante no es el hecho histórico sino el mensaje que desea transmitir. Tanto el evangelio como Hechos podemos dividirlos en dos partes: las palabras de despedida de Jesús y la ascensión. Para no alargarme, omito la introducción al libro de los Hechos.

Palabras de despedida de Jesús

            En el evangelio, Jesús dice a los discípulos que su pasión, muerte y resurrección estaban anunciadas en las Escrituras (“Así estaba escrito” se refiere a los libros atribuidos a Moisés y los profetas). Por consiguiente, lo ocurrido no debe escandalizarlos ni hacerles perder la fe. Todo lo contrario: deben predicar la penitencia y el perdón a todos los pueblos. Para llevar a cabo esa misión necesitan la fuerza del Espíritu Santo, que deben esperar en Jerusalén.

«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»

            En el libro de los Hechos se repite lo esencial, esperar al Espíritu Santo, pero se añaden dos temas: la preocupación política de los discípulos y la idea de ser testigos de Jesús en todo el mundo (cosa que en el evangelio sólo se insinuaba).

             Una vez que comían juntos, les recomendó:
            - «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» 
            Ellos lo rodearon preguntándole:
            - «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
            Jesús contestó:
            - «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»

La ascensión: dos relatos muy distintos

            Versión del evangelio

Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

            Versión de Hechos

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: - «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.» 

   ü  En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).
ü  En Hechos una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube).
ü  En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo).
ü  En Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco que les anuncian la segunda venida de Jesús. El evangelio no dice nada de esto.
ü  La vuelta a Jerusalén, donde están siempre en el templo alabando a Dios (Evangelio), coincide en parte con lo que cuentan los Hechos: en Jerusalén permanecen en oración “con María, la madre de Jesús”. (Pero esto no se lee).

            Dadas estas diferencias, queda claro que Lucas no pretende contar lo ocurrido con toda fidelidad. Más bien está invitando al lector a prescindir de los datos secundarios y fijarse en el mensaje que pretende transmitir. ¿Cuál es ese mensaje?
            La explicación hay que buscarla en la línea de la cultura clásica greco-romana, en la que se mueve Lucas y la comunidad para la que él escribe. También en ella hay casos de personajes que, después de su muerte, son glorificados de forma parecida a la de Jesús. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Estos ejemplos confirman que los relatos tan escuetos de Lucas no debemos interpretarlos al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. El final largo del evangelio de Marcos subraya este aspecto al añadir que, después de la ascensión, Jesús “se sentó a la derecha de Dios”. Y esto es lo que afirma también la Carta a los efesios.

No Ascensión, sino entronización (2ª lectura: Ef 1,17-23)

            La carta a los efesios no habla de la ascensión. Pasa directamente de la resurrección de Jesús al momento en que se sienta a la derecha de Dios y todo queda sometido bajo sus pies. Por desgracia, la parte final, que es la más relacionada con la fiesta, y la más clara, está precedida de una oración tan recargada que resulta confusa. La idea de fondo es clara: Dios nos ha concedido tantos favores y tan grandes (vocación, herencia prometida en el cielo, resurrección) que resulta difícil entenderlos y valorarlos. Igual que nos sentimos abrumados por la inmensidad del universo, no logramos comprender lo mucho que Dios ha hecho y hace con nosotros. Por eso pide “espíritu de sabiduría”, “conocimiento profundo”, que Dios “ilumine los ojos de vuestro corazón”. Y para aclarar la grandeza del poder que actúa en nosotros, habla del poder con que resucitó a Cristo y lo sentó a su derecha, sometiendo todo bajo sus pies.


Hermanos que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría que os revele un conocimiento profundo de él; que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza de su llamada, cuál la riqueza de la gloria de su herencia otorgada a su pueblo y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, según la fuerza de su poderosa virtud, la que ejerció en Cristo resucitándolo de entre los muertos, sentándolo a su derecha en los cielos por encima de todo principado, potestad, autoridad, señorío y de todo lo que hay en este mundo y en el venidero; todo lo sometió bajo sus pies y a él lo constituyó cabeza de la Iglesia por encima de todas las cosas; la Iglesia es su cuerpo, la plenitud de todo lo que existe.

