lunes, 30 de diciembre de 2013

Tres actitudes para el nuevo año. Fiesta de Santa María, Madre de Dios. 1 de enero 2014

Un extraño cambio en 1970

Cualquier judío sabe que a un niño hay que circuncidarlo a los ocho días de nacer. Así lo ordenó Dios a Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Génesis 17,12). Por consiguiente, cuando la iglesia adoptó el 25 de diciembre como fecha del nacimiento, el 1 de enero pasó a celebrarse la fiesta de la circuncisión e imposición del nombre de Jesús.
            Existía también una fiesta de Santa María, Madre de Dios, solemnidad que se había introducido en las iglesias orientales hacia el año 500 y que la iglesia católica romana terminó celebrando el 11 de octubre. Parecía lógico relacionar más estrechamente esta fiesta de la maternidad de María con el nacimiento de Jesús. Por eso, a partir de 1970 se trasladó la fiesta al 1 de enero.
            Esto implicó unir dos celebraciones importantes el mismo día: nombre de Jesús y Maternidad divina de María. Por si fuera poco, a Pablo VI se le ocurrió celebrar también el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz.
            Dado que incluso los cristianos más piadosos celebran el Fin de Año y no están al día siguiente con la cabeza demasiado despejada, se ha decidido aligerar un poco de celebraciones el 1 de enero.
            Y lo ha pagado quien menos se podía imaginar. La fiesta del Nombre de Jesús pasa este año 2014 a celebrarse el día 3 de enero, aunque se mantiene en la misa del día 1 la referencia a la circuncisión e imposición del nombre.

En vez de propósitos, bendición y sugerencias

            El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. Prefiero utilizar los textos de la misa de hoy para formular una bendición y sugerir tres actitudes.

El libro bíblico de los Números no lo escribió san Francisco de Asís

            La primera lectura de hoy dice:

            El Señor habló a Moisés:
            Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

            He conocido personas, sobre todo en Argentina, convencidas de que esta bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Se encuentra en el libro de los Números, capítulo 6, versículos 22-27. Es tan breve, clara y profunda que cualquier comentario sólo sirve para estropearla.

Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)

            En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
            Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.
            Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
            Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

            Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

            El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes: empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios; está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello.
            Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.


            La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida.


lunes, 23 de diciembre de 2013

Ignorar, rechazar, acoger. NAVIDAD 2013

Tres misas el mismo día

            No sé cuándo comenzó la tradición de celebrar tres misas el día de Navidad, pero imagino que debe ser muy antigua. Se comienza con la famosa misa del Gallo, por la noche, sigue la misa del alba y se termina con la misa del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C).
            Dada la abundancia de lecturas (¡nueve!), me limitaré a comentar un texto que asusta a todos los lectores: el Prólogo del evangelio de Juan, que se lee en la misa del día.

No es tan fiero el león como lo pintan
Presupuesto para entender el Prólogo de San Juan

Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.

La historia de la Sabiduría de Dios

1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).

El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada,
antes de comenzar la tierra.
Antes de los océanos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban encajados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.

2ª etapa: la Sabiduría y la creación

Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando sujetaba las nubes en la altura
y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasaban su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.

Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).

Por todas partes busqué descanso
y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó,
el creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).

Os llamé, y rehusasteis;
extendí mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.

            En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.

La historia de la Palabra

El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios;
ella estaba al principio junto a Dios.

Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.

Segunda etapa: la Palabra y la creación

Todo fue hecho mediante ella,
y sin ella no se hizo nada de lo hecho.
Lo que surgió en ella fue la vida,
y la vida era la luz de los hombres;
y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no consiguió derrotarla.

Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo: todo fue creado por la Palabra de Dios. El sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar..., el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.

Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.

Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.

En el mundo estaba,
y aunque el mundo se hizo mediante ella,
el mundo no la conoció.

            El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

            Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza

            ¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa:

Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.

Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros. 

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y la Palabra se hizo carne
y puso su tienda entre nosotros
y contemplamos su gloria,
gloria de Hijo único del Padre,
pleno de gracia y de lealtad.
Pues de su plenitud todos hemos recibido
gracia tras gracia.

Del optimismo ingenuo al realismo mágico

La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa.

Pero a los que la recibieron
los hizo capaces de ser hijos de Dios.

