martes, 27 de agosto de 2013

Banquete, enseñanza y consejo. Domingo 22 Ciclo C

            Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que parece esconder una trampa.

Un banquete con trampa

            Un sábado, no se dice dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.) Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6).

Primera parte: una enseñanza

            El evangelio de este domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos, y Jesús aprovecha para pasar al contraataque:

            Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste. "Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba."
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» 

            Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias.
            Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.

            “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).

            En el Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me limito a recordar un texto de san Pablo que propone a Jesús como modelo:
           
            “No hagáis nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores. Nadie busque su interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte en cruz” (Carta a los Filipenses 2,3-8).

Segunda parte: un consejo

            A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:

           Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

             Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida.
            Sin embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas: el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios.

            Guardaos de hacer las obras buenas en público para ser contemplados. De lo contrario no os recompensará vuestro Padre del cielo.
            Cuando hagas limosna, no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alabe la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú hagas limosna, no sepa la izquierda lo que hace la derecha. De ese modo tu limosna quedará oculta, y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
            Cuando oréis, no hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
            Cuando ayunéis, no pongáis mala cara como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza, y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo observen los hombres, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.

            Si vuelves a leer lo que dice Jesús al dueño de la casa advertirás la gran semejanza.

La técnica de Lucas

            Recordando todo lo que cuenta, tenemos la sensación de que aquí hay algo raro. Es raro que en ningún momento se mencione a los discípulos; ¿es que no fueron invitados? Es raro que lo primero que encuentre Jesús al entrar en la casa sea un hidrópico. Es rara la escena de los invitados corriendo a ocupar los primeros puestos, que no cuentan ni Marcos ni Mateo. Es raro el consejo al dueño de la casa, precisamente en ese momento, de invitar a la gente más miserable (tampoco se encuentra en Marcos y Mateo).
            Pero todo se explica fácilmente si recordamos la difícil tarea que tenía Lucas al escribir su evangelio. Disponía de muchas enseñanzas sueltas de Jesús, pero empalmarlas una detrás de otra habría resultado muy pesado al lector. Para mayor dramatismo, crea escenas, como esta de hoy del banquete       , en las que introduce enseñanzas y consejos pronunciados por Jesús en momentos muy distintos.

Primera lectura del libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29

            Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.

            Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.
            Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. 
            No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.
            El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. 


miércoles, 21 de agosto de 2013

Cuántos, cómo y quiénes se salvan. Domingo 21 Ciclo C

Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.
            Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos, los esenios, etc., trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.
            Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan a una vida feliz; los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.

Una pregunta absurda: cuántos

            Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
            Uno le preguntó:
            Señor, ¿serán pocos los que se salven?

            Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.

Una enseñanza: cómo

            Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general.

            Jesús les dijo:
            Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

            La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).
            En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.
            Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Son los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, los que regulan las relaciones con el prójimo. Curiosamente (y a muchos judíos les resultaría blasfemo) para conseguir la vida eterna no es preciso observar el sábado.
            En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”.
            La experiencia demuestra que vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.

Un final sorprendente y polémico: quiénes

            La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.
            El libro de Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanhedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.
            Sin embargo, las palabras que pone Lucas en boca de Jesús afirman algo muy distinto. Empalmando con la idea de que muchos intentarán entrar y no podrán, nos sorprende con la siguiente descripción:
           
            Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

            El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa.
            La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente.

Moraleja y matización

            Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús (de hecho, el evangelio de Mateo la coloca en otro contexto muy distinto).

            Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

            En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados a él. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito.

Primera lectura: Isaías 66, 18-21

            Así dice el Señor:
            Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. 
            Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén dice el Señor, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas dice el Señor.


            El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).


martes, 13 de agosto de 2013

Fuego, vida y división. Domingo 20 ciclo C

  [El evangelio de este domingo es tan complicado que he recurrido a la ayuda de Sinforosa y María Magdalena para intentar ambientarlo.]

          ¡Está loco, Encarna! ¡Loco de remate! ¿Te has enterado de la última? ¡Que quiere prenderle fuego al mundo! Como si no tuviéramos bastante con todos los incendios del verano. ¿Cómo se le puede ocurrir esa tontería? Hasta los ecologistas se han puesto en contra de él, y eso que los ecologistas son raros. Pero por ahí no pasan, por ir provocando incendios. Está tan loco que quiere bautizarse otra vez, como si esas cosas pudieran repetirse. Lo que hace la ignorancia. Se creerá que el bautismo es como la comunión, que puede hacerla todos los días. Y otra cosa ha dicho: que ha venido a crear división. Eso ya lo sabíamos, porque desde que empezó a hablar en público no hace más que dividir a la gente; aunque, gracias a Dios, los que no le hacemos caso somos mayoría. Pero lo más grande es que ahora pretende dividir a la familia. Con la cantidad de enemigos que tiene hoy día la familia, y sale diciendo que quiere enemistar a los padres con los hijos, a los hijos con los padres, a las suegras con las nueras… No, de los suegros y los yernos no ha dicho nada, que yo sepa. Esto cada vez está peor, Encarna.