Resumen

            Ante la ascensión no debemos tener sentimientos de tristeza, abandono o soledad, al estilo de la Oda de fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto…”). Como dice el evangelio, la marcha de Jesús debe provocar una gran alegría y el deseo de bendecir a Dios. Porque lo que celebramos es su triunfo, como demuestran los textos de la cultura greco-romana en los que se inspira Lucas y subraya la carta a los Efesios. Viene a la mente la imagen del acto de fin de carrera, cuando el estudiante recibe su diploma y la familia y amigos lo acompañan llenos de alegría.
            Al mismo tiempo, las palabras de despedida de Jesús nos recuerdan dos temas capitales: el don del Espíritu Santo, que celebraremos de modo especial el próximo domingo, y la misión “hasta el fin del mundo”. Aunque estas palabras se refieren ante todo a la misión de los apóstoles y misioneros, todos nosotros debemos ser testigos de Jesús en cualquier parte del mundo. Para eso necesitamos la fuerza del Espíritu, y eso es lo que tenemos que pedir.

La ascensión en la cultura greco-romana.

            Por si a alguno le interesa, copio los textos clásicos.

Tito Livio a propósito de Rómulo: “Llevadas a cabo estas empresas inmortales, en una ocasión en que asistía a una concentración para pasar revista a las tropas en un campo junto a la laguna de la Cabra [campo de Marte], se desató de golpe una tempestad con gran fragor de truenos y envolvió al rey en una nube tan densa que los reunidos no podían verlo; después, ya no reapareció Rómulo sobre la tierra…. Según los senadores que estaban de pie a su lado, había sido arrebatado a las alturas por la tempestad. Luego, todos a la vez saludan a Rómulo como dios hijo de un dios, rey y padre de la ciudad de Roma. Tengo entendido que no faltaron tampoco quienes, en voz baja, sostenían que el rey había sido despedazado por los senadores con sus propias manos, pues también esta versión circuló, aunque muy soterrada; la otra versión fue consagrada por la admiración hacia aquel personaje y por el miedo que se dejaba sentir.
Le añadió además credibilidad, dicen, la habilidad de un solo individuo. Próculo Julio, hombre de peso según dicen, aunque avalase un acontecimiento fuera de lo común, se presenta a los reunidos y dice: “Quirites, Rómulo, padre de esta ciudad, al rayar hoy el alba ha descendido repentinamente del cielo y se me ha aparecido. Al ponerme en pie, sobrecogido de temor, dispuesto a venerarlo, rogándole que me fuese permitido mirarle cara a cara, me ha dicho: ‘Ve y anuncia a los romanos que es voluntad de los dioses que mi Roma sea la capital del orbe; que practiquen por consiguiente el arte militar; que sepan, y así lo transmitan a sus descendientes, que ningún poder humano puede resistir a las armas romanas.’ Dicho esto -dijo-, desapareció por los aires.» Es sorprendente el crédito tan grande que se dio a aquel hombre al hacer esta comunicación y lo que se mitigó, entre el pueblo y el ejército, la añoranza de Rómulo con la creencia en su inmortalidad” (Ab urbe condita 1,16).

A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad...” (II, 159-160).
Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un expretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100).
Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.
De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno" (Libro III, 33).
Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30).
Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”.


jueves, 23 de mayo de 2019

Del interior del templo al interior del ser humano. Domingo 6º de Pascua. Ciclo C.



 "Vendremos a él y haremos morada en él"

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.
            Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.
            En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.
            Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).
            En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.
            Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.
            El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar. 
  
 En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. 
            Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:
            Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.

2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

            En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.
            El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

            11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!
            Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,
            12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,
            y muralla de piedras preciosas.

            El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).
            Podría citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).
            Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. "Brillaba como una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido. 
             Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al occidente tres puertas. 
            La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. 
            Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.
            La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

            El texto del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:
           
            1) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 

            Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.
            La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
            El tema de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.
            Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).
            Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

            2) La promesa del Espíritu Santo.
           
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. 

            Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 
            Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

            3) La vuelta de Jesús junto al Padre

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

            Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda de Fray Luis de León:

            ¿Y dejas, Pastor santo, 
            tu grey en este valle hondo, escuro, 
            con soledad y llanto; 
            y tú, rompiendo el puro 
            aire, ¿te vas al inmortal seguro?
            Los antes bienhadados, 
            y los agora tristes y afligidos, 
            a tus pechos criados, 
            de ti desposeídos, 
            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?
            ¿Qué mirarán los ojos 
            que vieron de tu rostro la hermosura, 
            que no les sea enojos? 
            Quien oyó tu dulzura, 
            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?
            Aqueste mar turbado, 
            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto 
            al viento fiero, airado? 
            Estando tú encubierto, 
            ¿qué norte guiará la nave al puerto?
            ¡Ay!, nube, envidiosa 
            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas? 
            ¿Dó vuelas presurosa? 
            ¡Cuán rica tú te alejas! 
            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

            Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de esto hablaremos otro día.

jueves, 16 de mayo de 2019

Jesús y Dios. Jesús, nosotros y los otros. Domingo 5º de Pascua. Ciclo C


"Vi la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo..."