            Y este grupo contempla su gloria, y de su plenitud recibe gracia tras gracia.
            Motivos de sobra para estar alegres y desearos a todos FELIZ NAVIDAD.
           


miércoles, 18 de diciembre de 2013

Asombro ante el misterio. Domingo cuarto de Adviento. Ciclo A.

El evangelio del domingo pasado hablaba del desconcierto de Juan Bautista, y nos obligaba a pensar en el desconcierto y escándalo que podemos sentir ante la conducta y el mensaje de Jesús. El evangelio del cuarto domingo da un paso adelante. El desconcierto y el escándalo se pueden superar. El asombro se da ante el misterio y no acaba nunca, dura toda la vida. Mt da un título a lo que va a contar: El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Sin embargo, no es eso lo que cuenta, se limita a ofrecer una serie de datos sobre ese misterio.

            María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
‒ José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

La liturgia ha suprimido la importantísima frase final: «No tuvo relaciones con ella hasta que dio a luz un hijo, al cual llamó Jesús». Ahora es cuando se cumple lo anunciado en el título sobre el nacimiento de Jesús y cuando José impone al niño el nombre indicado por el ángel.
No voy a comentar todo el pasaje, que sería muy largo, sino a fijarme en la explicación del nombre de Jesús: porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Salvar de los pecados no es lo mismo que perdonar los pecados. Perdonar los pecados se puede hacer de forma cómoda, sentado en el confesionario, o incluso paseando o tomando un café. Salvar de los pecados sólo se puede hacer ofreciendo la propia vida.
Es lo que afirma el texto programático de Is 53, donde se cuenta la trágica existencia y muerte del Siervo de Yahvé.

            Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
                Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores,
            aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. (…)
            mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes. (…)
            él cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores.

Con la imposición del nombre de Jesús se establece un estrecho vínculo entre su nacimiento y su muerte. Esta relación la expone muy bien san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. En la contemplación del nacimiento, el ejercitante puede quedarse en la imagen romántica del niño en la cuna, rodeado de María y José. San Ignacio le hace pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» [Ejercicios Espirituales nº 116].
Que Jesús, para salvarnos de nuestros pecados, dio su vida por nosotros, es algo que sabemos desde niños. Pero no debe dejar de asombrarnos. Porque la actitud normal de un judío piadoso ante el pecado no es comprenderlo ni justificarlo, mucho menos morir por el pecador. Es condenarlo.
            Por eso Pablo, en la carta a los Romanos, afirma: «Por un inocente quizá muriera alguien; por una persona buena quizá alguien se arriesgara a morir. Pues bien, Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,7-8).
            Es fácil trasladar estas palabras a la situación de nuestro tiempo. Hay gente capaz de dar la vida por otros, personas que marchan a los países más conflictivos del mundo para mejorar un poco la situación de sus habitantes. Sin embargo, ¿cuántos estarían dispuestos a dar la vida por los que están saliendo de la cárcel gracias a la doctrina Parot?
            Pablo se veía a sí mismo como un terrorista, había perseguido con saña a la iglesia de Dios; sin embargo, estaba convencido de que «Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí». Algo parecido puede decir cualquiera de nosotros.
            Y eso es lo asombroso: que Cristo muriera por nosotros sabiendo que no íbamos a mejorar mucho, que seguirían dándose los mismos problemas que enumeramos el día pasado. Que los países cristianos se convertirían en los mayores explotadores de gran parte de la humanidad; que sus más estrictos colaboradores lo traicionarían, no por debilidad y miedo, como Pedro, sino por ambición, por afán de lujo, por deseo de imponer su voluntad, de ser servidos y no de servir. Jesús sabía también que eran muchos más los millones de personas que iban a sacar fuerza de su ejemplo para entregarse a los demás e imitarlo dando la vida por ellos. Pero esto no excluye el profundo asombro que debe provocar en nosotros este misterio.
            Como indiqué antes, el asombro no se cura, se mantiene por años y siglos. Y la respuesta a este misterio no es sólo la fe sino, sobre todo, el agradecimiento.

