miércoles, 31 de julio de 2013

Dos sabios ante la riqueza. Domingo 18 Ciclo C.

El domingo pasado, el evangelio se fijó en un tema muy importante para Lucas: la oración. Este domingo recoge otra cuestión capital de su evangelio: la actitud ante la riqueza. El texto que se ha elegido resulta curioso y extraño. Para entenderlo mejor comienzo con una panorámica de distintas actitudes que encontramos en el Antiguo Testamento ante la riqueza.

Cuatro actitudes ante la riqueza en el AT

            Algunos historiadores y narradores la ven como signo de la bendición divina y describen con entusiasmo las abundantes posesiones de Abrahán o los tesoros de Salomón.
            Los teólogos que elaboraron el Deuteronomio tienen una postura más crítica. La riqueza es don de Dios, pero puede convertirse en un peligro. Dos son los peligros principales, muy relacionados entre sí: olvidar a Dios y orgullo (Dt 6,10-12; 8,7-14).
            Más crítica aún es la postura de los profetas, que ven la riqueza como fruto de la opresión y explotación.
            Finalmente, algunos sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. [Los sabios constituyen un grupo heterogéneo: educadores de la juventud, intelectuales, escritores].

Una elección curiosa: la primera lectura

            Puestos a hablar de la riqueza, cabría esperar que la liturgia hubiera elegido un texto profético o uno del Deuteronomio. Sin embargo, ha elegido un fragmento de una obra sapiencial, el libro del Eclesiastés (conocido también como Qohélet). Alguno dirá que no le suena de nada. Sin embargo, fue el autor de una de las frases más famosas: “¡Vanidad de vanidades, todo vanidad!”
            Qohélet parece un pesimista redomado, aunque a su favor podriamos aducir que “un optimista es un pesimista mal informado”. Después de buscar la felicidad por caminos muy diversos (la sabiduría, la riqueza, los placeres) concluye que nada en la vida merece la pena. Pero esto no debe animar al suicidio sino a disfrutar de los goces sencillos y cotidianos de la vida, como repite a lo largo de su obra.
            “El único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo, y aun esto he visto que es don de Dios” (2,24)
            “Y comprendí que el único bien del hombre es alegrarse y pasarlo bien en la vida” (3,12).
            “Esta es mi conclusión: lo bueno y lo que vale es comer y disfrutar a cambio de lo que se fatiga el hombre bajo el sol los pocos años que Dios le concede” (5,17).
            “Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que atrae a los ojos (11,9).
            No es raro que se discutiese mucho si este libro está inspirado; y aunque terminó aceptado en el canon, no es la lectura más recomendada por directores espirituales.
            La liturgia de este domingo ha elegido los siguientes versos.

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet;
vanidad de vanidades, todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,
y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.
También esto es vanidad y grave desgracia.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
También esto es vanidad.

            Qohélet, que escribe generalmente a base de sentencias breves, ofrece aquí dos reflexiones, separadas por la repetición de su famoso estribillo.
            La primera afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).
            La segunda sentencia se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal: De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
            Ambos temas aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Pobres y ricos en el evangelio de Lucas

            Antes de comentar el texto de hoy conviene indicar unas ideas sobre esta cuestión.
            Los pobres ocupan un puesto capital en el evangelio de Lucas, que subraya la pobreza de Jesús desde su infancia: cuando nace, lo acuestan en un pesebre, “porque no encontraron sitio en la posada” (2,7). Y la predilección especial de Dios por los pobres la pone de manifiesto en el episodio siguiente: los ángeles no anuncian el nacimiento del Salvador a la corte de Jerusalén, ni a los sumos sacerdotes, sino a los pastores de Belén, “que pasaban la noche a la intemperie, velando el rebaño por turno” (2,8-20). Esa vida dura y pobre los capacita para creer que un niño recién nacido pueda ser el Mesías, el Señor, y les permite glorificar y alabar a Dios.
            Por eso, al formular la primera bienaventuranza, Lucas afirma sin más matices: “Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (6,20). En cambio, incluye una malaventuranza, exclusiva suya: “Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo” (6,24).
            Lucas, como Mateo y Marcos, sabe perfectamente el gran peligro que se esconde en la riqueza. Pero añade otros datos típicamente suyos: insiste en la necedad que supone acumular bienes (12,13-21), denuncia con terrible dureza el egoísmo del rico que se despreocupa del pobre Lázaro (16,19-31), aconseja actuar como el administrador injusto, utilizando los bienes que Dios nos ha dado para ganarnos amigos (16,1-9).
            Pero Lucas no es demagogo. A lo largo de su relato deja claro que Jesús tiene amigos ricos: Juana (8,3), José de Arimatea (23,20-53), y que no rechaza a los ricos por motivos ideológicos: Zaqueo (19,2-10).

