Este año, el cuarto domingo de Adviento coincidirá, al
menos en España, con el sorteo de la Lotería de Navidad. Las lecturas nos
hablan de la auténtica lotería, la que tocó y sigue tocando todos los días y en
todas partes del mundo.
El
premio
No
son millones de euros. Es un premio mucho mayor: una persona. Al principio
puede resultar decepcionante. Con este premio no se puede comprar un gran
chalé, ni un coche de último modelo. No podemos permitirnos un crucero de lujo
ni costear una operación en el mejor hospital del mundo. Pero es un premio
personal, que redime nuestro pasado y garantiza nuestro futuro. Las lecturas dedican
pocas frases a describir a esa persona: desciende del rey David, nace de una
muchacha virgen, y le ponen por nombre Jesús porque nos salva de los pecados.
También se le puede llamar Emmanuel, que significa «Dios con nosotros». La
cercanía de Dios puede inspirar incluso miedo. En este caso, no. Es un Dios que
se presenta como un niño, con el compromiso de morir por nosotros.
La
publicidad (1ª lectura)
Este
premio no se anuncia en verano, con pocos meses de antelación, como la Lotería
de Navidad, sino varios siglos antes. En el año 734 a.C. los reyes de Siria y
Efraím se coaligaron para conquistar Judá y deponer al rey Acaz de Jerusalén.
Cuenta el profeta Isaías que, cuando llegó la noticia, «se agitó el corazón del
rey y del pueblo como se agitan las hojas de los árboles con el viento». El
profeta se presenta ante el rey y le ofrece una señal, un signo portentoso
realizado por Dios, para mantener la calma. Acaz, que ha pedido ayuda a Asiria,
confía en este imperio (los EE. UU de la época) más que en Dios, y responde que
no quiere pedir señal alguna. Pero Isaías se la da: «la muchacha está encinta y
da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios con
nosotros». El nacimiento del niño garantizará la salvación de Judá y de
Jerusalén.
El
sorteo (evangelio)
En
tiempos de Isaías, algunos pensaron que la muchacha encinta era la esposa del
rey, y Emmanuel el hijo que nacería dentro de poco: Ezequías. Este niño fue un
buen rey, pero no cumplió las grandes esperanzas depositadas en él. Pasaron los
siglos y Emmanuel no llegaba. Hasta que los cristianos ven cumplida la promesa
en el nacimiento de Jesús. Este viene del Espíritu Santo y José le pondrá ese
nombre «porque él salvará a su pueblo de los pecados». No salvará de los
asirios, ni de los romanos, sino de nuestros pecados, muriendo por nosotros. Y
Mateo añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el
Señor por el profeta». Ya no hay que seguir esperando. Ha salido el primer
premio.
Los
afortunados (2ª lectura)
En
esta lotería todos tienen premio. Incluso cabe la posibilidad de comprar el
décimo después de que haya sido premiado. Es lo que dice Pablo a los romanos. El
premio no es solo para los judíos, también para los paganos. No toca solo en
Jerusalén o Belén, también en Roma. Allí, entre los paganos, se ha difundido el
evangelio y se sienten «amados por Dios y llamados a formar parte de su pueblo
santo». Igual que nosotros, al cabo de veinte siglos, debemos sentir la alegría
de haber sido beneficiados por Dios. El evangelio del domingo pasado hablaba
del desconcierto de Juan Bautista, y nos obligaba a pensar en el desconcierto y
escándalo que podemos sentir ante la conducta y el mensaje de Jesús. El
evangelio del cuarto domingo da un paso adelante. El desconcierto y el
escándalo se pueden superar. El asombro se da ante el misterio y no acaba
nunca, dura toda la vida.
***
Lo
anterior es un sencillo esquema que ayuda a entender el mensaje del cuarto
domingo y a prepararnos para la Navidad. Para comprender mejor el evangelio
entresaco algunos datos de mi comentario El evangelio de Mateo. Un drama con
final feliz (Verbo Divino, Estella 2019, pp. 52-56.
Mateo
da un título a lo que va a contar: El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Sin
embargo, no es eso lo que cuenta, se limita a ofrecer una serie de datos sobre
ese misterio.
María, su madre, estaba desposada con José y,
antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu
Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió
repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
‒ José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a
María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había
dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se
despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a
su mujer.
El relato consta de los elementos típicos:
planteamiento, nudo y desenlace. Como en cualquier novela policíaca. Pero
existe una diferencia. Mientras Agatha Christie dedica la mayor parte al nudo,
a las peripecias de Hércules Poirot en busca del asesino, Mateo es brevísimo en
las dos primeras partes y pasa enseguida al desenlace. No se trata de un relato
dramático, sino didáctico.
Planteamiento
Parte de unos personajes que da por conocidos para
el lector, María y José, y de una costumbre que también da por conocida entre
judíos: después de los desposorios (la petición de mano), los novios son
considerados como esposos, con el compromiso de fidelidad mutua, pero siguen
viviendo por separado. De repente, resulta que María espera un hijo del
Espíritu Santo. Mt no deja al lector ni un segundo de duda. Con perdón del
Espíritu Santo, y siguiendo el símil policiaco, el lector sabe desde el
principio quién es el asesino.