 El domingo pasado leímos que las ovejas seguían al pastor. Hoy el pastor abandona temporalmente a su rebaño, dejándole un encargo de última hora. Las dos primeras lecturas hablan de las persecuciones presentes y de la gloria futura en la nueva Jerusalén.

Lectura del evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35

            El evangelio de hoy, tomado del discurso de Jesús durante la última cena, aborda brevemente dos temas: Jesús y Dios; Jesús, nosotros y los otros. En realidad, el texto del cuarto evangelio incluye entre estos dos temas un tercero: Jesús y los discípulos. Los responsables de la selección no desaprovecharon la ocasión de suprimirlo.

            Jesús y Dios. (Puede extrañar que no escriba “Jesús y el Padre”, pero en esta primera parte Jesús usa tres veces la palabra “Dios” y nunca “Padre”.)

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. 

Estamos en la noche del Jueves Santo. Judas acaba de salir del cenáculo para traicionar a Jesús y este pronuncia unas palabras desconcertantes. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él.”
            ¿Qué quiere decir Jesús? La primera dificultad está en que usa cinco veces el verbo “glorificar”, que nosotros no usamos nunca, aunque sepamos lo que significa. Nadie le dice a otro: “yo te glorifico”, o “Pedro glorificó a su mujer”. Sólo en la misa recitamos el Gloria, y ahí el verbo va unido a otros más usados: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos”. Pero, en el fondo, después de leer la frase diez o doce veces, queda más o menos claro lo que Jesús quiere decir: ha ocurrido algo que ha redundado en su gloria y, consiguientemente, en gloria de Dios; y Dios, en recompensa, glorificará también a Jesús.
            ¿Qué es eso que ha ocurrido ahora y que redunda en gloria de Jesús? Que Judas ha salido del cenáculo para ir a traicionarlo. Parece absurdo decir esto. Pero recuerda lo que dice la primera lectura: “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. A través de la pasión y la muerte es como Jesús dará gloria a Dios, y Dios a su vez lo glorificará.
            San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, anima al ejercitante, en momentos como este, a pedir la gracia de “alegrarse y gozarse de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro Señor”. Algo fundamental, pero que podemos pasar por alto.
           
            Jesús, nosotros y los otros.

Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

            Esta parte, muy conocida, es fácil de entender y muy difícil de practicar. El amor al prójimo como a uno mismo es algo que está ya mandado en el libro del Levítico. La novedad consiste en amar “como yo os he amado”. La idea de que Jesús amaba solo a uno de los discípulos (“el discípulo amado”) no es exacta. Amaba a todos, y si a ellos les hubieran preguntado en aquel momento cómo les había amado Jesús dirían que eligiéndolos y soportándolos. Es mucho, pero hay una forma más grande de demostrar el amor: dando la vida por la persona a la que se quiere, como el buen pastor que da la vida por sus ovejas.
            Cabe el peligro de concluir: “Si Jesús nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarlo a él”. Sin embargo, el mandamiento nuevo no habla de amar a Jesús, sino de amarnos unos a otros. Esto supone un cambio importante con respecto al libro del Deuteronomio, donde el mandamiento principal es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Jesús, de forma casi polémica, omite la referencia a Dios y habla del amor al prójimo. Y lo mismo que a los israelitas se los reconocía por creer en un solo Dios dentro de un ambiente politeísta, a los cristianos se nos debe reconocer por amarnos unos a otros.
            Sin embargo, cuando se conoce la historia de la Iglesia, queda claro que los cristianos nos distinguimos, más que por el amor mutuo, por la capacidad de pelearnos, no solo entre diversas confesiones, sino dentro de la misma. Curiosamente, la situación ha mejorado mucho entre las distintas confesiones, mientras los conflictos abundan dentro de la misma iglesia. Lo cual es comprensible. Es más fácil pelearse con el hermano que vive contigo que con el que ha formado su propia familia y está más lejos.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 21b-27
           