La enseñanza del evangelio (Lc 12,31-21)

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola y la enseñanza final.

            Punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
            Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
            El le respondió:
            ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?
            Y les dijo:
            Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

            Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

            La parábola

            Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

            A primera vista, nos sentimos tentados a aplicar al protagonista las palabras de Qohélet: De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. Sin embargo, la parábola no lo presenta sufriendo, penando y sin lograr dormir. Al contrario, es una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo, y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear. El rico de la parábola sería un buen discípulo de Qohélet.
            Pero sí se cumple en él la otra enseñanza: Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. La muerte llega en el momento más inesperado, y se cumplen en él las palabras del evangelio: Las cosas que preparaste, ¿para quién serán?

            Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.
            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.
            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.
            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Enseñanza final

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.


            Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante, sobre todo en el capítulo 16, dejará claro Lucas cómo se puede hacer esto: poniendo sus bienes al servicio de los demás.


martes, 23 de julio de 2013

Regateo e importunidad (Domingo 17 Ciclo C)

Uno de los temas típicos del evangelio de Lucas es la oración. Según una opinión bastante aceptada, él escribe para cristianos procedentes del paganismo, que no están habituados a rezar. Hay que descubrirles ese mundo, y Lucas lo hace de la forma más sencilla y convincente: proponiendo modelos.
            El primero de todos es la alabanza, y así aparece en boca de Isabel, de María (Magnificat), de Zacarías (Benedictus), de los ángeles que se aparecen a los pastores, de Simeón.
            Está también esa oración de contenido misterioso, en la que el gran protagonista es Jesús. En los momentos fundamentales de su vida siempre lo presenta Lucas haciendo oración: en el bautismo, cuando elige a los doce, en el episodio que hoy comentaremos, en la Transfiguración, y en la oración del huerto, común con los otros evangelios.
            Sin embargo, Jesús no parece obsesionado con enseñar a rezar a sus discípulos. Habría sido un pésimo maestro de novicios o director espiritual de un seminario. Son ellos, los discípulos, quienes tienen que pedirle que les enseñe a rezar.
            Pero no adelantemos acontecimientos.
            La primera lectura nos ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo. Los occidentales hemos perdido esta costumbre, esencial en el mundo semítico. Nada se compra al primer precio. Hay que ir bajándolo, regateando, hasta que se consigue el que uno considera adecuado. En cualquier caso, aunque el comprador termine contento, siempre sale perdiendo. Eso es lo que le ocurrirá a Abrahán.

Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

            En aquellos días, el Señor dijo:
            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.
            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:
            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?
            El Señor contestó:
            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.
            Abrahán respondió:
            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?
            Respondió el Señor:
            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.
            Abrahán insistió:
            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.
            Le respondió:
            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.
            Abrahán siguió:
            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?
            Él respondió:
            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.
            Insistió Abrahán:
            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?
            Respondió el Señor:
            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.
            Abrahán continuó:
            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?
            Contestó el Señor:
            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            He titulado este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes.
            En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.
            En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina?
            El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.
            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos.

* * *
            Pero esto nos ha alejado del tema principal de este domingo, que es la oración.
            El texto del evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios?
            Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.

Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)

            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 
            Él les dijo:
            ‒ Cuando oréis decid:
            “Padre,
            santificado sea tu nombre,
            venga tu reino,
            danos cada día nuestro pan del mañana,
            perdónanos nuestros pecados,
            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,
            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota a la traducción
           
            En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”.
            La liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

Breve comentario al Padre nuestro

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).
            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.
            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.
            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.
            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.
            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.
            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:
            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;
            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.
            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.
            Comunitaria. “Padre nuestro", danos, perdónanos, etc.
            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:
            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 
            Pues así os digo a vosotros:
            Pedid y se os dará,
            buscad y hallaréis,
            llamad y se os abrirá;
            porque quien pide recibe,
            quien busca halla,
            y al que llama se le abre. 
            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?
            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.
            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.
            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.
            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.
            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.
            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.
           
              

lunes, 15 de julio de 2013

Todas contra Jesús (Domingo 16 Ciclo C)


No hay error en el título. No es TODOS, sino TODAS. Todas las mujeres en desacuerdo con Jesús. Todas las mujeres que conozco le reprochan que alabe a María en vez de mandarla a la cocina a ayudar a su hermana Marta.
            Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.
            La preciosa miniatura que adjunto contiene todos los elementos del relato: la encina de Mambré, los tres hombres, representados como ángeles, Abrahán y Sara. El artista ha convertido la tienda de Abrahán en una casa, casi una iglesia. El texto nos ayudará a comprender mejor el evangelio.

Lectura del libro del Génesis 18, 1-10



            En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:
            ‒ Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.
            Contestaron:
            ‒ Bien, haz lo que dices.
            Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:
            ‒ Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.
            Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.
            Después le dijeron:
            ‒ ¿Dónde está Sara, tu mujer?
            Contestó:
            ‒ Aquí, en la tienda.
            Añadió uno:
            ‒ Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

¿Cuántos son los invitados?
¿Tres hombres, el Señor y dos ángeles, la Santísima Trinidad?

Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.
            Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.
            En el relato posterior, que no se lee en la liturgia, cuando termina la comida se levantan para marchar a Sodoma, y Abrahán los acompaña para despedirlos. Pero en vez de irse, el Señor habla largo rato con Abrahán hasta que los dos se separan (Génesis 18,33).
            ¿Qué pasa con el viaje a Sodoma? Los únicos que lo emprenden son “los dos ángeles”, que serán quienes salven a Lot y su familia.
            En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. La más antigua es probablemente la de Sodoma, que tiene como protagonistas a los dos ángeles. Posteriormente se añadió la visita de Dios a Abrahán con la promesa de la descendencia. El Señor y los dos ángeles dan lugar a “los tres hombres” que ve inicialmente Abrahán.
            No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad. Aunque la idea carece de fundamento serio, sirvió de base para una de las creaciones artísticas más maravillosas: el icono de Andréi Rubliov, pintado hacia 1422-1428.


Hospitalidad

            La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua, ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros).
            Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán en la escena que acabamos de leer y la encontramos en otros episodios: Lot introduce en su casa a los ángeles (Génesis 19,1-8); Labán recibe con honores al servidor de Abrahán (Génesis 24,28-32). La norma sigue en vigor en tiempos posteriores, como demuestra el relato de Jueces 19,16-24. Era tan importante, que Lot y el anciano de Guibeá están dispuestos a sacrificar por los huéspedes la honra de sus hijas.
           
El menú, dos cocineros y un maître.

            Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina.
            A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.

La cuenta

            Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática. Al interesado le aconsejo leer J. L. Sicre, Introducción al Antiguo Testamento, Editorial Verbo Divino, Estella 2011, pp. 115-119.
* * *
            El texto del evangelio nos traslada a un mundo más cercano al nuestro. Pero también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo del evangelio de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan.

Lectura del evangelio según san Lucas 10, 38-42

            En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
            ‒ Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?  Dile que me eche una mano.
            Pero el Señor le contestó:
            ‒ Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.

¿Cuántos invitados a comer?

            En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas.
            ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús?
            Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.

El menú, y una cocinera sin ayudante

            No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.
            En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando.
            ¿Por qué tanto esfuerzo?
            ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?
            Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.

Dos actitudes

            El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones.
            Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.
            El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.
            Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes.
            La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.
           
Marta-María y el buen samaritano

            Este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que hemos leído el domingo anterior. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.
            La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.

            Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.