Nudo
La duda es para José, hombre bueno. Según el
Deuteronomio, si un hombre se casa con una mujer y resulta que no es virgen, si
la denuncia, “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres
de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la
infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). José prefiere interpretar
la ley en la forma más benévola. La ley permite denunciar, pero no obliga a
hacerlo. Por eso, decide repudiar a María en secreto para no infamarla. Mt escribe
con enorme sobriedad, no detalla las dudas y angustias de José. Como mejor se
advierte esto es comparando el relato con un fragmento del Génesis Apócrifo encontrado en Qumrán, en el que leemos algo
parecido a propósito del patriarca Lamec: advierte que su mujer, Bitenós, está
encinta, y duda de que ese hijo sea suyo (el estado fragmentario del texto no
permite saber por qué duda). La angustia del personaje la refleja el autor de
forma casi patética:
“Entonces pensé que la concepción era obra de los Vigilantes, y la
preñez de los Santos, y pertenecía a los Gigantes [...] y mi corazón se
trastornó en mi interior por causa de este niño. Entonces yo, Lamec, me asusté
y acudí a Bitenós, mi mujer, y dije [...]: júrame por el Altísimo, por el Gran
Señor, por el Rey del Universo [...] que de veras me harás saber todo, me harás
saber de veras y sin mentiras si esto [...]. Júrame por el Rey de todo el
Universo que me estás hablando sinceramente y sin mentiras [...]Entonces
Bitenós, mi esposa, me habló muy reciamente, lloró y dijo: ¡Oh, mi hermano y
señor! Recuerda mi placer, el tiempo del amor, el jadear de mi aliento en mi
pecho [...] Yo te juro por el Gran Santo, por el Rey de los cielos, que de ti
viene esta semilla, de ti viene este embarazo, de ti viene la siembra de este
fruto, y no de ningún extranjero, ni vigilante, ni hijo del cielo. ¿Por qué
está la expresión de tu rostro tan alterada y deformada, y tu espíritu tan
deprimido?” (1QapGn Col. II, 1-17). Ni siquiera con estas palabras de su esposa
queda tranquilo Lamec; acude a su padre, Matusalén, para que le pregunte a
Henoc y se informe de todo con certeza. Es una pena que la columna esté tan
estropeada en algunos momentos capitales para la interpretación del argumento.
El relato de Mt parece en muchos detalles como la antítesis del Génesis Apócrifo.
Desenlace
En cuanto José toma la decisión, se aparece el
ángel que resuelve el problema. José obedece, y María da a luz un hijo al que
José pone por nombre Jesús. En esta sección final, entre las palabras del ángel
y la obediencia de José introduce Mt unas palabras para explicar el misterio:
se trata de cumplir la profecía de Is 7,14 (que se lee hoy como 1ª lectura).
Mensaje
Este análisis literario demuestra que Mt no ha
intentado poner en tensión al lector. Sabe desde el comienzo a qué se debe el
misterio. Entonces, ¿qué pretende decirnos con este episodio? Tres cosas
fundamentales a propósito del protagonista de su obra.
¿Quién es Jesús? Al comienzo del evangelio, en la genealogía, Mt
acaba de indicarnos que es verdadero israelita y descendiente de David.
¿Significa que sea el Mesías? Para eso hace falta algo más según la tradición
de ciertos grupos judíos. El Mesías debe nacer de una virgen, según está
anunciado en Is 7,14. Este episodio demuestra que Jesús cumple ese requisito.
Pero hay otro dato que no contiene el texto de Isaías: Jesús viene del Espíritu
Santo, con lo cual se quiere expresar su estrecha relación con Dios.
¿Qué hará Jesús? Lo indica su nombre: salvar a su pueblo de los
pecados. Salvar de los pecados no es lo mismo que perdonar los pecados. Perdonar
los pecados se puede hacer de forma cómoda, sentado en el confesionario, o
incluso paseando o tomando un café. Salvar de los pecados sólo se puede hacer
ofreciendo la propia vida. Sabemos desde niños que Jesús, para salvarnos de
nuestros pecados, dio su vida por nosotros. Pero no debe dejar de asombrarnos.
Porque la actitud normal de un judío piadoso ante el pecado no es comprenderlo
ni justificarlo, mucho menos morir por el pecador. Es condenarlo.
¿Qué repercusiones tiene su aparición? Mt, al
escribir su evangelio, parte de la experiencia de su comunidad, perseguida y
rechazada por aceptar a Jesús como Mesías. Mt le indica desde el comienzo que
las dificultades son normales. Incluso las personas más ligadas al Mesías, sus
propios padres, sufren problemas desde que es concebido. El cristiano debe ver
en José un modelo que le ayuda y anima. No debe tener miedo a aceptar a Jesús y
seguirlo, porque “viene del Espíritu Santo” y “salvará a su pueblo de los
pecados”.
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