            El domingo pasado se leyó la actividad de Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia, y las dificultades que promovieron al final los judíos y algunas señoras importantes, obligándoles a huir de allí. Marchan entonces a Iconio, Listra y Derbe (el mapa ayuda a seguir el itinerario). Lo que allí ocurrió no se lee en la misa, pero es importante recordarlo brevemente para comprender la lectura de hoy (el que quiera puede leer el capítulo 14 de los Hechos, que es muy interesante).
            En Iconio predican con bastante éxito, pero al final la gente se divide, algunos intentan apedrearlos y tienen que huir de nuevo.
            En Listra curan a un tullido y la gente los consideran dioses; ellos consiguen con dificultad que no les den culto. Pero vienen judíos de Antioquía e Iconio que ponen a la gente contra Pablo; lo apedrean y lo arrastran fuera de la ciudad dándolo por muerto. Los discípulos lo recogen y al día siguiente huye con Bernabé hacia Derbe.
            En Derbe anuncian el evangelio y ganan bastantes discípulos. Allí no se dan persecuciones. Terminada la predicación, emprenden el viaje de vuelta a Antioquía de Siria (donde habían comenzado el viaje misionero), pasando por las mismas ciudades que ya habían evangelizado. Este viaje de vuelta es el tema de la lectura de hoy.
    
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.
            En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

El viaje de vuelta, contado tan esquemáticamente, debió de durar, como mínimo, uno o dos meses. Pero Lucas no se detiene a contar con detalle lo ocurrido. Para él es más importante indicar la conducta de los apóstoles. En todas las comunidades hacen lo mismo durante la vuelta:
1) Confortar y exhortar a perseverar en la fe. “Confortar” es un verbo exclusivo de Hch (14,22; 15,41; 18,23) y siempre tiene por objeto a los discípulos o a las comunidades (no a individuos). ¿Cómo se conforta y exhorta? Advirtiéndoles de la realidad: “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Igual que Pablo y Bernabé han tenido que sufrir para anunciar el evangelio; igual que Esteban fue apedreado hasta la muerte (Hch 11,19). Las persecuciones y tribulaciones forman parte esencial de la vida cristiana.
2) Designar responsables. Esta palabra griega, presbitérous, etimológicamente designa a los “ancianos”, pero en la práctica se aplica a los responsables de la comunidad y terminará adquiriendo un matiz muy concreto: sacerdote. Pero no es eso lo que designan los apóstoles, sino simples encargados de dirigir la comunidad, las asambleas litúrgicas, etc.
3) Celebrar liturgias de oración y ayuno, en las que encomiendan a la comunidad al Señor.
Finalmente, cuando llegan a Antioquía de Siria, pueden dar la gran noticia: Dios ha abierto a los paganos la puerta de la fe. Ha comenzado una etapa nueva en la historia de la iglesia y de la humanidad.

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a

            Si la primera lectura se fija sobre todo en las tribulaciones por las que hay que pasar para entrar en el reino de Dios, la segunda, del Apocalipsis, habla de ese reino de Dios, del mundo futuro maravilloso. No es literatura de ficción, aunque lo parezca. Los cristianos del siglo I estaban sufriendo numerosas persecuciones, y la certeza de un mundo distinto era el mayor consuelo que podían recibir.

 Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.» Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo.»

            Aunque el lenguaje es muy distinto, la idea de fondo es la misma en las dos primeras lecturas: ahora mismo, la comunidad padece grandes tribulaciones (Hch), hay lágrimas, muerte, luto, llanto, dolor (Ap), pero todo esto llevará al reino de Dios (Hch) y a un mundo maravilloso (Ap).


jueves, 9 de mayo de 2019

Las ovejas, el pastor y los ladrones. Domingo 4º de Pascua. Ciclo C



El evangelio del 4º domingo de Pascua se dedica, en los tres ciclos, a recordar a Jesús como buen pastor. Aunque hoy día mucha gente solo ha visto un rebaño en televisión, la imagen sigue siendo muy expresiva. Pero el capítulo 10 del cuarto evangelio es tan largo (42 versículos) que la liturgia ha seleccionado unos pocos para cada ciclo. Al C le ha tocado un fragmento tan breve que no se entiende bien si no se conoce lo anterior.

Un debate largo y complicado (el c.10 de san Juan)

            Jesús comienza contando una extraña parábola a propósito de ladrones y bandidos que intentan robar el rebaño sin entrar por la puerta, saltando la tapia. El pastor entra por la puerta, conoce a las ovejas por su nombre y ellas lo siguen confiadas, mientras que de los ladrones no se fían. Cuando termina de contarla, los presentes “no entendieron de qué les hablaba”.
Jesús, en vez de aclarar las cosas, las complica. A veces dice que él es la puerta del redil; otras, que es el buen pastor; y lo importante no es que conduce al rebaño a buenos pastos, sino que da la vida por las ovejas, porque tiene el poder de darla y de recuperarla. Y en medio introduce nuevos personajes: su Padre, “que me conoce y al que yo conozco”, y otras ovejas que no son de este redil.
La conclusión a la que llegan muchos de los oyentes no extraña demasiado: “Está loco de remate. ¿Por qué lo escucháis?” (literalmente: “tiene un demonio y delira”). El autor del cuarto evangelio disfruta irritando al lector y casi poniéndolo en contra de Jesús.
El debate no termina aquí. Continúa en invierno, en la fiesta de la Dedicación del templo, mientras Jesús pasea por el pórtico de Salomón. Las autoridades judías (este es el sentido frecuente de “los judíos” en el cuarto evangelio) lo rodean y le piden que diga claramente si es el Mesías. Jesús responde que ya se lo ha dicho y que no creen en él. Y continúa ofreciendo el ejemplo tan distinto de sus ovejas, que es el texto de este domingo.