COMPLEMENTO

Literariamente, el relato consta de los elementos típicos: planteamien­to, nudo y desenlace. Como en cualquier novela poli­cíaca. Pero existe una diferencia. Mientras Agatha Christie dedica la mayor parte al nudo, a las peripecias de Hércules Poirot en busca del asesino, Mateo es brevísimo en las dos primeras partes y pasa enseguida al desenlace. No se trata, por consiguiente de un relato dramático, sino didáctico.

Planteamiento

Parte de unos personajes que da por conocidos para el lector, María y José, y de una costumbre que también da por conocida entre judíos: después de los desposorios (la petición de mano), los novios son considerados como esposos, con el compromi­so de fidelidad mutua, pero siguen viviendo por separado.
De repente, resulta que María espera un hijo del Espíritu Santo. Mt no deja al lector ni un segundo de duda. Con perdón del Espíritu Santo, y siguiendo el símil policiaco, el lector sabe desde el principio quién es el asesino.

Nudo

La duda es para José, hombre bueno. Según el Deuteronomio, si un hombre se casa con una mujer y resulta que no es virgen, si la denuncia “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). Sin embargo, José prefiere interpretar la ley en la forma más benévola. La ley permite denunciar, pero no obliga a hacerlo. Por eso, decide repudiar a María en secreto para no infamarla. Mt escribe con enorme sobriedad, no detalla las dudas y angustias de José. Como mejor se advierte esto es comparando el relato con un fragmento del Génesis Apócrifo encontrado en Qumrán.

En él encontramos una situación parecida: el patriarca Lamec advierte que su mujer, Bitenós, está encinta, y duda de que ese hijo sea suyo (el estado fragmentario del texto no permite saber por qué duda). La angus­tia del personaje la refleja el autor de forma casi patética: “Entonces pensé que la concepción era obra de los Vigilantes, y la preñez de los Santos, y pertene­cía a los Gigantes [...] y mi corazón se trastornó en mi interior por causa de este niño. Entonces yo, Lamec, me asusté y acudí a Bitenós, mi mujer, y dije [...]: júrame por el Altísimo, por el Gran Señor, por el Rey del Universo [...] que de veras me harás saber todo, me harás saber de veras y sin mentiras si esto [...]. Júrame por el Rey de todo el Universo que me estás hablando sinceramente y sin mentiras [...]Entonces Bitenós, mi esposa, me habló muy reciamen­te, lloró y dijo: (Oh mi hermano y señor! Recuerda mi placer, el tiempo del amor, el jadear de mi aliento en mi pecho [...] Yo te juro por el Gran Santo, por el Rey de los cielos, que de ti viene esta semilla, de ti viene este embarazo, de ti viene la siembra de este fruto, y no de ningún extranjero, ni vigilan­te, ni hijo del cielo. )Por qué está la expresión de tu rostro tan alterada y deformada, y tu espíritu tan deprimido?” (1QapGn Col. II, 1-17). Ni siquiera con estas palabras de su esposa queda tranquilo Lamec; acude a su padre, Matusalén, para que le pregun­te a Henoc y se informe de todo con certeza. Es una pena que la columna esté tan estropeada en algunos momentos capitales para la interpretación del argumento. El relato de Mt parece en muchos detalles como la antítesis del Génesis Apócrifo.

Desenlace

En cuanto toma la decisión, se aparece el ángel que resuelve el problema. José obedece, y María da a luz un hijo al que José pone por nombre Jesús. En esta sección final, entre las palabras del ángel y la obediencia de José introduce Mt unas palabras para explicar el misterio: se trata de cumplir la profecía de Is 7,14.

Mensaje

Este análisis literario demuestra que Mt no ha intentado poner en tensión al lector. Sabe desde el comienzo a qué se debe el misterio. Entonces, ¿qué pretende decirnos con este episodio?
1) ¿Quién es Jesús? Al comienzo del evangelio, en la genealogía, Mt acaba de indicarnos que es verdadero israelita y verdadero descendiente de David. ¿Significa que sea el Mesías? Para eso hace falta algo más según la tradición de ciertos grupos judíos. El Mesías debe nacer de una virgen, según está anunciado en Is 7,14. Este episodio demuestra que Jesús cumple ese requisito. Pero hay otro dato que no contiene el texto de Isaías: Jesús viene del Espíritu Santo, con lo cual se quiere expresar su estrecha relación con Dios. Y otro detalle sobre su persona y su misión: se llamará Jesús, porque salvará a su pueblo de los pecados. De esta manera tan sencilla, Mt sigue dando datos para que el lector se vaya haciendo una idea de quién será el protagonista de su historia.