* * *

            ‒ Maestro, ¿por qué te has puesto tan serio esta tarde? Daba miedo oírte.
            ‒ Tenía que dejar las cosas claras, María. Los escuché hablar durante la comida y me quedé asombrado. Piensan que lo único que me interesa es gobernar un país pequeño, triunfar fácilmente, instaurar un mundo maravilloso. Y están convencidos de que por todas partes nos van a recibir y acoger bien. Es una visión tan mezquina, tan facilona, que no pude contenerme. A mí no me interesan tres provincias ni un país, me interesa el mundo entero. Hay que contagiarlo, como un fuego que devora de manera imparable.
            ‒ Te advierto que ninguno ha entendido eso.
            ‒ ¿Qué han entendido?
            ‒ Que pensabas pegarle fuego a algo que no te gustaba, pero no se ponían de acuerdo si era una iglesia, un supermercado o un banco. La mayoría cree que no hay que tomárselo al pie de la letra, que a ti no te pega ir provocando incendios.
            ‒ Y si no entienden, ¿por qué no preguntan?
            ‒ Porque a veces respondes de forma muy rara. Una vez te preguntaron cuándo iba a ocurrir no sé qué cosa y respondiste: “Donde está el cadáver se reúnen los buitres”.
            María ríe de buena gana y contagia a Jesús.
            ‒ Yo aquello lo entendí ‒ comenta ella sin presumir‒. Lo que querías decir era, más o menos, “no preguntéis estupideces”. Sin embargo, lo que dijiste esta tarde de que tenías que bautizarte... eso me dejó desconcertada. Pedro asegura que tú estás bautizado, que no sabe por qué quieres bautizarse otra vez.
            ‒ El bautismo del que hablo es una vida nueva, María.  
            ‒ ¿Y por qué lo llamas bautismo? Estamos en lo de siempre, maestro. Tú dices una cosa y la gente entiende otra. Lo único claro es lo que dijiste al final: que has venido a dividir a la familia. Yo pensé en mi hermano y mi cuñada; desde que me vine contigo no me hablan. Y a otros del grupo les ha ocurrido algo parecido.
            ‒ A mí también, María. Ya sabes que mi familia no está de acuerdo conmigo.
            ‒ Tu madre, sí.
            ‒ La única. Esperemos que las cosas mejoren en el futuro.
            ‒ Entonces, ¿tu ideal no es crear división?
            ‒ Naturalmente que no. Una cosa es que provoque división y otra que me guste crearla. Podría no hacer nada, no abrir la boca, y no crearía división de ningún tipo. Pero tampoco cumpliría la misión que me han encomendado.
            María guarda silencio un buen rato, hasta que se decide.
            ‒ Maestro, ¿no podrías hablar más claro algunas veces?
           
* * *

            Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Lectura del evangelio según Lucas 12, 49-53

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
           
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
            Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
            ¿Pensáis que
he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            En adelante, una familia de cinco estará dividida:
            tres contra dos y dos contra tres;
            estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,
            la madre contra la hija y la hija contra la madre,
            la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

            Podemos distinguir tres frases principales: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.


La misión de prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, cosa típica en el Mediterráneo. Un campesino lo vería como algo útil para preparar la siembra del año siguiente [hoy día, en cambio, está prohibido]. ¿Qué quiere decir Jesús con eso? ¿Qué quiere preparar el mundo a la venida del Reinado de Dios? Otros relacionan el fuego con el Espíritu Santo, que en el libro de los Hechos se manifiesta en forma de lenguas de fuego. Y no faltan quienes interpretan el fuego en sentido de castigo purificador, como el que utiliza el orfebre para separar el metal de la ganga.
            Teniendo en cuenta el conjunto del evangelio, lo lógico es que Jesús conciba su misión como algo positivo, y que su horizonte no sea el estrecho límite de Galilea y Judea, sino que piense en el mundo entero. La imagen de san Francisco Javier, con el pecho ardiendo por el deseo de predicar el evangelio, ayuda a entender lo que podría sentir Jesús.

El destino de la muerte

            Tengo que pasar por un bautismo.
            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva.
            El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago:¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión de dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            La imagen del Jesús hippie difundida en los años setenta del siglo pasado, repartiendo besos y flores, no tiene nada que ver con el Jesús real. Su mensaje era tan duro, atacaba tan fuertemente las instituciones religiosas, sociales y políticas, que terminaron por matarlo. Y esto debía repercutir inevitablemente en sus seguidores. El anciano Simeón se lo anuncia a María cuando ella fue a presentar a Jesús en el templo: “este niño será una bandera discutida”, un personaje discutido; unos se pondrán a su favor, otros en contra.
            En el Antiguo Oriente, cuando se quería describir la crisis más profunda de la sociedad se aludía a la crisis de la familia. En el libro del profeta Miqueas leemos: “el hijo deshonra al padre, se levantan la hija contra la madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa”. Si esta es la situación en la propia casa, ¡cómo será en la ajena y en el resto de la sociedad! Palabras parecidas encontramos en el antiguo Egipto varios siglos antes. Jesús recurre a estas imágenes tradicionales para indicar las consecuencias que tendrá su actividad.
            Estas palabras no hay que interpretarlas como si él quisiera dividir y enfrentar a la gente. Indican, más bien, lo que puede ocurrir cuando se decide seguirlo. Algo que en nuestros países de tradición cristiana no adquiere los rasgos trágicos de los primeros siglos, pero que se sigue dando en otros países actualmente y, entre nosotros, con rasgos menos hirientes, pero reales. 