Las ovejas, el pastor, los ladrones y el padre del pastor (Juan 10,27-30)

En aquel tiempo, dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.  Yo y el Padre somos uno.

Las ovejas. El pasaje no comienza hablando del pastor, como sería lógico, sino de “mis ovejas”, las que escuchan la voz de Jesús y lo siguen, a diferencia de las autoridades judías, que no creen en él. Una lectura precipitada del capítulo puede producir la impresión de que hay personas predestinadas por Dios a seguir a Jesús y otras predestinadas a negarlo. Pero esta contraposición hay que entenderla a partir de lo dicho en el prólogo del evangelio: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; pero a quienes lo recibieron les concedió convertirse en hijos de Dios”. La aceptación y el seguimiento de Jesús no excluyen la libertad humana.
El pastor. En la parábola inicial el pastor llega al rebaño, le abren la puerta y saca a las ovejas. ¿A dónde las lleva? No se dice. Recordando el salmo 22 (“El Señor es mi pastor”), podríamos completar: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas”. Pero Jesús introduce un cambio capital: las lleva a “la vida eterna”. Algo que se realiza no solo después de la muerte, sino ya en este mundo.  La fe en Jesús da una dimensión nueva a la existencia de quien cree en él.
Los ladrones. La parábola comienza hablando de ellos. Aquí no se los menciona expresamente, pero son los que intentan arrebatar a las ovejas de las manos de Jesús. En el contexto del evangelio serían los fariseos y demás autoridades que se oponen a que la gente lo siga. En la iglesia de finales del siglo I serían los “cristianos” que niegan que Jesús sea el Mesías y el hijo de Dios (a los que se denuncia en la 1ª carta de Juan). En cualquier caso, no tendrán éxito, no podrán “arrebatarlas de mi mano”. El salmo 22, hablando desde la perspectiva de la oveja, dice algo parecido: “Aunque atraviese cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”.
El Padre. A lo largo del c.10 hay diversas referencias a la relación de Jesús con “mi Padre”. A primera vista, más que ayudar, estorban y confunden al lector. La clave podría estar de nuevo en el salmo 22, donde el pastor es Dios. Jesús, al arrogarse el título y la función, deja claro que no elimina al Padre. “Yo y el Padre somos uno”. La reacción del auditorio es más dura en este caso: “cogieron piedras para apedrearlo”, y Jesús terminará huyendo al otro lado del Jordán (esto no se lee en la liturgia).

Síntesis. ¿Qué nos dice este breve pasaje hoy día?
1) Lo esencial del cristiano es creer en Jesús y seguirlo. Algo que no es absurdo recordar, porque mucha gente piensa que lo importante es practicar una serie de normas y cumplir con determinados ritos. Todo eso tiene que basarse en una relación personal con Jesús.
2) Confianza en él. En otros momentos del capítulo se subraya su bondad, que culmina en dar la vida. Aquí la fuerza recae en que él no permitirá que nadie arrebate a las ovejas de su mano. Lo cual no significa que nos veamos libres de dificultades, como han dejado claro las dos primeras lecturas de este domingo.
3) Conocimiento de Jesús. Como en tantos otros pasajes del evangelio, se indica su estrecha relación con el Padre, hasta llegar casi a la identificación. Más adelante, en el discurso de la cena, dirá Jesús a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre”. Algo que sigue resultando escandaloso a muchos cristianos, como lo fue para muchos judíos de su época.

Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52).

            La liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que “muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman asiento?
            Si no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para terminar hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana, cuando vuelven a la sinagoga, la situación será muy distinta. Los judíos responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde los expulsan del territorio. Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a Pablo hasta darlo por muerto.
           
En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios. 
            El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones:
            - Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”. 
            Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17)

            Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria.

            Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y uno de los ancianos me dijo: 
            - Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugara las lágrimas de sus ojos.