2) ¿Qué repercusiones tiene la aparición de este personaje? Mt, al escribir su evangelio, parte de la experiencia de su comunidad, que se ve perseguida y rechazada por aceptar a Jesús como Mesías. Mt le indica desde el comienzo que las dificultades son norma­les. Incluso las personas más ligadas al Mesías, sus propios padres, sufren problemas desde que es concebi­do. El cristiano debe ver en José un modelo que le ayuda y anima. No debe tener miedo a aceptar a Jesús y seguir­lo, porque “viene del Espíritu Santo” y “salvará a su pueblo de los pecados”.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Repatriación, desconcierto, paciencia. Domingo tercero de Adviento Ciclo C

Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. Ofrezco un resumen de lo dicho en las conferencias, aunque completo el evangelio con nuevos datos.
            La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados.
            El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente: la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista.
            La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.

1. Destierro – repatriación

            Los dos primeros domingos de Adviento nos obligaron a recordar los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.
            La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación.
            En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas.

            El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.
            Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.
            Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.»
            Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.
            Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
            Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán. (Is 35,1-6.10)

            La experiencia del destierro y la esperanza de repatriación trae a la memoria otro de los grandes problemas de nuestro tiempo: el de los apátridas, desplazados y refugiados.
            Los desplazados internos son personas atrapadas en un círculo interminable de violencia que, como una reacción natural ante las amenazas, huyen de las zonas de conflictos o persecuciones civiles, como los refugiados. Su número es alto, aproximadamente 26 millones alrededor del mundo.
            El refugiado, según la Convención de Refugiados de 1951, es una persona que «debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país».
            Hasta principios del siglo XXI ACNUR ha proporcionado asistencia a más de 111 millones de refugiados y desplazados.
            La lectura del tercer domingo nos obliga pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo.

2. Desconcierto (Mt 11,2-11)

            El evangelio del domingo pasado nos habló de la esperanza de Juan Bautista: un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.

            En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
            Jesús les respondió:
            -«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró... de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo anterior: palabras, curaciones, misión. Pero precisamente lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías enérgico, que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.
            La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas. Las palabras de Jesús aluden a diversos textos del libro de Isaías que hablan de la salvación futura, cuando queden vencidas la muerte, la enfermedad y el dolor:

"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,5)
"Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo" (Is 26,19)
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1)

            A partir de estas promesas, elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que sólo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.
            Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.
            Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.
            Por ejemplo, ante muchas parábolas de Jesús, la reacción normal no debe ser: ¡qué bonita!, sino rebelarse contra su enseñanza. ¿Por qué el padre acoge con tanto cariño al hijo pródigo y nunca en la vida le ha dado un cabrito al hermano mayor para convide a sus amigos? ¿Por qué el dueño del campo le paga la misma cantidad, un denario, al que ha trabajado una hora que al que ha sudado desde las seis de la mañana hasta la puesta del sol?
            Con respecto a su conducta, ¿por qué defiende a sus discípulos cuando se saltan el sábado sin motivo alguno, e incluso lo justifica con argumentos bíblicos que no prueban nada? ¿Por qué ataca de manera tan terrible a los fariseos, que, aunque tuviesen muchos fallos, deseaban cumplir la voluntad de Dios?
            Las preguntas podrían multiplicarse, demostrando que la reacción normal ante Jesús no es el aplauso sino el desconcierto, el escándalo o el rechazo. Luego, en un segundo momento, a base de reflexión y de oración, es cuando se advierte que su postura es la más adecuada y se llega a la fe en él.
           
            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, los evangelios de Mt y Lc añaden en este contexto unas palabras de Jesús sobre él.

            Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
            -«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

            Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios ante­riores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdie­ron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno).
            Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.
            Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».
            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios. Y sería errónea la interpretación de Julius Wellhausen: «el cristiano más irrelevante… es, como cristiano, superior al más eminente judío». No se trata de oponer religiones sino de situar rectamente a Juan Bautista dentro del plan de Dios.

3. Paciencia

El tercer consejo procede de la carta de Santiago (Snt 5,7-10) y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.