Jesús perseguido (1ª lectura)
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
[Nota: La traducción
litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto
griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les
prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al
faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber
merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”].
En
esta lectura Jesús es perseguido no en sí mismo, en su persona, sino en sus
seguidores. Lo ocurrido en Sri Lanka hace pocos días es la versión ampliada y
más trágica de lo que cuenta el libro de los Hechos. A los apóstoles los
dejaron con vida; gran parte de los cristianos (y no cristianos) de Sri Lanka
murieron. Los apóstoles salieron contentos de sufrir por Jesús; los de Sri
Lanka seguirán llorando a sus difuntos, con el único consuelo de la fe en la
resurrección. La celebración de la Pascua no anula las dificultades y angustias
de muchos cristianos a lo largo del mundo.
Jesús exaltado (2º lectura)
Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”. El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos.
Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.» Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje
Jesús misterioso (evangelio)
El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La
primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo
relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya
terminado significa que su autor le daba especial importancia.
Un comienzo sorprendente
Según el cuarto evangelio, cuando
Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les
dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener
muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su
oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de
Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo
siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos
le siguen, se embarcan… y no pescan nada.
Algunos comentaristas han destacado las
curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una
de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos,
también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús
basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta
de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré
pescadores del hombres”.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a
los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea,
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:
-
Me voy a pescar.
Ellos
contestan:
-
Vamos también nosotros contigo.
Salieron
y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se
presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús
les dice:
-
Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos
contestaron:
-
No.
Él
les dice:
-
Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La
echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.
Dos reacciones: el impulsivo y
el creyente
El relato de lo que sigue es tan escueto que
parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.
Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le
dice a Pedro:
-
Es el Señor.
Al
oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se
echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban
de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar
a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
-
Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces
grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
El contraste más marcado es entre el
discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a
Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado
por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no
sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra.
Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es
Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas
de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el
discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por
Pedro.
[La cantidad de 153 peces se ha
prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]
El misterio de la fe: seguridad sin certeza
Jesús
les dice:
-
Vamos, almorzad.
Ninguno
de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que
era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta
fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar
de entre los muertos.
La mayor sorpresa para el lector, y
uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era
el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es
totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los
dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María
Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo
rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un
fantasma.
Frente a la apologética barata que
nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan
demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más
profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.
Pedro de nuevo: humildad y misión
La última
parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a
recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy
día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado
sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio
homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo
de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple
confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú
conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.
Y Jesús le repite por tres veces la
nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de
inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como
un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”.
Cuando Jesús habla de “mis ovejas”
está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los
que tanto habla el cuarto evangelio.
Después de comer, dice Jesús a Simón
Pedro:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos?
Él le contestó:
- Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
- Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
- Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Él le dice:
- Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
- Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le
preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
- Apacienta mis ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las
manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
- Sígueme.
Reflexión final
Las
lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta
de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como
pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban
hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza.
Otras veces nos resulta difícil,
casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos enfrente. O admitir ese
triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar
y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.
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