* * *

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, y sigue siendo actual: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.
            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.
            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.



martes, 6 de agosto de 2013

Vigilancia veraniega. Domingo 19 Ciclo C

En este mes de vacaciones (al menos en Europa), cuando se repiten los consejos de seguridad y vigilancia, también la liturgia nos invita a vigilar, aunque en cuestiones muy distintas.

A merced de lo que decida el sacerdote

            El sacerdote puede elegir este domingo entre una lectura breve y otra larga. Dos motivos aconsejan decidirse por la breve: 1) el calor de agosto en Europa y el frío en América; 2) la lectura larga mezcla tres temas, dos de ellos muy distintos, y puede volver un poco locos al predicador y a los predicados.
            Me limitaré, por tanto, a la breve, con algunas indicaciones finales sobre la larga.

Tres señores muy distintos

            Si se lee el evangelio de forma rápida parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su señor. Sin embargo, teniendo en cuenta que los discursos de Jesús los escriben los evangelistas uniendo frases sueltas pronunciadas por él en distintos momentos, cuando se lee el texto con atención encontramos tres señores. Dice así:

            Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

            Aunque comienza dirigiéndose a los criados (que somos nosotros), luego habla de tres clases de señores.
            1. Un señor que vuelve de una boda; los criados tienen que esperarlo y abrirle la puerta.
            2. Un señor que llega no se sabe de dónde; encuentra a los criados esperándole y, lleno de alegría, se pone a servirles.
            3. Un señor que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela.
            Lo que une estas tres imágenes tan distintas es la idea de la espera: los criados esperan a su señor (casos 1 y 2), el señor espera al ladrón (caso 3).
            Y todo esto sirve para transmitir la enseñanza más importante: también nosotros debemos estar vigilantes, esperando la llegada del Hijo del Hombre.

El problema psicológico del texto

            Hablar de vigilancia y de esperar la venida del Hijo del Hombre mientras la gente se abanica o piensa en lo que va a hacer cuando termine la misa supone un desafío para el sacerdote. ¿Interesa realmente todo eso? En caso de que interese, ¿se puede pedir una actitud continua de vigilancia, con la cintura ceñida y la lámpara encendida, como dice el evangelio?
            Sería muy bueno que la gente se plantease estas preguntas y respondiese: “No me interesa nada, no pienso nunca en la vuelta de Jesús, y si me dicen que no se trata de que vaya a volver pronto, sino de que puedo morirme en cualquier momento y encontrarme con Él, prefiero no amargarme con la idea de la muerte”.
            Esta respuesta sincera tendría una ventaja: obliga a pensar en lo que representa realmente Jesús en nuestra vida. ¿Alguien a quien queremos mucho, pero que no tenemos prisa ninguna por ver, y cuanto más se retrase el encuentro, mejor? Amistad curiosa, pero muy frecuente entre los cristianos.

Vigilar no significa vivir angustiados

            A pesar de lo anterior, la mayoría de la gente vive a diario el mensaje del evangelio de hoy. Está con el cinturón ceñido y la lámpara encendida. Porque la vigilancia se traduce en el cumplimiento adecuado de sus obligaciones.
            Así queda claro en la continuación del evangelio (la que puede omitirse). En ella, Pedro le pregunta a Jesús si esa parábola del señor y los criados la ha contado por ellos o por todos. Y Jesús le responde con una nueva parábola. Pero ahora no habla solo de un señor y sus criados sino que introduce en medio la figura de un administrador que está al frente de la servidumbre (es clara la referencia a Pedro y a los responsables de la comunidad cristiana).
            Este administrador puede adoptar dos posturas: cumplir bien su obligación con los subordinados, o aprovechar la ausencia del señor para maltratar a los criados y criadas y darse la buena vida. Queda claro que vigilar no consiste en vivir angustiados pensando en la hora de la muerte sino en cumplir bien la tarea que Dios ha encomendado a cada uno. El texto dice así.
           
            El Señor le respondió:
            ¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.

La primera lectura

            La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. El texto dice así.

            La noche de la liberación [de Egipto] se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

            Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación.

            El libro de la Sabiduría piensa en la noche de la liberación de Egipto
            El evangelio, en la salvación que traerá la segunda venida de Jesús.
            En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos.

            Segundo punto de contacto

            Al momento de salir de Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en los peligros y en los bienes.
            En el evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo. (Este punto de contacto sólo se advierte leyendo el comienzo de la lectura larga).